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La «Constitución material» de Zapatero

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Los que amamos, aunque sea para dolernos de ella, nuestra reciente historia, sólo le podemos estar agradecidos. Dentro del último esfuerzo editorial, El Mundo ha preguntado primero al conjunto de los españoles y luego a sus más destacados protagonistas por nuestra ejecutoria en las últimas tres décadas. La última entrevista ha sido con el último en ocupar la tercera magistratura del Estado, la presidencia del Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero ha compartido sus posiciones sobre su propio gobierno y los anteriores, sobre el papel del PSOE y del PP (a quien sigue considerando ilegítimo por ser de derechas), sobre el Rey y la Constitución.

Entre todas las respuestas que ha dado ha habido una que a mí me ha llamado especialmente la atención y que, sin embargo, parece haber pasado desapercibida. Quizá sea tan obvia que los lectores han pasado a la siguiente pregunta sin mayor inquietud. Acaso mi perspicacia sobre la importancia de los asuntos me haya vuelto a abandonar como en otras ocasiones. Y, sin embargo, no puedo evitar incrustar esa precisa respuesta dentro de los cuatro años de historia de nuestro país, y temer por los que, en la medida en que la sociedad se lo permita, guíe el Gobierno en La Moncloa.

Esther Esteban, que ha hecho de la entrevista el más puro ejercicio de mayéutica, preguntaba a Rodríguez Zapatero por nuestra Constitución, y el presidente le respondía distinguiendo entre la "Constitución escrita" y una "Constitución material" que sería la precipitación histórica de "las características de nuestro país". Vuelve la idea de la "Constitución histórica", pero no desde los nostálgicos del Antiguo Régimen sino desde el despacho de una persona que, con total honestidad, cree que tiene la misión de cambiar esa "constitución material", esa realidad histórica, sociológica y moral de España, desde el Gobierno. Una vez ha planteado esa dicotomía, achaca a la primera Constitución las materias "jurídicas" y a la segunda, las "políticas". La distinción es artificiosa, pero le permite colocar la política y la Constitución, con todo el Ordenamiento Jurídico que de ella deriva en planos distintos. Y puesto que lo que necesitamos, según él mismo cree, es el cambio, la política tiene, al final, una preeminencia en su pensamiento sobre la Ley. La Ley es sólo una plasmación positiva de un momento histórico, mientras que el Gobierno es quien debe dirigir la corriente histórica para adecuar a esa nueva realidad, a posteriori, el Derecho y la Constitución.

Bien entendido, el de Zapatero es un proyecto de poder. Él cree que los políticos progresistas tienen el derecho y el deber de marcar con los exhorbitantes poderes que tiene el Estado el camino que debe seguir la sociedad. Y las instituciones son un marco provisional sin valor en sí mismas. Son puramente contingentes y han de adecuarse a la revolución permanente, a la corriente histórica que moralmente solo pertenece a la izquierda. Zapatero pastorea la sociedad, a la cual sólo le queda balar alegremente y pastar la hierba que nos encontremos a cada paso. Acaso no sea mala idea recordar que hay una alternativa. Quizá no venga mal traer a la memoria que hay verdades eternas, como decía Jefferson, tales como que cada uno de nosotros tiene ciertos derechos que son inalienables a las personas, y que las Constituciones, en su origen, no eran más que torpes intentos de reconocer nuestros derechos y nuestras libertades. Y que ninguna pretensión de encarnar el futuro y el progreso es suficiente para tratar esos derechos y esas libertades como reaccionarios valores del pasado y para saltar sobre ellos con la pesada maquinaria del Estado. Puede que tengamos que recordar, una vez más, que tenemos el derecho a elegir nuestra vida y que ello incluye, contra los expresos deseos del Gobierno, e derecho a elegir la educación de nuestros hijos. Es posible que sea conveniente recordar todo eso, no sea que Zapatero nos arrolle con su "Constitución material" y su política del poder, desnudo, irredento e irrefrenable.

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