Los grandes medios de comunicación contraponen deliberadamente dos modos de solucionar la pobreza que en el fondo son idénticos: por un lado tenemos el G-8, cumbre política capitalista y economicista; por otro el Live 8, movimiento social y solidario
El G-8 y Live 8 son vistos como el frío y el calor, la razón y el corazón, el pragmatismo y las buenas intenciones. El ciudadano medio tiende a observar ambos movimientos como dos caminos para erradicar la pobreza: uno calculador, lento pero eficaz, y otro impulsivo, bienintencionado pero torpe.
En realidad, la diferencia entre el G-8 y el Live 8 son mínimas; mucho más adecuado sería agruparlos en el calificativo de la Banda del 8. Ambos movimientos desconfían del individuo, del capitalismo y de la propiedad privada. Sus recomendaciones pasan indefectiblemente por expoliar al ciudadano occidental e incrementar el intervencionismo y la planificación en África. Unos y otros son, al fin y al cabo, socialistas, ya sea de cabeza o de corazón.
Aun así, conviene estudiar cuáles son los efectos de algunas de sus más sonadas propuestas para desarrollar el Tercer Mundo. ¿Tienen algún efecto positivo?
La redistribución cósmica del 0’7%
Tanto el Live 8 como el G-8 parecen dispuestos a donar al Tercer Mundo un 0’7% de su PIB. Sin duda, se trata de la principal reivindicación de los grupos socialistas, que todavía no han entendido absolutamente nada acerca del funcionamiento de la sociedad.
El gran economista del desarrollo P. T. Bauer solía resumir el problema de la ayuda externa en dos frases que nos servirán como guión para nuestra explicación.
Por un lado, la ayuda externa no es necesaria ni suficiente para lograr el desarrollo. Como dijimos, el elemento clave para la generación de riqueza es la propiedad privada, que da lugar a la división del trabajo y a la acumulación de capital. Sin propiedad privada la ayuda externa, simplemente, se despilfarrará.
Imagine que usted recibe un premio de 10.000 euros; tiene dos opciones: o gastarlo o invertirlo. El desarrollo necesita, como ya hemos señalado, de inversión en bienes de capital. Sin protección de la propiedad privada, empero, toda inversión resultará absurda, pues el Gobierno podría expropiarle en cualquier momento su riqueza. La decisión más racional será utilizar los 10.000 euros en gastos corrientes e inmediatos.
Además, aun cuando algún arriesgado africano se decidiera a invertirlos, sin reconocimiento de la propiedad privada, su empresa quebraría a las pocas semanas. ¿Quién puede acumular riqueza en un clima hostil a la riqueza? Por poner una analogía: antes de repoblar un bosque hay que apagar el incendio. Si empezáramos a plantar árboles cuando las llamas aún estuvieran incandescentes los nuevos árboles serían rápidamente arrasados por el fuego.
Ahora bien, la ayuda externa tampoco es necesaria para el desarrollo. Como vimos en el primer artículo, cuando la propiedad privada y la libertad comercial están presentes el ritmo de creación de riqueza deviene tan acelerado que las transferencias públicas resultan, cuando menos, irrelevantes. "Aramos", le dijo la mosca política al buey empresarial.
Ningún país se ha desarrollado gracias a la planificación política. El colapso del sistema socialista está suficientemente reciente como para que algunos sigan implorando la ayuda externa a modo de panacea.
Pero además P. T. Bauer resumía el problema de la ayuda externa como la transferencia coactiva de dinero desde los pobres de los países ricos hacia los ricos de los países pobres. El famoso 0’7% supone, en la práctica, una consolidación de las dictaduras que empobrecen África.
Lejos de contribuir a la limitación de su poder, el 0’7% incrementa el poder y afán dirigista de unos regímenes asentados en el vilipendio de las libertades de sus ciudadanos y en el nulo respeto a la propiedad privada. Cabe afirmar, pues, que, lejos de ser inútil, la ayuda externa resulta nociva para el Tercer Mundo.
Los tiranos desvían la atención del auténtico problema –su ataque a la propiedad privada–, los occidentales se sienten complacidos con su contribución y los africanos se estancan en la miseria. ¿Qué más podría esperarse de una transferencia desde los europeos a los políticos africanos?
Un impuesto regresivo llamado Tasa Tobin
Desde diversas asociaciones izquierdistas como Attac se viene clamando por la necesidad de imponer un impuesto a las transacciones financieras internacionales (concretamente, en el cambio de moneda) para obtener fondos suficientes para desarrollar el Tercer Mundo.
La crítica al 0’7% resulta aplicable a este caso: la ampliación del poder político no sirve para enriquecer a los países, más bien para empobrecerlos. Pero es que, además, la Tasa Tobin tiene una serie de efectos perversos adicionales que conviene destacar.
Por un lado, el impuesto grava los canjes de moneda, de manera que se encarece invertir en el extranjero. Por ejemplo, si un europeo crea una empresa en Ghana, y contrata a varios trabajadores ghaneses, tendrá que convertir los euros en nuevos cedis (moneda oficial de Ghana), para lo cual tendrá que pagar el impuesto. En otras palabras, la Tasa Tobin, por mucho que sus defensores lo nieguen, reduce la inversión de capital en países extranjeros. En ese sentido, si recordamos el primer artículo rápidamente entenderemos los efectos perversos que puede tener para el desarrollo. Sin capital no hay posibilidad de aumentar la riqueza.
Por otro lado, la Tasa Tobin es un impuesto regresivo, especialmente perjudicial para los pobres. La razón es que las monedas débiles siempre se expresan en dólares, de manera que el número de transacciones se dobla. Imaginemos que un agricultor ghanés vende su mercancía en Japón. Lógicamente, tendrá que convertir los yenes en nuevos cedis; el problema es que antes deberá convertir el yen en dólares, y luego los dólares en nuevos cedis. Así, la Tasa Tobin grava doblemente a los más pobres con monedas débiles.
En resumen, como ayuda externa es nociva, en tanto refuerza el socialismo de las dictaduras africanas; como impuesto sobre las transacciones financieras desalienta la acumulación de capital y se ceba especialmente con los más pobres.
La cultura os hará ricos
Otro mito muy extendido acerca de África es que su pobreza está estrechamente relacionada con su escasa alfabetización. En realidad, la pobreza es la causa del analfabetismo, no a la inversa. Las sociedades primero se enriquecen y luego se alfabetizan; o, mejor dicho, se alfabetizan conforme se enriquecen.
Ya dijimos que cuando la división del trabajo opera en el marco del capitalismo y de la propiedad privada las personas se especializan en su oficio. Esta especialización es, precisamente, un tipo de educación. Se adquieren nuevas técnicas para servir de mejor modo al consumidor.
Además, las sociedades basadas en la propiedad privada se caracterizan por una continua acumulación de capital. Una forma de este capital es el aprendizaje que un individuo adquiere en el sistema educativo.
Ahora bien, de la misma manera que sería absurdo que un empresario construyera en Kenia "media" fábrica de automóviles (es decir, que la inversión en capital se quedara a la mitad), también resulta descabellado inundar África de universitarios cuando carecen de los bienes de capital necesarios para utilizarlos. ¿Qué hará un ingeniero de telecomunicaciones con una azada?
Planificar políticamente la educación de una sociedad suele tener, además, dos malignas consecuencias. Primero, supone una excusa perfecta para que los gobiernos expandan su poder planificador e incrementen los impuestos; esto no sólo supone un nuevo ataque a la propiedad privada de los africanos, sino que los occidentales verán reducidos los incentivos de invertir en un país donde una creciente parte de las rentes es expropiada por el Gobierno. Segundo, los individuos más educados no encuentran en sus países empleos "adecuados a sus capacidades" ni "retribuciones suficientemente altas". En otras palabras, tiene lugar la famosa "fuga de cerebros". Dado que Occidente necesita de universitarios, en lugar de trabajar en sus sociedades los individuos más preparados emigran a los países ricos.
El resultado neto es que los africanos financian coactivamente –a través de sus impuestos– la educación de los trabajadores de las empresas occidentales.
¿Quién debe a quién?
Aun cuando en principio me siento atraído por la idea de que los ciudadanos africanos se nieguen a pagar unas deudas que han sido contraídas entre los tiranos africanos y los tiranos europeos, hay que señalar que si algo no necesita África son tratos especiales.
Pocas cosas causan más daño a los africanos que la creencia de que el mundo tiene una deuda pendiente con ellos por siglos de colonización y explotación. Los africanos tienen que desarrollarse como lo ha hecho todo el mundo, no a través de vacíos créditos sociales. De esos créditos no se deriva la riqueza, sino su espejismo.
Primero, una gran cantidad del dinero ahora adeudado fue ingresado en las cuentas bancarias de los dictadores africanos. En este sentido, nada más sencillo para cancelar la deuda que localizar los activos de los dictadores.
Segundo, al igual que con el 0’7%, la cancelación de la deuda no es condición necesaria ni suficiente para el desarrollo. Si la propiedad privada sigue sin respetarse, la cancelación de la deuda sólo servirá para que los dictadores vuelvan a endeudarse y para expandir el poder del Estado. Si la propiedad privada se respeta no habrá dificultades para, a través de la continua generación de riqueza, devolver la deuda.
Tercero, una de las facetas de la propiedad privada es el cumplimiento de las obligaciones contractuales. Incluso en el caso de que la cancelación pudiera tener unas iniciales consecuencias beneficiosas, el daño moral causado por la violación pública e internacional del cumplimiento contractual compensaría, con mucho, los beneficios obtenidos.
Dicho todo esto, hay que señalar que las situaciones de deudas estatales internacionales son del todo repulsivas. Las burocracias internacionales como el FMI y el Banco Mundial deben ser inmediatamente cerradas. Es intolerable tanto que los tiranos africanos se endeuden en nombre de sus ciudadanos como que los tiranos europeos presten nuestro dinero sin nuestro consentimiento.
Conclusión
Después de esta serie de artículos podemos extraer una serie de conclusiones acerca del desarrollo. Primero, la propiedad privada es la base de la generación de riqueza, a través de la división del trabajo y la acumulación de capital. Segundo, la pobreza africana se debe, en buena medida, a esa ausencia de respeto a la propiedad privada, pero también a la nefasta política proteccionista de Occidente. Tercero, las propuestas socialistas de la Banda del 8, en caso de implementarse, no sólo no conseguirán enriquecer a África, sino que la hundirán más en la miseria.
África ya ha tenido suficientes décadas de caudillismo y socialismo como para perseverar en el mismo error. Démosle una oportunidad a la libertad.