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La homeopatía y Rosa Montero

Publicado en Libertad Digital

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Aquí lo que tenemos son ministras de Sanidad que llevan pulseras mágicas.

Un niño italiano murió la semana pasada de una otitis –¡una otitis!–porque sus padres decidieron tratarlo con homeopatía en lugar de tratarle con medicinas de verdad. Para honrar su memoria, la columnista de El País ha publicado un artículo en el que no sólo vomita toda su incultura científica y económica, sino que blanquea la responsabilidad de curanderos fraudulentos.

La cantidad de sandeces que perpetra la escritora es una nueva demostración de que deberíamos exigir cierta base de ciencia y tecnología para poder ir de culto por la vida, que ejemplos hay incluso de creacionistas que dedican libros a enseñarnos a los demás el camino hacia la cultura. Para empezar, dedica unas líneas a uno de los mayores benefactores de la humanidad, Norman Bourlaug, el responsable de la revolución verde que ha permitido alimentar a cientos de millones de personas. Pero le acusa de crear ¡semillas transgénicas! ya en 1940, es decir, más de una década antes de que Watson y Crick descubrieran cómo era eso del ADN. Y es más, acusa a esas semillas de tener una especie de «gluten nuevo» que es el que provoca intolerancia, porque se ve que se cree que el gluten viejo y supongo que natural no lo hace. Pero a día de hoy el único cereal transgénico que se consume en algún punto del mundo es el maíz, y es justo un cereal que nunca ha tenido gluten. Eso sí, existe un trigo transgénico sin gluten inventado en España que los celiacos nunca disfrutarán en nuestro país porque tenemos ecologistas y políticos tan bobos como Rosa Montero.

Tras esta introducción, imagino que pensada para competir de tú a tú con Mercedes Milá en el ranking de las bobas incultas más famosas del país, la escritora pasa al meollo de su tesis: que está muy mal eso de hacer campaña contra la homeopatía porque las farmacéuticas son muy malas y ganan mucho dinero. O algo así. Obviando el detalle de que esas pérfidas compañías han salvado millones de vidas y Rosa Montero ninguna, lo cierto es que también existen multinacionales, como la francesa Boiron, dedicadas a la homeopatía, que ganan centenares de millones de euros y dedican un porcentaje a la investigación más bien exiguo, quizá porque saben que como lo suyo es un fraude toda esa partida es dinero tirado a la basura.

Es cierto que, como casi todas las campañas que tienen éxito, la de la homeopatía puede acabar resultando un poco cargante, por insistente y repetitiva. Pero los escépticos no se han centrado en esta práctica porque las farmacéuticas les estén engrasando los ejes con pasta, que es lo que Montero insinúa pero no tiene valor de decir explícitamente. Las farmacias venden homeopatía, hay médicos –que merecerían que les retiraran la licencia para ejercer– que recetan homeopatía, hay hasta alguna universidad que ha creado una cátedra de Homeopatía. Se ha expandido como un cáncer por tejidos que deberían estar limpios de fraude. Porque una práctica que consiste en vender azúcar y agua como medicina es un fraude. No ha pasado jamás por ningún estudio científico porque no puede hacerlo, ya que no tiene ningún efecto sobre el cuerpo, al no tener principio activo alguno, de tanto que los diluyen.

Si las etiquetas del tabaco indican en letras muy grandes que te puede matar, sus productos no se pueden publicitar ni vender libremente y los ejecutivos de las tabaqueras pasaron por los tribunales, no parece mucho pedir que algo similar suceda con la homeopatía. Obligar en las cajas a poner mensajes enormes que indiquen que no hace nada, prohibir su venta en farmacias y procesar a los directivos de empresas como Boiron por fraude serían los pasos razonables que debería tomar un Gobierno que se preocupa de verdad por la salud de sus ciudadanos y tiene suficiente cultura científica como para saber discriminar lo que tiene sentido y lo que no. Pero no, aquí lo que tenemos son ministras de Sanidad que llevan pulseras mágicas, grupos parlamentarios que se reúnen con el lobby homeopático e insignes representantes de la cultura oficial escribiendo bobadas sin que en la redacción del periódico «de referencia» se preocupen siquiera de corregir los errores de incultura científica más flagrantes. Porque no aceptaríamos que un columnista escribiera que Hamlet mató a su mujer por celos, pero sí que un investigador vulnera las leyes del espacio tiempo para emplear técnicas científicas décadas antes de que se inventaran.

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