Sin embargo, aunque en este caso las razones para predecir la hecatombe sean tan tontorronas, las afirmaciones sobre el fin de Internet tienen una larga tradición desde que Bob Metcalfe hiciera la suya allá por 1995. No era un cualquiera. Había fundado 3Com, una de las empresas líderes en la fabricación de los componentes necesarios para hacer funcionar Ethernet, el sistema de redes que había creado en 1973. Puede que a muchos de ustedes eso de Ethernet les suene de algo, pero no acaben de saber a qué. Es sencillo: cuando conectan un cable de red a la clavija de red de su ordenador, no se están conectando a otra cosa que a una red Ethernet, omnipresente en casi todas las instalaciones domésticas y empresariales.
La base del invento de Metcalfe es llevar la simplicidad máxima al diseño de la red. Cuando un ordenador quiere enviar algo a otro punto de la red simplemente lo hace y espera que le llegue la confirmación de que ha llegado a su destino. Si no la recibe en un tiempo determinado, asume que el envío no tuvo éxito, seguramente porque al mismo tiempo algún otro ordenador decidió enviar otra cosa, produciéndose una interferencia, de modo que lo vuelve a intentar hasta que lo consigue.
Es simple, sí, pero también tiene un innegable aire de chapuza. ¿Cómo estar seguros de que la cosa no va a fallar cuando más la necesitas? Simplemente, no se puede. De ahí que, desde entonces, se hayan creado varios intentos de sustituir a estas redes tontas por otras más inteligentes. En 1986, IBM lo intentó con Token Ring. Era un sistema excelente, en teoría, aunque más complicado de instalar y más caro. Eso sí, ofrecía toda serie de garantías. Lleva sufriendo una muerte lenta casi desde que se inventó. Después llegó ATM, un sistema bien ingenioso que tampoco ha conseguido triunfar sobre las redes tontas.
El sistema de Ethernet triunfó porque convirtió las redes en algo carente por completo de inteligencia, que se limitan a transmitir información sin más, obligando a los extremos de la red a hacer la mayor parte del trabajo. Pensemos en las redes telefónicas, con sus sofisticadísimas centralitas y protocolos de conexión. Resulta que, en toda su complejidad y sus garantías de buen funcionamiento, sólo servían para una cosa: hablar por teléfono. A las redes tontas, en cambio, hay que enseñarles cómo funcionar, pero sirven para todo, permitiendo una explosión de creatividad en los servicios que se pueden prestar con ellas. Y, como dijo en su día el propio Metcalfe, por mucho que en teoría no debieran funcionar, en la práctica lo hacen.
Sin embargo, el creador de Ethernet perdió eventualmente la fe en las posibilidades de su propia creación, pensando que sería sustituida por redes de tipo ATM. De ahí que predijera el colapso de Internet, una red tonta que interconecta otras redes tontas. Se equivocó, pero cumplió su promesa y se comió el artículo en el que había hecho su vaticinio. Ahora, Procera Networks augura que a finales de año Internet se vendrá abajo. La especialidad de la empresa, por si no lo habían adivinado, es "aplicar inteligencia a la red". Cuán sorprendido me hallo.