Vox, por un lado pide transparencia y por otro desprecia los datos que se le presentan.
Cataluña y la inmigración. Esos son los dos grandes argumentos con los que Vox quiere atraer el voto. El intento de unas élites políticas, que no morales, de patrimonializar Cataluña y desgajarla del resto de España para acumular poder y dinero, pues de eso se trata, lo tenemos todos en la cabeza. Vox intenta abrirse paso en el debate con propuestas como la de eliminar las Comunidades Autónomas.
El papel de Vox en la inmigración puede ser muy diferente. En lugar de intentar descollar en el gallinero nacional, Vox puede crear un debate que apenas se empieza a apuntar. Las llegadas de inmigrantes en situación irregular avivan la preocupación de los españoles, pero ésta se desvanece, como por ensalmo, en cuanto llegan a los centros en los que se les acoge de urgencia. En el mes de julio, con el calor facilitando el tráfico de personas, subió la preocupación como función lineal de los minutos de televisión dedicados al asunto. Pero una cuestión distinta es la presencia de los extranjeros en nuestro suelo. Apenas alza el vuelo un rumor sobre la incidencia que tendrá sobre el crimen, la convivencia, la economía, el terrorismo.
Es verdad que es un debate que se nos hurta. ¿Cuál es la incidencia del crimen entre los nacionales y los extranjeros? ¿cómo se reparte por cada grupo? Todo ello es interesante. Santiago Abascal, en una reciente entrevista, habló de inmigración. Dijo que era un problema para España, y señalaba algunos de sus perfiles.
Uno de ellos, especialmente interesante, es la visión del inmigrante como objeto de explotación. ¿Contribuyen más al Estado que lo que extraen de él? Si es el caso, más nos tocará repartir entre los nacionales, y está bien que vengan; tendrán la función social de los ricos, que es la de contribuir más que el resto al expolio del Estado y que los políticos nos vendan sus despojos a cambio de nuestros votos. La democracia, es decir. Ah, pero si extraen más dinero que el que aportan ya no son bienvenidos. Para sacar provecho de los demás ya estamos nosotros. Y eso es lo que dice Abascal, el político católico: “La inmigración no viene a pagar las pensiones, sino a recibir ayudas sociales”.
Verdadero lo primero, falso lo segundo. No vienen a recibir ayudas ni a pagar las pensiones, pese a que hacen ambas cosas, porque lo que vienen es a ganarse la vida. El sistema ofrece dádivas a determinados grupos sociales, pero es básicamente extractivo, y en cuanto un trabajador, nacional o foráneo, se adapta a él, comenzará a dedicar una parte creciente de su renta a nutrir al Leviatán. Sólo trabajar le cuesta a los curritos 39 de cada 100 euros que generan. Súmese a esto que en la mayoría de los bienes que consumimos, uno de cada cinco euros que gastamos van al Estado, y que el ahorro tampoco se escapa.
Con respecto a las pensiones, generar un derecho supone estar alimentando al Estado durante al menos quince años. Y en ese caso sólo se habrá generado un derecho minúsculo. Hacen falta 37 años para cobrar la pensión máxima, pero llegado el caso será un peso para el sistema como cualquier otro españolito.
Y las pensiones son el principal gasto social. El segundo es la educación. El extranjero que viene a trabajar, ¿cuánto cree Vox que va a detraer del sistema educativo? Si tiene hijos, entonces sí lo hará, pero de nuevo estará años en el país y formará parte de la máquina de picar carne que es el sistema, y que nos quita más que lo que nos da; mucho más. El mejor análisis parece indicar que el balance de la explotación es favorable al Estado, y no a quienes vienen a trabajar.
Los extranjeros… No, perdón, los inmigrantes “es una competencia de mano de obra barata”; los extranjeros no, esos ocupan nuestras playas y montes y nos dan trabajo. Los inmigrantes nos quitan el trabajo. Otra falacia. El trabajo es del empresario, y se lo ofrece a quien desee. Es necesario ignorar la lección básica de economía para temer que se agote el trabajo por la llegada de inmigrantes: la lección dice que hay una escasez esencial, inerradicable, y que en consecuencia siempre hay algo nuevo que crear. Los inmigrantes, además, suelen ser personas con más iniciativa que sus conciudadanos y, muchas veces, que la población de acogida. También crean negocios y empleo. Por último, muchos de los proyectos empresariales que son viables gracias a la mano foránea no se podrían mantener con trabajadores nacionales.
¿Quiere Vox que la inmigración contribuya al sistema? Pues tendrá que favorecer la integración y el arraigo. Y uno de sus puntos pide lo contrario, eliminar la institución del arraigo.
Vox dice, en su programa, que solicitará la “publicación de datos sobre nacionalidad y origen en estadísticas de delitos”. Bien está. Como en el caso de los efectos económicos de la inmigración, es necesario nutrir el debate de datos para que sepamos de qué hablamos. No es que Vox los necesite para nada. En la entrevista con Pablo Simón, rechazó los datos de inmigración ilegal en cuanto se los ofrecieron. Abascal no necesita datos. Él tiene el instinto de los líderes, que es el mismo que necesitamos para mantener una conversación en un bar. Pero los datos, como escalones que nos permiten descender a la verdad de las cosas, son necesarios.
Esos datos, en los Estados Unidos, nos dicen lo contrario de lo que sugiere Vox para España. Allí, quienes son más proclives a cometer delitos son los nacionales, seguidos por los inmigrantes ilegales y, por último, los inmigrantes legales. Y es lógico. Las personas que llegan a ese país están muy interesadas en hacer carrera en el país, y temen que un comportamiento inadecuado trunque sus planes. Así, un buen programa de expulsión de inmigrantes puede tener un efecto integrador. Y, en ese sentido, algunas de sus propuestas pueden favorecer la integración. Aquí han acertado de casualidad.
¿Cuál es la situación en España? ¿Tienen los inmigrantes el mismo ímpetu por formar parte de nuestra sociedad? ¿Temen ser expulsados y eso les conmina a cumplir con las leyes del país? En los Estados Unidos hay muchas oportunidades de empleo, ¿España es igual de atractiva y favorece del mismo modo trabajar a la luz del sistema? ¿O favorece la economía en negro? Estas son las preguntas que nos tenemos que hacer, y para responderlas necesitamos que haya transparencia. Necesitamos conocer bien la realidad.
La xenofobia no necesita los datos o su análisis. No hay una ciencia para la xenofobia. Vox, por un lado pide transparencia y por otro desprecia los datos que se le presentan. Tiene el discurso sin razones, la teoría sin datos, el veredicto sin juicio. La xenofobia sin ciencia.