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La democracia era esto

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Detrás de la democracia hay una lucha descarnada de distintos grupos de interés intentando beneficiarse a costa del común.

La política, en el sistema político que, pudorosamente, llamamos democracia, es un complejo juego en el que los candidatos tienen que granjearse el voto o, mejor, la afiliación vital, de varios grupos de personas. Los medios de comunicación funcionan como correa de transmisión del poder. Y una de sus funciones es decir qué discursos son los correctos y cuáles no lo son.

Por ejemplo: Hay una parte de la inmigración cuya presencia está asociada a ciertos crímenes. No es correcto. La crisis económica estuvo causada por la avaricia sin fin de los banqueros, que actuaron con las manos libres gracias a la connivencia con políticos sin escrúpulos. Correcto. Y así, todo.

De ahí que los políticos se vean obligados a hacer grandes esfuerzos por poseer los discursos ganadores, como si estuviesen luchando entre ellos por subirse al puesto más alto del podio olímpico. El que habla de los banqueros despendolados recogiendo beneficios sin cuentos de la cosecha de la crisis es un discurso ganador, de eso no hay duda.

Es breve, lo que puede asumir la apresurada opinión pública; es un collage hecho a retazos de ficción y realidad, cosido con piezas sueltos de viejas ideologías que han sobrevivido a la pira de la historia. Material para periodistas, en definitiva.

Esos rescoldos ideológicos, estas ideas sucintas que hacen ganar y perder elecciones, se acomodan mejor en unos partidos que en otros. Y, así, el Partido Republicano, el de la derecha de los Estados Unidos, estará más lejos de poseer el discurso de los banqueros depredadores que el Demócrata, que aglutina a la izquierda.

Hillary Clinton, la candidata de esta plataforma a las elecciones presidenciales de noviembre, cuenta con toda la legitimidad, ante la opinión pública, para postularse como el azote de banqueros y poderosos y hacer ver que a ella no le temblará la mano cuando éstos quieran estafar al común para volver a ganar cantidades exorbitantes.

Sólo que, claro, esas palabras no son más que un instrumento para ganar votos, y nada tienen que ver con lo que piense o haga Hillary Clinton. La, por el momento, última revelación de los correos de Hillary Clinton muestra hasta qué punto es así.

En 2013, después de abandonar la Secretaría de Estado de los Estados Unidos, se dedicó a dar una serie de conferencias ante grandes empresas de Wall Street, como Goldman Sachs, por las que ingresó 1,8 millones de dólares.

Sabemos, gracias a Wikileaks, lo que dijo Clinton ante Wall Street: Ella es partidaria del libre comercio y cree que no se debe aumentar la regulación del mercado financiero. Y les regaló los oídos diciendo que el sistema político saldría reforzado si “la gente con éxito en los negocios” tuviese más responsabilidades políticas.

Su audiencia le escucha, atentamente, decir punto por punto lo contrario de lo que dice todos los días ante la prensa, y Hillary se ve forzada a explicar su doblez: “Había que hacer algo por motivos políticos. Formas parte del Congreso y tus votantes están perdiendo sus trabajos y las empresas cierran, y todo el mundo, en la prensa, está diciendo que es culpa de Wall Street, no puedes quedarte sentada y no hacer nada”.

Podía haber explicado que ese discurso era falso en lugar de pregonarlo como si fuera una revelación divina. O, incluso, maravilla de todas las maravillas, podría haber reconocido que, en realidad, y como le pasa incluso a los expertos, no es capaz de entender la compleja relación de causas y efectos que se han desencadenado para dar con una crisis de esta magnitud.

Pero la oclocracia exige respuestas claras y comprensibles a todos los problemas, y una actitud gallarda, audaz, chulesca por parte del político. Los científicos dudan, los políticos afirman.

Los e-mails revelados por Wikileaks son muy ilustrativos de cómo funciona la política, aunque por otros motivos. Cuando ella le dijo a los directivos de Goldman Sachs que se necesitaba a gente como ellos tomando decisiones desde el gobierno, todos los que estaban en esa sala sabían perfectamente a qué se estaba refiriendo. A lo que había sucedido con Citigroup.

El banco estadounidense estaba en el punto de mira de los reguladores, la prensa y la opinión estadounidense por sus prácticas abusivas, que incluían beneficiarse de los clientes con menos formación para colocarle productos a la vez complejos y ruinosos. Es el escándalo de las preferentes de los EEUU.

Obama ganó las elecciones hablando de comportamientos como ese. Pero Citigroup había anegado la campaña de Obama con su dinero, unos pagos que muy pronto iban a tener rédito.

Poco después de que Obama ocupase el Despacho Oval, algunos de sus colaboradores recibieron un e-mail escrito desde una cuenta oficial de Citigroup, con sugerencias de puestos en la nueva Administración para una escogida lista de sus empleados.

Y muchos de ellos entraron en puestos clave relacionados con los intereses de la institución, como es el caso del comercio, en previsión del Acuerdo de Comercio e Inversión Transatlántico.

Esta es la democracia real, la de Hillary Clinton, pero también la de infinidad de políticos mucho menos corruptos que la ex senadora de Nueva York. Es un sistema de elección de élites extractivas, en el que los ciudadanos estamos sometidos a una presión ideológica constante, y en la que votamos unas opciones frente a otras, pero detrás de todas ellas hay una lucha descarnada de distintos grupos de interés intentando beneficiarse a costa del común.

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