Cualquier realidad puede ser así violentada, pero ninguna como la política, ya que suyo es el reino de la mentira y la manipulación de los sentimientos; del espectáculo y la representación.
Miren, sino, cómo Partido Popular y PSOE se han intercambiado los papeles por completo. Mariano Rajoy adopta un papel magnánimo, condescendiente, y ha dedicado su 16 congreso a anunciar pactos con los otros partidos. ¿Alguien le ha dicho a Mariano Rajoy que él no ha ganado las elecciones? Los partidos tienen que intentar hacer avanzar sus programas. Lo harían de forma absoluta y total, pero el sistema les obliga, en ocasiones, a realizar pactos. Pero quien concede esos acuerdos es quien está en el poder. Rajoy habla de acuerdos pero porque quiere ser aceptado, perdonado por los demás a pesar de ser quien es y representar al centro derecha español.
¿Y el PSOE? Bien cierto es que no tiene mayoría absoluta, pero está en el poder. Él tiene los ingentes medios que otorga el Gobierno en su mano. Y una capacidad de comunicación a la que no se acerca, ni por asomo, el Partido Popular. Celebran estos días la que es su fiesta, en la que reciben universal atención de los medios de comunicación de España, prestos a hacerse eco de todos sus mensajes, eslóganes, ideas, proyectos. Y ¿a qué dedican la mitad del tiempo? A hacer oposición… de la oposición. PP y PSOE han intercambiado sus roles; pero lo interesante es saber porqué.
El PP por ser esa derecha descreída que teme sus propios valores y los oculta o matiza; los viste o incluso los disfraza. Y centra su atención desde el propio proyecto a la forma de conseguirlo. El centro, insisten Rajoy y sus marianistas, “es una actitud”. Y la que más fácil venta tiene es la del acuerdo y los pactos.
Las razones del PSOE para hacer de oposición desde el Gobierno son muy otras. Los socialistas han interiorizado hasta el más recóndito de sus humores la concepción moderna de la política que inició un austríaco allá por los años 20 en una Alemania humillada por los avatares de la historia. La política de la era de masas no es la de los discursos parlamentarios, sino la de la apelación a los sentimientos, a las entrañas. Los sentimientos mueven a las personas, y cuanto más primarios, mejor. Adhesión, admiración, amor, odio, indignación… Y ese tribal sentimiento de pertenencia, el “nosotros” frente a “ellos”.
En el discurso racional, en la política decimonónica de Rajoy, el brillante parlamentario, el PSOE tiene (casi) todas las de perder. Es en el terreno de los sentimientos, de las identificaciones, donde los socialistas adquieren todo su poder. Y el odio, el rechazo visceral y acrítico al adversario, al PP, es absolutamente necesario. Pero el odio cansa, por eso hay que avivarlo constantemente. Esa es la clave del discurso socialista de estos días, y de todos.
Rajoy insiste en hacer apelaciones a la realidad, a la economía, a “los verdaderos problemas de los españoles”. Y Zapatero, amo de la prestidigitación, hace desaparecer crisis monumentales a la vista de todos como David Copperfield hizo lo propio con la Estatua de la Libertad en la isla Ellis. Eutanasia por aquí, aborto por allá, derechona, derechona, hocus-pocus y ¡paf! ¿Dónde está la crisis?