“Si mis ideas son las correctas y las ideas ajenas están equivocadas, cabe justificar la imposición de mis ideas por la fuerza”.
La sabiduría convencional suele vincular la derecha con la tradición, la jerarquía, la autoridad, la oligarquía, el nacionalismo o el militarismo. Desde esa estrecha perspectiva, resulta lógico que el autoritarismo sea considerado un monstruo típicamente de derechas: a la postre, el autoritarismo parece guardar una conexión muy fuerte con la aceptación ciega de las tradiciones, con el ordeno y mando propio de las jerarquías, con la obediencia debida a la autoridad, con las asimetrías de poder consustanciales a las oligarquías, con la intolerancia hacia el extranjero del nacionalismo o con la fuerza bruta del militarismo.
Por el contrario, esa misma sabiduría convencional suele asociar la izquierda con el progreso, la igualdad, la rebeldía, la democracia, el internacionalismo o el pacifismo. Desde semejante óptica, también resulta lógico que la izquierda sea reputada radicalmente incompatible con el autoritarismo: al cabo, el autoritarismo suele casar mal con el pensamiento crítico requerido por el progreso, con el respeto mutuo que se halla en la base de la igualdad, con la actitud de insumisión permanente hacia el ‘statu quo’ que subyace en la rebeldía, con la absoluta simetría de poder (un hombre, un voto) en que se fundamenta la democracia, con la tolerancia hacia lo foráneo que destila el internacionalismo o con la resistencia no violenta propia del pacifismo.
Partiendo de tan reduccionistas premisas, se entenderá que la mayoría de la población vea el autoritarismo como un fenómeno exclusivo de la derecha y completamente incompatible con la izquierda. Como mucho, los habrá que admitan la remota posibilidad de que versiones extremas y degeneradas de la izquierda terminen cayendo en el autoritarismo, pero en todo caso se seguirá considerando mucho más probable que las personas de derechas caigan en el autoritarismo a que lo hagan las personas de izquierdas.
Sin embargo, un reciente estudio publicado en ‘Political Psychology’ echa por tierra todos estos lugares comunes políticos: la gente de izquierdas puede caer en el autoritarismo con una probabilidad similar a la gente de derechas, pues ambos grupos exhiben un grado similar de prejuicios, dogmatismo y fanatismo.
Por un lado, la gente de derechas que participó en su estudio era más propensa a suscribir afirmaciones tales como que «nuestro país necesita de un líder fuerte que acabe con los nuevos y pecaminosos estilos de vida que nos están perjudicando», «la única forma de superar la crisis es regresando a nuestros valores tradicionales, encumbrar a líderes poderosos que los defiendan y censurar a los alborotadores que difundan malas ideas», «nuestro país no necesita de intelectuales que cuestionen el poder establecido», «nuestro país será destruido si no aplastamos las perversiones que erosionan nuestras creencias tradicionales», «habría que sancionar a aquellos que se opongan a la ley de Dios en materia de aborto, pornografía y matrimonio», «las autoridades deberían desactivar a aquellos grupos de ateos radicales que están tratando de arruinar el país para promover su agenda antirreligiosa» o «nuestro país funcionaría mejor si los alborotadores se callaran y aceptaran nuestro modo de vida tradicional».
Por otro, la gente de izquierdas que participó en el estudio era tan propensa como la gente de derechas a suscribir afirmaciones tales como “nuestro país necesita de un líder fuerte de izquierdas que destruya aquellos estilos de vida tradicionales que nos están perjudicando”, “la única forma de superar la crisis es abandonando nuestros valores tradicionales, encumbrar a líderes poderosos que se opongan a esos valores y censurar a los alborotadores que los difundan”, “nuestro país no necesita intelectuales de derechas que cuestionen los movimientos progresistas”, “nuestro país será destruido si no aplastamos aquellos valores tradicionales que impiden la expansión de los valores progresistas”, “habría que sancionar a aquellos que quieren restablecer la ley de Dios en cuestiones como el aborto, la pornografía o el matrimonio”, “las autoridades deberían desactivar aquellos grupos de cristianos radicales que están tratando de arruinar el país para promover su agenda religiosa” o “nuestro país funcionaría mejor si los alborotadores cristianos se callaran y aceptaran el pensamiento progresista”.
La pulsión autoritaria subyace con la misma intensidad dentro de lo que coloquialmente denominamos ‘izquierda’ como dentro de lo que coloquialmente denominados ‘derecha’ (de hecho, en el estudio la izquierda obtuvo una puntuación ligeramente superior en la escala de autoritarismo que la derecha). Una conclusión que, dicho sea de paso, tiene su claro reflejo en los muchos regímenes autoritarios que históricamente han defendido tanto la derecha como la izquierda según estos se acercaran a sus posiciones ideológicas.
La razón de fondo de esta simetría autoritaria entre derecha a izquierda probablemente resida en que, como el propio estudio también acredita, la distribución de personas prejuiciosas (rechazo emocional hacia ideas opuestas), dogmáticas (cerrazón mental y simplismo a la hora de categorizar la realidad en blanco/negro) y fanáticas (apego a las propias ideas y oposición a revisarlas al recibir nueva información) era similar en ambos grupos. Las personas de derechas tienden a ser prejuiciosas, dogmáticas y fanáticas con respecto a aquellos asuntos nucleares en su ideología y, a su vez, las personas de izquierdas tienden a serlo con respecto a los suyos.
Todo lo anterior, en suma, solo sirve para poner de manifiesto que la tentación autoritaria está presente en cualquier sistema ideológico que busque universalizar un conjunto de valores e ideas sobre la totalidad de la población: “Si mis ideas son las correctas y las ideas ajenas están equivocadas, entonces cabe justificar la imposición de mis ideas por la fuerza”. Frente a tal tentación autoritaria, consustancial a cualquier proyecto ideológico maximalista, el liberalismo siempre ha postulado una visión minimalista del orden político: dada la irreductible complejidad y diversidad de los proyectos de vida de las personas, solo podemos aspirar a sentar las bases institucionales mínimas que garanticen la coexistencia pacífica de todos esos proyectos vitales, no a que unos aplasten y se impongan ‘manu militari’ sobre los otros.
El escepticismo liberal hacia la concentración de poder y hacia el uso de la violencia es el mejor antídoto conocido contra la degeneración autoritaria, esto es, contra la siempre presente amenaza de que un grupo de fundamentalistas ideológicos impongan coactivamente su agenda religiosa, racial, moral o económica sobre el conjunto de la población. La tolerancia bidireccional —es decir, el respeto mutuo— no solo está en la base del liberalismo, sino que es el mejor dique de contención contra el autoritarismo de derechas y de izquierdas.