¿Quién se beneficia de esta nueva fe? El poder.
Tras observar las masas congregadas en Madrid, Greta Thunberg jalea el éxito del llamamiento a que el pueblo escuche su mensaje: “500.000 personas marcharon en Madrid anoche. ¡Es el comienzo del cambio! El mundo despierta lentamente ante la crisis climática y medioambiental. Pronto, las personas al poder no podrán seguir ignorando la ciencia”. No sé si Greta tenía el ceño fruncido al teclear su móvil, pero imagino que habrá llegado a esa cifra redonda por ciencia infusa, la misma a la que apela en su triunfante tuit. La Policía cifró el número de asistentes a la manifestación en 10.000, y el diario El País, el mismo que rebajaba, severísimo, el conteo de las manifestaciones contra Rodríguez Zapatero, ve crecidas las masas madrileñas hasta las 20.000 almas.
No está mal, teniendo en cuenta que una buena parte de los 6,3 millones de desplazamientos por el puente los han protagonizado los madrileños, que han huido de la capital quemando hidrocarburos. Le han dejado un paisaje de Madrid que no es el de la bulliciosa ciudad capitalista contra la que luchó Carmena, sino que se asemeja más de lo que acostumbra a Pyongyang, campeona en la lucha contra el cambio climático.
El lenguaje de Greta es apocalíptico. Habla de un fin inmediato de la vida sobre la tierra. Y establece un vínculo entre culpa, penitencia y redención que, como es fácil de entender, es un esquema mental propio del cristianismo y del ecologismo. La relación entre la religión ecologista y la cristiana es la misma que la que hay entre ésta y el gnosticismo: su concepción del mundo se parece lo suficiente como para permitir una ósmosis entre ambas, aunque sean fundamentalmente diferentes. Por eso hay gente que se confunde, como Bergoglio, que adopta la filosofía de la Pachamama, disfrazado de Papa. Él ve en las noticias alarmistas “señales de alarma que nos manda la creación”, trasunto de la Tierra.
Si el ecologismo se parece, por un lado, a la gnosis, por otro tiene un elemento que lo vincula con otra religión coetánea de la muerte de Dios: el marxismo. Ambas hablan en nombre de la ciencia, como muestra de su odio inextinguible hacia ella. La ciencia del cambio climático no es la ciencia del clima, es el nombre que recibe la denominación ecologista de mayor impacto. Y, por supuesto, nada tiene que ver con la ciencia.
Hay un motivo para todo esto, y es el engaño de que podríamos deshacernos de la etiología religiosa por la decisión de unos cuantos descreídos de la Ilustración, que podríamos dejar atrás decenas de miles de años de pensamiento religioso como quien se quita un albornoz. No es así. Y el vacío que deja en Occidente el cristianismo ha sido colonizado por otras profesiones de fe. Por eso Greta es una profeta. Por eso puede hablar con esa gravedad de asuntos que desconoce por completo.
Es necesario entender todo ello no sólo para comprender por qué le hacemos caso a una iletrada en un asunto de una complejidad intelectualmente detestable, sino para entender, también, cómo se benefician el poder y otros intereses de este marco entre religioso, ideológico y político.
En el esquema del pecado, nosotros somos los culpables, y buscamos la redención fuera de nosotros: en el poder que nos corrige y nos guía con duro y benevolente cayado, cuyos zarandeos en forma de regulaciones e impuestos son por un lado el camino hacia la salvación, y por otro el sacrificio y la penitencia que expiará nuestro pecado y nos conducirá a la salvación. Conocemos esos conceptos porque llevamos siglos imbuidos en ellos; no tenemos ni que nombrarlos. Mejor, de hecho, no hacerlo. Aunque, como en el caso de la palabra “sacrificio” (acto sagrado), hemos olvidado por completo su significado.
¿Quién se beneficia de esta nueva fe? El poder. El poder es el que asume esta nueva religión que, como tantas veces ha pasado, sanciona y legitima su ejercicio. Y le otorga un sentido a los sacrificios, dicho en el sentido más pagano del término, que nos esperan.
Puede que esto no se entienda en un principio, pero es sólo porque, como ocurre con la forma de comunicación política más moderna, el discurso no tiene pretensión alguna de adecuarse a la realidad; sólo de producir ciertos efectos políticos. Greta dice que ella ha sido “ignorada” por los líderes políticos, los mismos que se pelean por ofrecerle un púlpito. “Están intentando desesperadamente silenciarme”, dice la persona que tiene más titulares en todo el mundo.
Al igual que la ciencia del cambio climático no es ciencia, tampoco el cambio climático es realmente lo importante. En la reunión que ha tenido lugar en Madrid, no han participado tres países (China, los Estados Unidos e India) en los que, por ese orden y en conjunto, se generan más de la mitad de las emisiones de CO2 de origen humano del planeta. Y verdaderamente no importa, porque los grandes temas de este congreso han sido otros.
Patricia Espinosa, directora del área del clima de Naciones Unidas, ha dicho que “si tienes un problema de desigualdad, el efecto del cambio climático profundizará ese problema”, y que lo mismo ocurrirá con la pobreza. También con el hambre, y muchos mensajes apuntan a que el cambio climático supone una pérdida de vidas. Nadie ha albergado la idea de que el CO2 es alimento de las plantas, y que la FAO muestra cómo el hambre está remitiendo en el mundo.
Otro de ellos es el colonialismo. La crisis climática, ¿qué digo?, la emergencia climática se debe a que el colonialismo ha impuesto un mundo desigual en el que unos emiten gases de efecto invernadero y otros no. No sé cómo encajarán esto con el hecho de que China e India sean el primer y tercer emisor de CO2 del mundo. Los jóvenes, o el feminismo, son otros de los grandes temas del COP25 de Madrid. Y, por supuesto, todo dentro de un contexto de lucha contra el capitalismo, y una llamada sin descanso a que actúen los poderes públicos. Es aún pronto para adorarlos como a dioses, pero gracias a Greta puede que lo hagamos en el curso de nuestra vida.