Mi compañero columnista en este periódico, director del Instituto Juan de Mariana, co-tertuliano y amigo, Juan Ramón Rallo, publicó hace un par de días un artículo titulado “Podemos y el fracaso de la democracia participativa”. En él, el autor trata de mostrar los fallos que han llevado a la democracia participativa del partido político de izquierda radical, Podemos, al más absoluto fracaso de organización. Y lo hace muy bien. Pero no se limita a eso. Rallo va más allá y expone sus reclamaciones a la democracia en general, frente a la que propone un sistema de libre mercado, contractualista, al más puro estilo anarco capitalista. Quienes le conocemos desde hace años no estamos sorprendidos. Pero las redes sociales han enarcado la ceja derecha estupefactas.
Uno de los peligros de los analistas (económicos y políticos) es caer en la denuncia permanente sin proponer medidas o, al menos, soluciones viables. Y aquí es donde el anarco capitalismo tiene que seguir trabajando. Porque las tesis contractualistas están muy bien, si no contamos con la naturaleza del ser humano y con la ley de las consecuencias no queridas. Es verdad que sería maravilloso que pudiéramos vivir en una sociedad de 35 millones de habitantes (¡o de 350 millones!) mediante acuerdos voluntarios, con agencias de seguridad, agencias de justicia, sin fronteras, libre comercio, monedas que compiten entre sí y sin bancos centrales. Mientras tanto, en el camino, muchos anarco capitalistas agarran el bazooka y bombardean grandes palabras que no significan lo mismo para ellos que para mucha gente. En este caso, la palabra (y el concepto que hay detrás), democracia.
Porque para muchas personas, especialmente en España, democracia es lo que vino después de la dictadura, la que Rallo no vivió, donde las libertades económicas, políticas y sociales fueron casi un chiste. Acepto diferenciar el periodo de autarquía de la apertura aceptada a regañadientes tras una compleja negociación (lo que sea por luchar contra el comunismo soviético: Estados Unidos abre sus bases en España y a cambio nos da la parte correspondiente del Plan Marshall que nos negó en su momento). Con todo y con eso, la autarquía duró 20 años y aún en los años 60 el divorcio no estaba legalizado y las mujeres no podíamos abrir una cuenta corriente sin respaldo de un hombre. Para gran parte de la población de nuestro país, el concepto de democracia podrá tener todos los problemas del mundo… pero necesitan una alternativa que no abra ni un resquicio a algo peor, como lo que ya hemos vivido.
Si “la democracia tiene problemas irresolubles en materia de información (…) sesgos individuales (…) agregabilidad de voluntades (…) e incentivos” también lo tienen prácticamente todos los sistemas de coordinación humana cuando el número de participantes aumenta.
En primer lugar, desde luego que la gente no está completamente informada de las decisiones de sus políticos. Y muchos ciudadanos no quieren conocerlas. De la misma manera que mucha gente compra la marca de galletas de toda la vida y no se plantea cuál es la decisión más racional. Esos cálculos de optimización de las decisiones, en la realidad, son ineficientes. Si una gran mayoría decide ceder la codificación de sus normas morales a una religión con código estándar (el que sea) en vez de plantearse todo cada vez, por algo será.
El sistema que propone Juan Ramón Rallo, incluso si teóricamente es el que más me convence, no está lo suficientemente maduro, trabajado, no es lo suficientemente real como para desbancar a la democracia, con todos sus defectos. Hay que elegir “susto”.
La democracia y sus demonios
Si no queremos caer en lo mismo que denunciamos, por más que tengamos mil autores que han descrito, argumentado, imaginado un mundo anarco capitalista, creo que hay que partir de los mimbres de que disponemos para hacer las mejores cestas posibles. Nuestra democracia apesta: hay corrupción, las instituciones que deberían velar por su limpieza no funcionan, los políticos abusan, parte de la ciudadanía también, la otra parte, desde el mar de la desidia, lo consienten. ¿Dónde ha quedado la rendición de cuentas, la separación de poderes, la autonomía del ciudadano para impugnar y denunciar? ¿Cómo se renueva todo este desastre?
En nuestro micro universo todos renunciamos en mayor o menor medida a parcelas de libertad
Personalmente, no soy partidaria de planificar ni siquiera la libertad. Eso de decirle a la gente qué tiene que querer me supera. Y al fin y al cabo, en nuestro micro universo todos renunciamos en mayor o menor medida a parcelas de libertad. Tampoco sabemos todos qué hace nuestra empresa con el dinero y si es de nuestro agrado, o si son honestas las contrataciones (excepto la nuestra que es la que miramos).
Creo en la desregulación institucional, de manera que no se impida que afloren nuevas instituciones (como la llamada “sharing economy” o el “shadow banking”). Siempre respetando la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos, por supuesto. Creo en pocas leyes, pero claras y que se cumplan en igualdad de condiciones. Creo en el fin de los privilegios a empresarios poderosos, reyes, políticos e iglesias. Y, desde luego, creo que los incentivos lo son todo. Estudiemos qué incentivos, qué leyes y qué nuevos modos. Propongamos el fin de las diferencias ante la ley de los ciudadanos. Y después, si queda tiempo… soñamos.