La semana pasada se ha dado una circunstancia novedosa en mi entorno económico. De entre todos los economistas que leo, a los que sigo, de los que aprendo, se han configurado "alianzas" inesperadas. José Carlos Díez y Juan Ramón Rallo, polos opuestos habitualmente, se han unido en su interpretación de los datos de nuestra economía y Daniel Lacalle se ha quedado solo con su pequeña esperanza.
No es lo mismo "de ninguna manera" que "tal vez"
Comentando en las redes sociales ambas perspectivas, Juan Carlos Urbano, siguiendo a Juan Ramón Rallo, apuntaba que, realmente, no hemos salido de la zona de riesgo porque no sabemos cuál va a ser el modelo económico de aquí a veinte años y que estamos lejos de completar las reformas necesarias para que aflore esa vía espontáneamente.
Es cierto. No solamente no hemos terminado, es que no hemos empezado algunas de las reformas necesarias, otras están, simplemente indicadas, como las operaciones matemáticas, otras a medio hacer y otras que no se llevarán a cabo del todo jamás. Todo eso es verdad.
Pero lo que leo entre líneas a alguien tan poco sospechoso de triunfalismo como Lacalle es que ya no estamos en la terrible zona de "de ninguna manera" salimos de ésta, sino que nos encontramos en un "tal vez" salgamos. Y, para mí, y para muchos españoles esa diferencia es importante.
Entiendo y comparto el miedo de Juan Ramón Rallo, amigo, vecino de columna en este periódico y director del Instituto Juan de Mariana. Es un miedo que muchos economistas tenemos… ¡incluido José Carlos Díez, aunque no siempre! Nos aterra el triunfalismo autocomplaciente, o broteverdismo, como ha bautizado Juan Ramón a ese mal.
La razón es que engancha y te traslada al peor de los escenarios, el mismo de siempre, el descuido del déficit y la negativa a persistir con unas reformas que más que necesarias son vitales.
Nadie, ni un planificador estatal, es capaz de saber por dónde va a caminar nuestra economía en veinte años. Sólo podemos poner los medios para que aflore la diversidad y los mercados se encarguen de filtrar qué sector es rentable. Claro que, seamos sensatos, eso es pedir peras al olmo. Para empezar, porque la realidad es que las empresas privilegiadas van a seguir "convenciendo" a los gobiernos para que sigan drenando recursos públicos y dirigiéndolos hacia los sectores que convengan. Y lo harán con la bendición de los ciudadanos, que apoyarán los 15-M en la Puerta del Sol de Madrid y seguirán votando privilegios.
El daño de la palabra manida
Lo cierto es que los dos gobiernos que han manejado la máquina estatal desde que empezó la crisis, el de Zapatero y el de Rajoy, han proclamado, siempre a bombo y platillo, diversas recuperaciones, salidas de la crisis, brotes verdes, fenómenos astronómicos, segundas y terceras venidas de Cristo y todo tipo de anunciaciones al más puro estilo "que viene el lobo" pero a la inversa.
El problema de esas salidas del túnel que nunca llegan y que son anunciadas periódicamente, por razones que tendrán su lógica pero no veo, es que la gente acaba invadida por el virus de la incredulidad, antesala de la apatía. Y eso sí que es más difícil de quitar que una mancha de tinta. A un pueblo azotado por la tasa más alta de paro de toda Europa desde hace años, con una destrucción empresarial sufrida desde que empezó la crisis enorme, y sin mucha esperanza, no puedes decirle "relájate que esto no duele" y endiñarle una subida de impuestos, o "ya se ha acabado lo empinado, de aquí en adelante ya todo cuesta abajo" si no es verdad. Eso es jugar con la gente. Y hacerlo veinte veces, además, es pensar que es tonta.
Los datos buenos a veces son insuficientes
Que el dato del paro no era malo, es así. Luego podemos ver exactamente la medida, la composición de la población activa, comparar con datos anteriores, y comprobar que no es para tirar cohetes. Pero no es un mal dato.
Que las exportaciones tiran, también es así. Que, a continuación, podemos analizar si se trata de exportaciones a nuevos clientes y nuestros demandantes natos están "enfermos" o estudiar la sostenibilidad de las mismas. Bien. Pero tampoco es un mal dato.
Que el informe de Standard & Poor’s es esperanzador, lo es. Que puede cuestionarse sus intenciones, y si los inversores deben o no hacer caso, o de hecho, van o no a hacer caso. De acuerdo. Pero el informe es positivo.
Y a partir de aquí, pensemos ¿dónde poso mi mirada? A veinte años, todo es irrelevante. A tres años, como me decía Juan Ramón Rallo, no hemos eliminado el riesgo de otro batacazo. Hay una enorme incertidumbre aún, pero ¿podemos asegurar lo contrario? pues tampoco, no podemos decir que no nos vamos a recuperar.
¿Qué significan los datos buenos? Que algo pequeñito se ha hecho bien. Y eso no implica que ya no hay que hacer nada más, ni descuidar el déficit, ni oculta otros datos que no son buenos. Pero reconozcamos al menos eso. Sin cohetes, pero mantengámonos pendientes. No nos vaya a pillar dormidos la esperanza.