Imaginen por un instante que se encuentran ustedes en cualquiera de los peldaños de la escalera que les muestro en la imagen adjunta. Traten ahora de recorrerlas mentalmente en sentido ascendente. Cuando hayan dado una vuelta completa, descubrirán con sorpresa que se encuentran en el punto de partida, pese a que, imaginariamente, no han dejado de subir escalones en ningún momento. ¿Cómo es esto posible? Si son aficionados a las ilusiones ópticas, probablemente habrán reconocido las escaleras imposibles o infinitas, también denominadas de Penrose, por el apellido de los matemáticos –padre e hijo– que las describieron por primera vez a finales de los años 50.
Si se fijan, el dibujo juega con la representación de la perspectiva para engañarles en su percepción, pues hace aparentemente plausible un objeto que en la realidad es imposible de construir. Pues bien, algo similar ocurre en la economía con las burbujas inducidas por las políticas de expansión monetaria y crediticia sin respaldo en el ahorro real: nos hacen creer que estamos subiendo cuando en realidad no hacemos sino descender a lo más profundo de una recesión.
Y es que nunca son demasiadas las alertas contra las recomendaciones que nos llegan, sobre todo del bando keynesiano, alentando a las autoridades monetarias a la creación de burbujas. Tal es el caso de Paul Krugman, tenaz en su empeño para que los bancos centrales continúen creando ilusiones ópticas que generen en el pueblo llano la sensación de que la economía crece, cuando, en realidad, no hacen sino hipotecar su futuro. Así es como se ha manifestado recientemente, alabando el discurso burbujístico de Larry Summers, sucesor wannabe de Ben ‘Helicopter’ Bernanke, cuyas expectativas profesionales parecen haber sido frustradas por la nominación de su rival, Janet Yellen.
Dado que, una vez más, este lunes se me ha adelantado McCoy –con referencia incluida a un estupendo recopilatorio de Pablo R. Suanzes– a comentar tanto las reacciones al discurso de Summers en el FMI como a la toma de posición opuesta de Charles Plosser, presidente de la Reserva Federal de Filadelfia, permítanme que me centre en insistir una vez más en el efecto tremendamente pernicioso y distorsionador que tienen las burbujas promovidas por los amantes de la manipulación monetaria.
Es creencia bastante común pensar que el crecimiento generado durante la fase expansiva del ciclo es bueno. A fin de cuentas, nadie puede negar que se crea empleo, se dotan infraestructuras, las fábricas venden más, los centros comerciales se llenan y no hay quien encuentre mesa en un restaurante un sábado por la noche. ¡Qué tiempos aquellos!, ¿verdad? Y, sin embargo, como en la escalera de Penrose, ahora sabemos que en aquel periodo estuvimos engañados por una ilusión óptica. En realidad, empezamos a empobrecernos mucho, mucho antes, de la quiebra de Lehman Brothers. Como expusieron Mises y Hayek, la destrucción del tejido económico no comienza en verdad con el pinchazo de la burbuja, sino con su mismo nacimiento.
Tal y como precisaron Lionel y Roger Penrose en su artículo original en el British Journal of Psychology, refiriéndose a su escalera imposible, “cada sección de la estructura es aceptable como representación de un tramo de escalera, pero las conexiones entre ellas están dibujadas de tal forma que, en su conjunto, es inconsistente”. Pues bien, con la economía, cuando se ve sometida a un proceso de expansión artificial del crédito sin que haya un aumento previo y voluntario del ahorro, ocurre un fenómeno parecido.
Así, si toman los sectores productivos más alejados del consumo, durante la fase de boom todo parece marchar viento en popa. La reducción en los tipos de interés propiciada por la mayor oferta de crédito –cuanto más préstamos quiera dar la banca, más deben bajar los tipos– convierte en rentables proyectos que no lo son a tasas mayores –si el retorno que se obtiene de la inversión es menor que los intereses del préstamo para financiarlo, el proyecto no es rentable y viceversa–.
En consecuencia, (i) se ‘ensancha’ la estructura de producción al ponerse en marcha nuevas iniciativas empresariales que requieren factores de producción que han de ser aportados por el tejido económico existente en ese momento –materias primas, mano de obra, bienes de equipo, etc.–; y (ii) a la vez se ‘alarga’, en el sentido de que se acometen inversiones cuyos frutos tardan más en materializarse –cuanto menores sean los tipos de interés, más atractivas parecerán las inversiones que ofrecen resultados más tarde en el tiempo–.
Por otro lado, durante la fase expansiva tampoco les va nada mal a los sectores que abastecen directamente al público. Si los estudian, comprobarán que los consumidores, al no haber incrementado su tasa de ahorro, continúan adquiriendo los productos de aquellos. Incluso a mayor ritmo, para regocijo de los creyentes en el PIB y de los recaudadores de impuestos, pues se verán animados por la combinación de tipos bajos –que les permite endeudarse para consumir– y la mayor actividad económica generada.
Por consiguiente, los productores de bienes de consumo, alentados por la mayor demanda de sus productos y favorecidos por las bajas tasas de interés, tenderán a acometer proyectos de ampliación de sus instalaciones, contribuyendo al ‘ensanchamiento’ de la estructura productiva y reclamando para ello factores de producción de entre los existentes en ese momento –materias primas, mano de obra, bienes de equipo, etc–.
Quizás se hayan percatado de que algo falla. Tal y como describían los Penrose, por separado todo parece funcionar. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuándo ponemos en conexión los diferentes tramos de escalera? En efecto, el papel lo aguanta todo, y el papel moneda parece que también, pero cuando bajamos a la realidad nos encontramos con que, por mucho dinero fiduciario que hayan creado los bancos centrales y el sistema bancario, las materias primas, la mano de obra y los bienes de equipo con los que se cuenta inicialmente son los que son. Esos no se multiplican ni se crean de la noche a la mañana out of thin air.
Los productores de las diferentes etapas del proceso productivo entran, pues, en competencia por los factores de producción, generando importantes distorsiones tanto en los precios relativos como en la percepción de beneficios empresariales y en la asignación de recursos y distribución de la riqueza. Un proceso que, lejos de ser beneficioso, como nos insisten insistentemente, es tremendamente inicuo, ya que necesariamente se están desviando recursos de donde más se necesitan a proyectos sin futuro. Se está malinvirtiendo el capital, siempre escaso.
No se cansen de repetírselo a ustedes mismos, las urbanizaciones fantasma, las fábricas a medio construir y que nunca se acabarán, el dinero ‘invertido’ en apuestas especulativas fallidas, sean acciones ‘puntocom’ o bonos basura a precios inflados, no crean ninguna prosperidad, por mucho empleo y sensación de riqueza que hayan generado en su gestación. Antes bien, la destruyen.
Por este motivo, les sugiero que desconfíen de los cantos de sirena de aquellos que les venden las bondades de las burbujas, los tipos de interés artificialmente bajos y las ‘sanas’ tasas de inflación moderadas. El crecimiento que les proponen es una ilusión óptica.