La prueba de que la renta básica no funciona está en que los que la defienden sólo la quieren como subsidio y se niegan a implementar impuestos negativos.
“Be back about quarter to twelve, don’t want to be your slave” Mick Jagger
Es triste que se haya llegado a la situación por la cual los políticos, cuando se encuentran al borde de la extinción pública, deciden acudir a las propuestas mágicas inviables. Les entra la generosidad sin límites, con el dinero de los demás. Pero, cuando se trata a los votantes como adolescentes malcriados, siempre acaba mal para el populista.
La promesa de una renta básica esconde una realidad muy distinta. No es una renta, es una subvención, no es básica, es una “paguita” asistencialista, y no resuelve ningún problema.
La renta básica no reduce la pobreza, la perpetúa, y convierte a los ciudadanos en clientes-rehenes.
No tenemos que irnos muy lejos para saber que no funciona. Esquemas muy similares se dan en regiones de España que hoy siguen siendo campeonas en pobreza y paro tras más de tres décadas de asistencialismo.
No solo no se reduce la desigualdad, sino que la perpetúa, relegando a una parte sustancial de la población a depender de esa falsa renta, que no deja de ser un subsidio.
Ya existe.
Siempre hay alguien que piensa que sus ideas son novedosas, aunque se apliquen ya. Y que no funcionan porque no se gasta mucho más.
En España ya existe una renta mínima de inserción que beneficia a más de 638.000 personas en todo el país, con un coste superior a los 1.000 millones de euros. Es una ayuda que se ofrece para casos extremos y con garantías.
Pero, por supuesto, los nuevos populistas lo que quieren es gastar mucho más. El coste de las promesas mágicas de algunos superaría los 15.000 millones de euros todos los años como mínimo -usando la cifra “maquillada” de algunos partidos-, 72.000 millones siendo realistas, lo cual llevaría a la economía española a entrar en un déficit desproporcionado. No reduce gasto en otras partidas, y un análisis mínimamente riguroso nos muestra que es un enorme desincentivo al trabajo y un incentivo a la economía sumergida.
Antes de pensar en el más que evidente riesgo de un efecto llamada y desincentivo al trabajo clarísimo, la adopción de una renta básica limitada a las personas “en riesgo de pobreza” necesitaría más de 72.000 millones de euros anuales, una cifra inviable ya que supone casi el 20% de la recaudación total. Incluso si fuera 15.000 millones, supone aumentar el déficit estructural de España al 4% del PIB. Una locura que, cuando llegue la inevitable crisis de deuda, se lleva por delante la renta básica y los servicios públicos de verdadero valor añadido.
En un país con casi un 20% de economía sumergida, negar que se daría un efecto llamada por el cual muchos ciudadanos acudirían a esta subvención mientras realizan trabajos fuera del control del fisco no es solo ingenuo, es infantil. No quiero contarles el ejemplo de las familias enteras abusando de los ‘benefits’ en Reino Unido, pero se llegó a hacer una serie de televisión sobre el brutal abuso de las ayudas estatales.
Es a todas luces infinanciable. Acudir al cuento de que se subirían los impuestos a los ricos para pagarla es empíricamente falso. Con las subidas de impuestos ya realizadas no se ha conseguido eliminar el déficit ni recaudar para cubrir los gastos actuales (lean «el cuento de subir los impuestos a los ricos«)
Los “impuestos a los ricos” es el timo más recurrente en el discurso del populista. En España hay menos de 4.700 contribuyentes que ganen más de 600.000 euros al año. No precisamente “grandes fortunas”, y suponen 2.600 millones de euros de recaudación. Ni duplicando el esfuerzo fiscal -suponiendo que el incremento de ingresos fuera lineal, y que nadie hiciera las maletas, y ni lo es ni ocurriría- se consigue financiar una fracción de los espejismos de gasto de los populistas e intervencionistas.
Pero es que en España los especialistas en redistribuir la nada llaman “ricos” a los que ganan más de 60.000 euros año. Estamos hablando, incluidos los 4.700 anteriores, de menos de 615.000 contribuyentes que aportan 22.000 millones a las arcas del estado, más del 32% del total ingresado por IRPF, y ni 1.500 millones de euros por patrimonio. Es decir, ni duplicando la presión fiscal -que llevaría a que se fuese hasta el apuntador- se recauda para financiar CADA AÑO una cantidad adicional similar.
La prueba de que no funciona y que no es más que una forma de captar clientes-votantes rehenes es que los campeones de la solidaridad con el dinero de los demás no solo no aceptan una solución lógica, sino que la rechazan.
¿Cuál es esa solución lógica, que evita el efecto llamada, incentivo a economía sumergida y perpetuación de la pobreza? Un impuesto negativo
¿Qué es un impuesto negativo? Que esas personas reciban un trabajo que, aunque tenga salario bajo, se amplíe en renta disponible deduciendo impuestos. Con ello no se desincentiva, sino que se incentiva el trabajo, se evita el clientelismo y se ataca el riesgo de fraude.
¿Por qué lo rechazan los nuevos populistas? Porque es mucho mejor tener rehenes dependientes de la “generosidad” del gobernante y, por lo tanto, deberle favores a cambio de las migajas del asistencialismo.
La prueba de que la renta básica no funciona está en que los que la defienden sólo la quieren como subsidio y se niegan a implementar impuestos negativos. Y muestra, con total claridad, que no buscan reducir la pobreza, sino mantenerla para tener votantes cautivos.