Microsoft, por su parte, en vez de decir que está en su derecho de intentar hacer un producto más completo responde que su "prioridad es mantener informadas a las autoridades reguladoras y al sector", y que "está creando Windows Vista para ofrecer oportunidades sin precedentes a otras compañías del sector", es decir, a la competencia.
Si Jerónimo Castillo de Bobadilla levantara la cabeza le daría un soponcio mayúsculo. El escolástico español del siglo XVI fue la primera persona que definió competencia económica tal y como sólo es posible en un mercado libre y dinámico. Lo hizo en 1585 al afirmar que competencia consiste en emular al competidor. Además, estableció uno de los principales beneficios de la competencia: que los precios de los productos bajan con la emulación y con la concurrencia de vendedores así como con la abundancia.
Este concepto dinámico de la competencia empezó a ser torpedeado a finales del siglo XIX con las primeras legislaciones antitrust de los EE.UU. La Ley Sherman de 1890 surge en los estados centrales como resultado de la concesión de privilegios al lobby de los ineficientes agricultores y ganaderos de estos estados frente a los modernos y competitivos centros de producción que florecían cerca de Chicago. Desde entonces la legislación antimonopolio se ha convertido en el arma arrojadiza de los productores ineficientes frente a aquellos competidores que han servido mejor a los consumidores.
En Europa las leyes antitrust llegaron a mediados del siglo XX y en un principio se introdujeron por los recelos que los gobiernos de la Comunidad Europea tenían de los monopolios públicos de los otros países miembros. Sin embargo, no tardaron mucho en ser utilizadas por los empresarios que no conseguían el favor del consumidor y por los políticos empeñados en imponer sus visiones de lo que deberían ser los productos y los modelos empresariales del futuro. Desde entonces y hasta ahora los bruselócratas han ido combinando una idea de competencia estática en la que las empresas tienen que actuar en un mercado exento de competencia real donde tienen que vender el mismo producto que la competencia y al mismo precio, con leyes antitrust que les otorgan un poder arbitrario a la hora de penalizar o prohibir operaciones empresariales.
Microsoft se ha convertido en el rehén estrella de los políticos europeos. Primero fue acusada de haber conseguido una gran proporción del mercado, luego de integrar Media Player en su plataforma Windows y por último de no contar todos sus secretos a la competencia. Vamos, que los comisarios de competencia le persiguen por competir. Las nuevas amenazas contra el próximo sistema operativo de Microsoft muestran que son los políticos, y no los consumidores, quienes deciden cómo han de ser los productos en esta República Socialista Europea donde competir se ha convertido en un delito y la incompetencia política se ha erigido en freno del avance socio-económico.