El presidente del Gobierno, que esconde su insípida sonrisa bajo la cuidada barba, se ha descolgado este fin de semana y nos ha contado que va a salir un dato económico de empleo verdaderamente esperanzador.
La esperanza que no sirve
Decía Mario Benedetti en uno de sus poemas "La esperanza tan dulce/ tan pulida tan triste/ la promesa tan leve no me sirve/ no me sirve tan mansa/ la esperanza". A mí tampoco me sirve el guiño-guiño-codazo de Rajoy. Aplaudiré todos los datos favorables, brindaré por las alegrías económicas que nos ofrezcan las estadísticas de mayo, pero no caeré en la famosa trampa presidencial de la manipulación de la esperanza.
Por la misma razón que hace unos meses renegaba de quienes manipulan la miseria ajena y la utilizan con fines particulares, no aguanto esta táctica que suelen poner en práctica los presidentes de gobierno cuando los momentos difíciles se alargan en el tiempo. Actúan como ilusionistas principiantes que tratan de entretener con trucos malos a una audiencia francamente aburrida y desmotivada. Pero se ve la trampa. Por más que la repiten, se les ve. Si el domingo Rajoy luchaba “frente a la histeria del Apocalipsis”, Zapatero decoró nuestros días con “brotes verdes”, a través de Elena Salgado, y “conjunciones planetarias” al ganar Obama, vía Leire Pajín, en el 2009. Los españoles deberíamos estar ya escarmentados, como la hastiada audiencia del ilusionista fracasado.
Instalados en el agujero… de deuda
Cita Daniel Lacalle en su último artículo a Publilio Siro quien afirmaba que "la deuda es la esclavitud de los libres". Es difícil decir tanto en tan poco espacio. Pese a quienes siguen cuestionando si las deudas asumidas por los gobernantes deben ser pagadas por los ciudadanos; pese a aquellos que culpan a los que nos prestaron por haberlo hecho en el momento que más les convino, como si nosotros no fuéramos tenedores de deuda de nadie y no operáramos con la misma premisa; frente a quienes ven conspiraciones alemanas y salvaciones “manga”… la deuda sigue ahí, mirándonos impasible, esperando ser pagada algún día, a ser posible más pronto que tarde.
Y la solución que los políticos nos presentan, desde hace un lustro ya, es la misma: como no vamos a recortar gastos políticos, como no vamos a afrontar de verdad la reforma de las administraciones, como no vamos a dejar de nutrir el capitalismo de coleguitas (crony capitalism), como no vamos a dejar de subvencionar votos, lo que queda es subir impuestos y tocar pensiones.
Es mentira que solamente queda ese camino. Es mentira que es el camino más doloroso para el PP. Es mentira que lo hacen “valientemente”, por nuestro bien, a riesgo de perder votos. Ellos sabían que hicieran lo que hicieran iban a resultar impopulares y la ruta elegida es, sin duda, la menos mala para asegurar su perpetuidad. Es el modo político. Los impuestos empobrecen a la población, a la maltrecha clase media, pero siempre se le puede echar la culpa a los ricos, a quienes sacan sus capitales huyendo de la asfixia, o al mambo si hace falta.
Respecto a las pensiones, no se puede añadir nada a lo que explica el profesor López Zafra en El Mundo cuando afirma respecto al sistema de reparto que “caben pocas opciones para la viabilidad, y todas ellas deberían abordarse de forma conjunta”. Son varios los economistas del Instituto Juan de Mariana que han hablado de las alternativas. Está todo dicho.
Salir del confort de la esclavitud
Para romper el círculo vicioso en el que nos encontramos tal vez sea necesario taparse los oídos a lisonjas y excusas un rato y reflexionar sobre los pasos que los propios ciudadanos hemos dado.
Decía el grupo Alice in chains en su tema Down in a hole que ha inspirado el título de este artículo "he sido culpable/ De darme patadas a mí mismo en los dientes". De alguna manera, con los votos, la credulidad hacia los mensajes que menos nos comprometen, que menos nos responsabilizan, con esa habilidad española para escurrir el bulto y endosárselo al que venga detrás, o al extranjero, o al que cumple mejor, los propios ciudadanos hemos puesto, o hemos dejado que pongan, las piedras más gordas en nuestro camino, y ahora no podemos movernos. Pero lo peor no es eso. Lo terrible es que hemos encontrado en la esclavitud de la deuda esa zona de confort de la que uno no quiere salir.
Mientras Bruselas pide y pide reformas por toda Europa para no acabar de la peor manera posible, los españoles nos miramos unos a otros, impasibles, sin ningún afán de tomárnoslo en serio. Como reconocía El País de ayer, solamente bajo la insoportable presión de los mercados o amenazados por un rescate, en el que los consejos se convierten en exigencias, somos capaces de reaccionar.
No puedo más que terminar con otra cita de Publilio Siro, para la común reflexión: "No culpes al mar de tu segundo naufragio". Reaccionemos.