Al igual que los comunistas venezolanos, Iglesias también alaba la Constitución, siempre y cuando le interese.
A la vista de los debates electorales que han tenido lugar este lunes y martes, pareciera que Pablo Iglesias se hubiera convertido en el gran abanderado y defensor de la Constitución española de 1978, para sorpresa y tranquilidad de muchos, pues da a entender que ha dado la espalda al marcado discurso antisistema del que ha hecho gala en los últimos años, pero nada más lejos de la realidad.
Iglesias y su cúpula en Podemos siguen siendo los mismos radicales de siempre, solo que, una vez más, emplean la manida técnica del lobo vestido de cordero. No en vano, si Iglesias fuera el convencido constitucionalista que ahora dice ser, poco o nada habría que temer de su proyecto, ya que la Carta Magna, al fin y al cabo, es el marco legal básico que rige en España desde hace 40 años, gracias al amplio consenso político y social que suscita.
En el debate de TVE, Iglesias citó, con libro en ristre, un total de cuatro artículos constitucionales: el 31.1, que habla de la progresividad fiscal –si bien se olvidó citar que los impuestos nunca pueden ser «confiscatorios»–; el 35.1, que alude al derecho al trabajo; el 47, sobre el derecho a la vivienda; y el 50, donde se establece la necesidad de contar con unas pensiones adecuadas y actualizadas.
A estos cuatro se podría sumar, además, el 128, que reza así: «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general». Este último artículo lo señaló expresamente Iglesias en una reciente entrevista concedida a El País, en la que, entre otras cosas, pedía que «la Constitución se cumpla en vez de usarla contra el adversario». Lo realmente increíble de toda esta puesta en escena es que algunos, simplemente, se la crean.
Lo primero que cabe señalar sobre el repentino espíritu constitucionalista del líder de Podemos es que no es nuevo. Comenzó hace cosa de un año y medio, poco después del referéndum separatista del 1 de octubre, la posterior declaración unilateral de independencia de Cataluña y la consiguiente aplicación del artículo 155 de la Constitución, que autorizaba al Gobierno a suspender e intervenir la autonomía.
Por entonces, buena parte del debate político giraba en torno a dos ejes, el de los constitucionalistas que apoyaron el 155 (PP, PSOE y Cs) y los anticonstitucionalistas, con Puigdemont y compañía a la cabeza, pero entre los que también se encontraba Podemos tras rechazar la aplicación de dicho precepto. Fue ahí cuando Iglesias empezó a blandir la Constitución como bandera para, de ese modo, tratar de contrarrestar esa dicotomía que tanto daño le estaba infligiendo a nivel electoral, dado que su complicidad con los independentistas resultaba incomprensible para una parte significativa de sus votantes.
Y de aquellos barros, estos lodos. Desde entonces, han sido numerosas las ocasiones en las que Iglesias ha sacado la Constitución a pasear con el fin de exigir al resto de grandes partidos el estricto cumplimiento de su contenido, dando a entender que los anticonstitucionalistas son los otros (PP, PSOE, CS y ahora también Vox), no ellos. Es lo que, comúnmente, se llama darle la vuelta a la tortilla. Tanto es así que la lectura de la Constitución ha sido una de las claves de la campaña electoral de Podemos, haciendo acto de presencia en muchos de sus mítines e incluso utilizándola a modo de formato para presentar su programa político. Su uso durante los debates ha sido la guinda del pastel.
La nueva trampa de Iglesias
Sin embargo, una vez más, no deja de ser una burda trampa dialéctica, a imagen y semejanza de lo que siempre han hecho los comunistas cuando se apropian de términos que gozan de buena imagen, como «democracia» (la tiranía de Corea del Norte se hace llamar «República Popular Democrática de Corea», por ejemplo) o «paz». Cuando Lenin lideró la revolución bolchevique no anunciaba a los campesinos y obreros que el Estado confiscaría sus tierras y propiedades cuando llegara al poder, sino que prometía «pan» y «paz» en aquellos terribles tiempos de guerra que sufría Rusia.
Iglesias hace algo parecido con su súbito apego a la Constitución. Sus palabras son falsas de principio a fin por varios motivos. En primer lugar, porque los preceptos que cita para justificar sus aberrantes y antisociales políticas ya se cumplen, dado que no son derechos absolutos, sino principios rectores que deben guiar la política económica y social del Estado. En caso contrario, bastaría que Iglesias recurriera al Tribunal Constitucional para exigir su cumplimiento, y, sin embargo, no lo hace, a sabiendas de que no prosperaría ni uno solo de sus requerimientos. La Constitución no dice que todos los españoles tienen que tener un trabajo o una vivienda por ley, sino que el Gobierno de turno debe procurar la consecución de dichos objetivos mediante las políticas que considere, siempre y cuando no vulneren el marco constitucional.
La Carta Magna es tan amplia que permite desde el desarrollo de una economía muy intervencionista, aunque alejada, en todo caso, de la planificación central de las dictaduras comunistas, hasta una de tinte liberal. Tan constitucional es revalorizar las pensiones públicas con el IPC como no hacerlo y transitar hacia un sistema de capitalización. Cuando Iglesias dice que lo único que busca su partido es «hacer cumplir la Constitución», lo que pretende, realmente, es identificar la Carta Magna, donde caben múltiples alternativas y modelos, con su particular programa político, lo cual es un gran engaño. Y todo ello, sin reparar, además, en que dicho texto contiene muchos otros artículos que no comparte en absoluto, como la indivisible unidad de la nación española (artículo 2), el reconocimiento de la propiedad privada (33) o el ya conocido artículo 155, por citar sólo algunos.
La auténtica Constitución de Podemos
La realidad, por desgracia, es otra: ni Iglesias ni Podemos son amantes de la Constitución española de 1978, sino todo lo contrario. De hecho, su principal objetivo es cargarse el orden constitucional vigente, puesto que dicho texto les ata de pies y manos a la hora de imponer su particular utopía comunistoide. De ahí, precisamente, que tras ser aclamado secretario general de Podemos en 2014, Iglesias señalara sin tapujos que apuesta por un «proceso constituyente para abrir el candado del 78 y podamos discutir de todo, de democratizar [colectivizar] la economía, de la cuestión territorial, de todas y cada una de las cosas…». Es decir, de crear una nueva Constitución, la suya.
Siendo eurodiputado, Iglesias prometió en el Congreso acatar la Constitución, sí, pero hasta que los ciudadanos «la cambien para recuperar la soberanía y los derechos sociales». Y, desde entonces, mantiene esta particular fórmula de juramento más o menos intacta.
Y eso sin contar que, desde hace años, el líder de Podemos se ha dedicado a denostar la Carta Magna, hasta el punto de tildarla de «papelito». Igualmente, no es casualidad que algunos de sus libros lleven por nombre títulos tan sugerentes como ¡Abajo el régimen!, Una nueva transición o Disputar la democracia, entre cuyas páginas se pueden leer perlas como ésta: «A partir de la muerte de Franco comienza el período que ha venido en llamarse Transición Democrática, ese fenómeno por el que el sistema de poder establecido por los vencedores de la Guerra Civil se transforma sin que se alteren demasiado buena parte de sus condicionantes fundamentales. El poder económico, los aparatos el Estado y la dirección de los mecanismos institucionales continuaron en las mismas manos que habían estado durante la larga noche de la dictadura […] Toca devolver la palabra al pueblo y abrir un proceso constituyente para construir el futuro de nuestro país».
Sin embargo, nada está inventado. Pablo Iglesias sigue siendo el Hugo Chávez español, nada ha cambiado, de ahí que le copie hasta el juramento del cargo: «Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos».
Y, al igual que los comunistas venezolanos, Iglesias también alaba la Constitución, siempre y cuando le interese. No en vano, durante años, Chávez y su sucesor Nicolás Maduro exhibieron la Carta Magna bolivariana cual Biblia, hasta que éste último perdió el control de la Asamblea Nacional tras la celebración de unas elecciones y decretó la necesidad de abrir un nuevo proceso constituyente para blindarse por siempre en el poder, tal y como, tarde o temprano, acaba sucediendo en todas las dictaduras de extrema izquierda.
La Constitución que desea Iglesias no se parece en nada a la que rige en España desde 1978, su proyecto es otro, el de Venezuela, Argentina, Cuba y tantos otros países que, por desgracia, le dieron una «oportunidad» al comunismo, la misma «oportunidad» que pidió Iglesias a los españoles en su alegato final del pasado lunes. El resultado de ese fatídico error ya lo conocen todos.