Durísimos calificativos recibió hace algunas semanas la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, que resumió el problema del paro juvenil diciendo que no era posible contratar a jóvenes sin cualificación que "no valen para nada".
La izquierda y los sindicatos salieron en tromba y la acusaron de "falta de sensibilidad", "brutalidad", “falta de empatía”. El secretario general de UGT, Cándido Méndez, la instó a pedir disculpas y añadió:
Está anclada en una vieja doctrina, que no tiene correspondencia con la realidad (…) Sólo tiene una base ideológica, y por eso hace esas afirmaciones.
La secretaria de Política Económica y Empleo del PSOE, Inmaculada Rodríguez-Piñero, dijo que era una "barbaridad", y que en ningún caso se podía pagar a los jóvenes en paro menos que el salario mínimo:
Es una falta de respeto hacia los jóvenes y una falta de realismo. Si un país prospera es porque es capaz de aprovechar el talento de sus personas, obtener lo mejor de ellas y ofrecerles las mejores condiciones, y todo eso debe ir acompañado de una retribución adecuada.
La catarata de insultos en los medios y las redes sociales fue interminable.
Caben dos respuestas. La primera es subrayar la gigantesca caradura del pensamiento único a la hora de organizar campañas contra los que desobedecen sus dictados, campañas solemnes que eclipsan cualquier dimensión no plausible de sus propios emisores. Es evidente que resulta un escarnio que los sindicatos, cuyos trapos sucios resultan cada vez más gigantescos, tengan la osadía de exigir a los demás que pidan disculpas. Y es imposible que cuando los líderes socialistas hablan de "barbaridad" se refieran a algo que ellos mismos hayan dicho o hecho, cuando es bien sabido que no les faltan ejemplos de barbaridades variopintas.
La otra respuesta es a mi juicio más interesante, y estriba en los errores económicos del intervencionismo. Asombrosamente, políticos y sindicatos siguen tratando el paro juvenil como si fuera algo independiente de las medidas antiliberales que ellos mismos adoptan y recomiendan. Pero una tasa de paro juvenil superior al 50% no es un terremoto, no es una tragedia natural, es provocada precisamente por el intervencionismo en el llamado mercado laboral, cuyo desenlace es exactamente lo que Mónica Oriol denunció, porque al hablar de que los jóvenes no valen para nada resultaba patente que se refería a un fenómeno que cualquiera con un conocimiento siquiera somero de nuestra realidad está harto de saber: dados los costes salariales y no salariales que impone la legislación en nuestro país, a menudo sucede que la retribución de los jóvenes sin formación se sitúa por encima de su productividad marginal. La consecuencia inevitable es el paro.
En vez de analizar este problema, la izquierda y los sindicatos siguen recomendando más intervencionismo. Y Cándido Méndez acusa a los demás de estar anclados en viejas doctrinas, cuando ninguna doctrina es más vieja, y más dañina para los trabajadores, que su rancio intervencionismo. La agraviada solemnidad de la señora Rodríguez-Piñero también es ridícula, porque son las intervenciones que ella misma propicia las que han logrado que la "retribución adecuada" de los jóvenes sin formación haya quedado por debajo del salario mínimo.