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La economía del veto a Vox

Publicado en Libertad Digital

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La experiencia me dice que ningún partido español ha logrado resistirse a la tentación de los medios de comunicación.

Yo soy conservador por vocación. Me gustan las cosas estables. Por eso, en estos años de locura de nuevos partidos y siglas, siempre miro con suspicacia a los recién llegados. «¿Estos quiénes son?», me pregunto, «con lo cómodos que estábamos con la tranquila mediocridad del bipartidismo».

Lo mismo me ocurrió con Vox. En este caso, además, se sumaban las sospechas que te llegan de Europa, donde han ido surgiendo partidos de extrema derecha de lo más variopinto. Y donde partidos que no eran esa extrema derecha que nos quieren pintar (como la Alternativa por Alemania de los orígenes) han sido tomados al asalto por miserables de la peor condición.

Ahora, unos meses después de su salto real a la política nacional, que comienza con el juicio a los nacionalistas catalanes y las elecciones andaluzas, ya queda claro que Vox no es ultraderecha. No lo son sus líderes y sus candidatos; no al menos los que yo conozco, desde el sensatísimo José María Marco al brillante Francisco José Contreras. Ni tampoco su programa ni sus propuestas. Ahora mismo, Vox es un partido conservador clásico, más parecido a los tories británicos (con los que todo apunta que terminará integrándose en el Parlamento Europeo) que a ninguna otra cosa. ¿Con algunos tintes populistas, propuestas estrafalarias y candidatos mejorables? Pues sí, como el PSOE, el PP o Cs: porque como hagamos una recapitulación de declaraciones absurdas o promesas imposibles de cumplir, ni de broma Vox lidera la lista. Pero nada de lo que asustarse, una mezcla entre conservadores clásicos con un punto de democracia-cristiana (lo que en España han representado, con poco éxito hasta ahora, políticos como Jaime Mayor Oreja) y un cierto tradicionalismo, mezclado todo ello con toques liberales en economía (su programa en esta materia es el mejor de los que se han presentado con mucha diferencia). En resumen, que huelen a tories por todos lados. No tan lejos de lo que fue el PP de Aznar no hace tanto.

¿Podrían cambiar a peor? Sí. Fácilmente. Bastan 3-4 candidatos exitosos que se hacen con el control del partido y le dan la vuelta como un calcetín (de nuevo, el ejemplo alemán). Y cuando lo hagan lo diremos. Por ahora, conservadores clásicos sin más.

El veto

A pesar de todo esto, no me sorprendió la furia con la que los medios y los partidos españoles recibieron a Vox. En parte por pereza intelectual (si hay extrema derecha en Europa, la habrá en España), un poco por la clásica superioridad moral de la izquierda y también por esa ley del embudo que aplican cada día. Porque lo que define un partido como extremista no es que sean complacientes con dictaduras (Podemos, IU – Maduro) o que sean racistas (aquí los nacionalistas vasco-catalanes no tiene rival) o su apoyo a la violencia en política. Y en esto último ni siquiera tenemos que acudir a Bildu o al blanqueamiento de ETA que siempre ha caracterizado al nacionalismo y a la extrema izquierda española; miren las decenas de incidentes de las últimas dos campañas electorales, protagonizadas siempre por los mismos. Aquí la clave es si te denominas como de «derechas» o de «izquierdas» (o «nacionalista» pero anti-español, otro salvoconducto).

No esperaba demasiado de Évole o Ferreras: cuando te define el sectarismo, los matices acaban en el cubo de la basura. Ahora los de Ciudadanos se ponen estupendos, pero si Vox desaparece ellos vuelven a ser derecha extrema en 5 minutos. Pero sí pensé, ingenuo de mí, que si Vox avanzaba en la dirección correcta, en la de ser ese partido conservador que le disputa al PP una parte de su electorado que se siente abandonado, cambiaría el discurso predominante sobre ellos. O al menos se matizaría. Ya sabemos que no es así. Tendría que haberlo imaginado.

Porque lo primero que se busca con el veto a Vox, con eso del cordón sanitario, es marcar los límites del debate. De lo que se puede y no se puede decir. De los temas que no se pueden tocar.

Aunque sepan poco de economía, la izquierda político-mediática sí sabe mucho de esto. No necesitan leer sobre teoría de juegos, sobre análisis estratégico o sobre cómo influir en el comportamiento del adversario para saber que les está saliendo bien. ¿Recuerdan ustedes el famoso escrache que Pablo Iglesias le montó a Rosa Díez en la Universidad cuando todavía no era famoso? Muchas veces escucho a gente decir que ese tipo de acciones se vuelven contra quienes las practican, como el acoso a Cayetana Álvarez de Toledo en la campaña electoral. Pues bien, es mentira: en la España actual, casi siempre ganan los malos.

Sí, es cierto que en ese caso en concreto los que pierden son los miserables. Pero sólo durante 24 horas, mientras la foto tiene cierta actualidad. Porque quiero pensar que cualquier persona de buena voluntad, también la mayoría de votantes de izquierda, se ponen del lado de Díez o CAT cuando ven esas imágenes. Pero eso ya lo saben Iglesias y los de su ralea. ¿Entonces por qué lo hacen y por qué digo que casi siempre ganan los malos? Porque su triunfo no llega esa tarde. Su triunfo llega, de forma silenciosa, unos meses después. Cuando la asociación universitaria que invitó a Díez tiene que volver a montar unas conferencias y duda sobre si invitarla o no; cuando ese político constitucionalista en Cataluña se pregunta si merece la pena presentarse de nuevo en las listas; cuando ese ciudadano vasco acepta una oferta de trabajo en Madrid después de la enésima pintada en su portal.

Pues bien, lo mismo están haciendo con Vox. La sobreactuación es tan evidente que apesta y para la inmensa mayoría de los votantes del centro-derecha está quedando claro que no hay ninguna razón que lo justifique. Pero es que eso ya lo saben. De lo que se trata ahora es de avisar a Ciudadanos y al PP, a sus políticos actuales y futuros, de que hay temas que no se pueden tocar: la Ley de Violencia de Género, la Memoria Histórica, el aborto, las televisiones públicas, las autonomías, la situación de la UE… Si tocas cualquiera de estos temas (y muchos otros) eres ultraderecha, sin más. No hay debate. No hay matices. No hay posibilidad alguna de argumentación. Se te mandará al limbo de la irrelevancia mediática y el ostracismo social. Y fíjense que ni siquiera digo que yo esté al 100% con Vox en todas estas materias. En algunas discrepo y estoy más cerca de la postura de otros partidos. Pero es que aquí no hablamos de debatir, hablamos de silenciar.

De minoría a mayoría

La segunda razón es más palpable, aunque se dice menos en alto, porque resultaría casi grosero hacerlo.

Si los medios pro-PSOE están animando y presionando a Cs y PP para que le hagan el vacío a Vox es por una pura cuestión de poder: si quitas a Vox de en medio, el PSOE pasa de ser minoría a mayoría en buena parte del país. Así, sin más.

En España, en las últimas elecciones ha quedado claro, el resultado electoral lleva siendo el mismo desde hace 40 años: 42-43% entre derecha e izquierda y el resto para el nacionalismo. En su momento, Zapatero ya vio las posibilidades que esto le daba. De ahí su estrategia de entrega a independentistas vascos y catalanes. Sí, como español es preocupante y me parece miserable; pero desde un punto de vista de puro tacticismo político, la idea tiene todo el sentido. De hecho, en 2004 se inauguró un ciclo de dominio socialista en la política española que sólo una crisis devastadora logró quebrar.

Ahora Sánchez quiere darle una vuelta de tuerca a la táctica. Porque los números le salen en el conjunto de España, pero no en la mayoría de regiones o capitales de provincia. Hasta que llegó Vox. Si le metes un competidor a tu rival de derechas, que le quita entre 5-10 puntos de voto, y luego le excluyes de cualquier posible coalición, puedes ganar en muchos lugares hasta entonces inaccesibles. La jugada es maestra: yo puedo gobernar con Podemos y con ERC, con Puigdemont, con el PNV o con quien se tercie (veremos si incluso Bildu en Navarra) pero tú no con Vox.

En esto cuentan con los complejos de Cs, el partido más absurdo que se recuerda en la política española (y mira que hay candidatos). Si de verdad no querían nada con Vox, lo tenían fácil: podían haber hecho una campaña electoral reivindicando el centro puro y apostando por pactos con el PSOE o el PP. Creo que les habría ido mejor (mi apuesta es que si Cs se hubiese presentado a las generales con un lema del tipo «Somos la UCD», habrían sido primera fuerza política y habrían hundido al PSOE) y ahora tendrían mucha más legitimidad, también para sentarse con Vox y decirles, sin tanto teatro como están haciendo, que no les quieren como aliados.

En mi opinión, esa foto sería injusta con Vox, que no se merece los melindres de Villegas. Pero tendría algo de coherencia. Igual que sería coherente una propuesta del PSOE del tipo: «En aquellos lugares en los que la suma de PP+Cs tenga más escaños que el PSOE, nos abstendremos. Y les pedimos que hagan lo mismo si el PSOE suma más que PP+Cs». Si fuera verdad que lo que les importa es dar estabilidad a las instituciones o poner límites a los extremistas, es lo que harían. El PSOE tendría menos poder en regiones y ciudades pero una consecuencia lógica de la propuesta sería que Sánchez se mantendría en Moncloa cuatro años más.

Sin embargo, lo que tenemos es a un Cs que llegó a las urnas con la promesa de desalojar al PSOE siempre que se pudiera. En Madrid, por ejemplo, no hay ni un solo votante naranja que no pensara el día 26 por la noche que sus votos no irían a parar a un pacto con PP y Vox. Ni votante de Ciudadanos ni de nadie. Miren ustedes las portadas, los titulares, los comentarios en Twitter… Todos daban por hecho que habría acuerdo en Comunidad y Ayuntamiento. ¿Qué votos vas a perder por hacer lo que todos tus votantes pensaban que ibas a hacer cuando te votaron? Pues en ésas están, mareando la perdiz.

El PSOE, mientras, juega a Mitterrand, a ver si crea una extrema derecha (lo que ahora no es Vox) que dinamite a sus rivales. Una táctica que en el medio plazo ya sabemos lo que hizo con la izquierda francesa (porque no son los grandes empresarios, ni los millonarios, los que votan extrema derecha), pero que a corto plazo aseguraría el dominio socialista durante un par de ciclos electorales. Es como una empresa que disfruta de un monopolio en un territorio intentando consolidar su posición, poniéndole barreras al competidor más cercano. Lo que es absurdo es que sus competidores le sigan el juego. De nuevo, la presión de los medios. Y es que no hay nada que le guste más a un cargo de Ciudadanos (o del PP) que una columnita de El País de «venga, os admitimos en la tribu, durante los próximos 10 minutos habéis dejado de ser fachas». Se derriten por algo así, los pobrecitos.

Por último, pero no menos importante, también hay economía en la defensa de un régimen del que en España come mucha gente: el que se ha instalado en los medios de comunicación públicos y semi-públicos (porque eso es lo que son las televisiones del duopolio). Vox amenaza y denuncia esa censura silenciosa, el monopolio empresarial o la sinrazón de unas teles públicas dedicadas a hacer tertulias políticas (que deben ser un servicio público inexcusable viendo el tiempo que le dedican al tema).

Tengo para mí que ésta sería la promesa electoral que primero romperían. La experiencia me dice que ningún partido español ha logrado resistirse a la tentación de los medios de comunicación. En resumen, que, si puede, Vox intentará meterse en Telemadrid y se olvidará de lo que ahora promete: cerrarla o, al menos, convertirla en lo que debería ser, una tele de coros y danzas, que se dedique a hacer documentales sobre fiestas patronales y sobre los vinos de la región.

Pero la amenaza está ahí y los amenazados se revuelven. El que es tertuliano en La Sexta o Telemadrid, porque lo es; y el que aspira a serlo, porque no quiere perder esa posibilidad. También les digo que no creo que éste sea el principal motivo de lo que está ocurriendo. De hecho, creo que es el menos importante. Defienden más su cortijo ideológico que el chiringuito mediático que se han montado. Aunque éste último tampoco les viene mal protegerlo. Además, si me pongo cínico, ésta sería, de todas las razones, la que me parece menos criticable. Que sí, que se ponen estupendos hablando de democracia, derechos humanos o pluralismo y están protegiendo su factura. Esto sí que sería defensa de la propiedad privada… privada, aunque la paguemos usted y yo.

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