El Gobierno de Mariano Rajoy llegó a La Moncloa ondeando la bandera de la austeridad. Desde un comienzo nos vendió que no le temblaría el pulso a la hora de maximizar el recorte de gastos para así acabar con el déficit público minimizando cualquier subida de impuestos. Al final, empero, resultó ser al revés: minimizó los recortes para así poder maximizar la subida de impuestos.
Justamente, la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para 2016 constituye una excelente oportunidad para comparar la austeridad rajoyana durante su primera legislatura; esto es, para comparar los últimos PGE que aprobó Zapatero –para 2011– con los últimos que ha aprobado Rajoy.
Grosso modo, vemos que el Gobierno central sí ha reducido algunos capítulos del gasto público. En concreto dos: servicios públicos básicos (justicia, seguridad y defensa) y actuaciones de carácter económico (subvenciones sectoriales), que son los de menor magnitud sobre el total. El primero cae un 15% y el segundo un 12%. Sin embargo, hay que tener presente que el recorte en las actuaciones de carácter económico habría sido mucho más intenso de no haberse producido un notable incremento –del 95%– en las transferencias a «industria y energía», debido esencialmente a que el Gobierno ha pasado a hacerse cargo de parte del déficit de tarifa para evitar que ésta siguiera subiendo (es decir, el contribuyente termina pagando parte de la factura de la luz de los usuarios, tanto familias como empresas).
En cambio, los otros dos capítulos –los verdaderamente cuantiosos– han sido cebados con más gasto durante esta legislatura. Por un lado, el capítulo de «gasto social», que crece un 3% con respecto a 2011, sobre todo porque los desembolsos totales en pensiones aumentan más de un 20%; por el contrario, otras partidas incluidas en esos mismos gastos sociales (esencialmente, las políticas activas de empleo y las prestaciones de paro) sí caen con cierta intensidad (recordemos que sanidad y educación están transferidas a las autonomías, de modo que el gasto público del Gobierno en estos rubros es poco menos que testimonial). Por otro, destaca el crecimiento en un 47% de las llamadas «actuaciones de carácter general», donde básicamente se incluye el gasto de la burocracia estatal, los intereses de la deuda y las transferencias del Gobierno central a autonomías y ayuntamientos: el motivo de su sobredimensión es que el Estado ha pasado a hacerse cargo de la financiación de la deuda de las autonomías a través del Fondo de Liquidez Autonómico (incluido entre los «servicios de carácter general»).
Si agregamos la totalidad de estos gastos, obtenemos que entre 2011 y 2016 el gasto público del Gobierno central crece un 11% (descontando la inflación, alrededor de un 8,5%). Acaso podría considerarse injusto culpar a Rajoy del incremento de transferencias a las autonomías, de la aprobación del FLA o del aumento de los intereses de la deuda (a mí entender no, pues todas esas partidas han sido promovidas y consentidas por él, en especial el sobreendeudamiento público para retrasar cuanto fuera posible el ajuste del déficit). Pues bien, cubrámonos las espaldas frente a esa crítica y excluyamos todo el capítulo de «actuaciones de carácter general» de nuestra comparativa: en tal caso nos encontraremos con que el gran tijeretazo, el ultrarrecortazo, el hiperaustericidio de Rajoy se traduce en haber reducido el gasto público un 0,8% en cinco años(casi un 3,5%, contando la inflación). Eso es todo, amigos.
Y es que Rajoy nunca quiso pinchar con valentía y decisión la burbuja estatal. Ante una situación de inminente bancarrota, optó por multiplicar los impuestos directos e indirectos, por aplicar recortes parciales en partidas menores de gasto discrecional que deberían haber sido suprimidas en su totalidad y por mantener intactas otras partidas enormes de gasto que, por su insostenibilidad a medio y largo plazo, deberían haberse revisado por entero (me refiero muy en especial a las pensiones). Y como no hizo lo que debía disparó el endeudamiento público, y con él los intereses de la deuda, hipotecando nuestro presente y futuro. De la quiebra nos salvó en 2012 la prodigalidad italo-teutona de Mario Draghi, no el irresponsable inmovilismo socialdemócrata de Rajoy.
En suma, ahí tienen en toda su extensión el lustro de austeridad del Gobierno que venía a poner en orden las desastrosas cuentas del Reino: un recorte del 0,8% con respecto a la burbuja de gasto público que nos legó ZP.