El socialismo desconfía del éxito individual producto del esfuerzo porque una sociedad basada en la jerarquía, el mérito, el riesgo personal y la empresarialidad (que así es como los economistas austríacos llaman a la capacidad de todo ser humano para encontrar la forma de satisfacer necesidades ajenas y obtener un beneficio) jamás sería socialista. Para implantar su modelo de sociedad, la izquierda necesita corromper a quienes tienen éxito fuera del cotarro estatal o, si no se dejan, anularlos civilmente a base de declararlos enemigos de "lo colectivo".
Eso es lo que han hecho con el ex presidente de Endesa, y eso es lo que harán cada vez que un ciudadano demuestre con su ejemplo que sólo lejos de las gabelas estatales es moralmente aceptable prosperar. No se trata tanto de que los líderes del PSOE tengan algo personal contra Pizarro (probablemente también), sino de una cuestión de supervivencia política: con medio millón de Pizarros, el socialismo sería inviable en España.
El socialismo es el gobierno de los mediocres y los resentidos. La mezquindad de los Caldera, Blanco, De la Vega y Zapatero no es por tanto cosa de poca importancia, sino la condición moral inevitable de todo el que quiera medrar con éxito en el cotarro de la izquierda. El hombre que se hace a sí mismo, que lucha por superar las adversidades de la vida sin apelar a una supuesta injusticia social sino empleando a fondo su talento, que hace del esfuerzo y la disciplina los ejes de su conducta, que utiliza su cerebro de forma creativa para buscar oportunidades de negocio y tiene el arrojo de comprometer su patrimonio para llevar a cabo sus ideas, jamás tendrá encaje en una sociedad regida por los cánones ideológicos de la izquierda.
El socialismo verá siempre a estos individuos como una amenaza por su capacidad de convertirse en modelos para los demás. De ahí que cuando aparece un triunfador que todo lo ha ganado por sí mismo la principal preocupación de los dirigentes de la izquierda sea neutralizarlo civilmente acusándole de los más graves delitos antisociales. En su obcecada empresa, ni siquiera reparan en que su alegato contra ese victorioso representante de la libertad individual revela los vicios sobre los que se sustenta su propia mentalidad.
A Manuel Pizarro le machacan por decir que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos y por haber ganado en su empresa, una de las más importantes de Europa, lo que mil novecientos esclavos de la beneficencia estatal en un año. Sin saberlo, en vez de vilipendiarle lo ensalzan. Con su actitud, los dirigentes socialistas revelan que su proyecto político consiste en incautarse de una cantidad cada vez mayor de la riqueza ajena para subvencionar a los lobbies organizados que les apoyan y a una sociedad conformada por zombis morales que prefieren las migajas que les arroja el Estado antes que tener la posibilidad alcanzar el éxito mediante el talento y el esfuerzo.
El socialismo apela a las pasiones más bajas del ser humano para legitimar su proyecto político. Así ha sido a lo largo de la historia y así continua siendo para los partidos vagamente socialdemócratas. La envidia es la base del igualitarismo pregonado por la izquierda. Si no se ceba a aquélla, éste no arraiga.
A los envidiosos se les ensalza como personas de elevada moralidad que quieren acabar con la desigualdad, que es precisamente lo que nos distingue como seres humanos libres, pues el único modelo social igualitario es el basado en la esclavitud, donde todos los individuos aspiran únicamente a sobrevivir en perfecta situación de igualdad con el prójimo. En cambio, los que defendemos la libertad del ser humano para labrar nuestro propio futuro somos tachados de peligrosos individualistas e insolidarios. El ideólogo del PSOE encargado de diseñar la asignatura de adoctrinamiento colectivo ha hecho hincapié en alguna entrevista radiofónica en que el individualismo es un peligro para la democracia (la socialdemocracia), con lo que no hace sino expresar la idea ampliamente compartida por sus compañeros de secta, partidarios del igualitarismo impuesto de forma coactiva por el poder políticos.
Sin embargo, la única igualdad exigible es la de todos los ciudadanos ante la ley. Ahora bien, éste es precisamente el único igualitarismo que rechazan los socialistas. Sólo hay que echar un vistazo a su trayectoria reciente para constatarlo. Con el caso GAL, las instituciones del Estado intentaron por todos los medios que no se "estigmatizara" a los políticos implicados, como si éstos no tuvieran que responder de sus delitos igual que cualquier otro ciudadano. La imagen de la entrada en prisión de los condenados por este caso, con los dirigentes del PSOE jugando al corro en abierta rebelión jurídico-política, esmalta suficientemente su rechazo a este principio básico del Estado de Derecho. El asesinato civil y profesional del juez Liaño en el caso Sogecable o los continuos intentos de eliminar la independencia de las instituciones judiciales en la era Zapatero no hacen sino abundar en la evidencia.
Pizarro, que concita el odio más profundo de la casta socialista, ha dicho públicamente, en cambio, que prefiere ser ministro de Justicia antes que de Economía, precisamente porque estima prioritario garantizar la seguridad jurídica de todos los ciudadanos. También en este aspecto sale a relucir la calidad moral de unos y otros.
El enfermizo modelo social que promueve la izquierda penaliza la creatividad del individuo dispuesto a correr riesgos con la esperanza de obtener un beneficio. El triunfador es vituperado, y a los que crean riqueza a fuerza de talento y esfuerzo se les acusa de explotar a los demás. De esta forma, cada vez menos se decidirán a emprender nuevos negocios, que a todos pueden beneficiar. En cambio, aumentará el número de los que buscan enriquecerse al amparo del poder político de turno, utilizando las influencias y el soborno en lugar del ejercicio de la empresarialidad en un entorno de libre competencia, y el de aquellos que prefieren ser corrompidos por el Estado del Bienestar y culpar a los demás de desgracias de las que sólo ellos son responsables.
Lo que se dirime en las próximas elecciones del 9 de marzo no es sólo quién ostentará poder, sino una cuestión más profunda, que atañe al futuro que queremos para nuestro país. A un lado está el modelo Pizarro; al otro, el modelo Pepiño. Ustedes deciden.