Habla de "verdadera libertad" como otros hablaban de la "verdadera democracia". Y, siguiendo la estela orwelliana de que la guerra es la paz y la mentira es la verdad, Prada nos ordena: "la verdadera libertad es un estado de obediencia". Las oscuras fauces del antiliberalismo devoran lo más elemental de la lógica, que sólo hecha añicos puede serle útil a este escritor para incinerar la libertad.
La libertad, "tan cacareada", dice, no es más que una de "las viejas herejías de siempre" que se presenta como "talismán redentor" por quienes "únicamente anhelan la destrucción del género humano"; como una "panacea", cuando es la causa de "casi todas" las "calamidades" del hombre. No sabemos si entre ellas incluye a cierto columnismo, pero no hay que ser un liberal fetén para considerar un poco exagerado que los males del hombre sean todos hijos de la libertad. ¿No es razonable pensar que la imposición de una verdad revelada también cree "calamidades"? Sí, De Prada, que conoce la Verdad como ninguno de sus lectores, a los que se dirige con cierto desdén arrogante y paternalista, no necesita que nadie le venga "con la milonga de la libertad". Pero no se contenta con eso y parece querer robársela a los demás. Somos muchos los que no queremos ser serviles de verdades eternas que necesitan del ordeno y mando para imponerse.
Lo que le aflige a De Prada es el miedo. El proverbial miedo a la libertad, a sus "pútridas flores" de que nos habla este escritor. Pero la libertad de seguir comportamientos inmorales y destructivos es la misma que la de abrazar un camino moral y feraz. Y no hay ninguna virtud en actuar moralmente si lo que hace no es por propia voluntad, elegido libremente frente a cualquier otra opción, sino impuesto por algún lector de Juan Manuel de Prada alucinado con su evangelio.
Es más, si De Prada se reconciliara con la humildad llegaría a la consideración de que existe la posibilidad, acaso remota e incierta, de que en alguna ocasión se equivocara al juzgar un comportamiento como inmoral o destructivo. Y la única guía que tenemos al respecto, además de la (siempre libre) reflexión sobre nosotros mismos, es el acervo de todas las variadas experiencias humanas, renovadas permanentemente, y que son las únicas que pueden mostrarnos alguna luz más o menos segura y comúnmente aceptada sobre lo que resulta pernicioso o no lo es. Pero para que la abigarrada experiencia humana despliegue toda su sabiduría, inconscientemente revelada, es necesario que se manifieste con total libertad.
¿Qué la libertad no puede eliminar todo lo feo, desagradable, inmoral y pernicioso para el hombre? Claro es, pero al menos nos permite la posibilidad de aprender. Y los intentos de eliminar de raíz, de una vez y para siempre, todos los males del hombre han llevado a suprimir lo que el propio Prada ve como fuente de todos los males, con resultados de sobra conocidos. El muy conservador Juan Manuel de Prada va a tener que aprender a convivir con lo más penoso de la vida humana en libertad o se llevará por delante, sin ella, todo lo que la hace verdaderamente maravillosa.