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La oportunidad de López

Publicado en Libertad Digital

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Bajo la radio y presto atención a los carteles, aunque aún quedan lejos para discernir el nombre de los presos cubanos en EEUU cuya liberación exigen. Están, claro es, a la espalda de la embajada de aquél país en el nuestro. El semáforo se pone en verde y avanzo a distancia del coche de adelante, con la ventanilla bajada y a baja velocidad. Y, movido por una infantil indignación, les miro y grito: “¡Libertad para los presos de Cuba!”. Oigo sus silbidos y me alejo sin pisar apenas el acelerador.

Batista, aquél dictador, tenía una cincuentena de prisiones en la isla. Hoy ronda los tres centenares y la población presa que es como la de Cádiz, Orense o Algeciras. En verdad, Castro ha reducido el número de cárceles a una sola y es toda la población cubana la que vive en una cárcel; dos millones largos de almas.

La desagradable escena me ha hecho pensar en un preso cubano; en una persona de carne y huesos encarcelados por oponerse a la dictadura en Cuba. Ahogaba sus penas en tinta. Escribió una carta en la que se expresaba con esa libertad que sólo está al alcance de los presos. Decía en su misiva: "Arreglé mi celda el viernes. Baldeé el piso de granito con agua y jabón primero, polvo de mármol después, luego con Lavasol y por último agua con creolina. Arreglé mis cosas y reina aquí el más absoluto orden. Las habitaciones del Hotel Nacional no están tan limpias…".

Al preso le rodea el Caribe, que se filtra en la cárcel hasta hacerla parecer algo completamente distinto: “Cuando cojo sol por la mañana en shorts y siento el agua de mar, me parece que estoy en una playa, luego un pequeño restaurante aquí. ¡Me van a hacer creer que estoy de vacaciones!”. Pero él no está de vacaciones. Se opuso a la dictadura cubana y paga su atrevimiento con su libertad. Nada puede compensar esa carencia. Ni siquiera la constatación de que, en verdad, el prisionero no lleva una vida desagradable: “"Ya tengo sol varias horas todas las tardes y los martes, jueves y domingo también por la mañana. Un patio grande y solitario, cerrado por completo con una galería. Paso allí horas muy agradables…”.

Han pasado 55 años desde que el 4 de abril de 1954 Fidel Castro escribiese esas palabras. Muchos de sus cien mil prisioneros darían un brazo por escribir con el otro la misma carta.

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