El dinero, siguiendo la filosofía del acuerdo firmado en julio de 2005 en Laos por los gobiernos de EEUU, Australia, Japón, China, India y Corea del Sur, que representan a la mayoría de los habitantes del planeta, se destinará a mejoras tecnológicas, innovaciones en la producción energética y conservación de sumideros tales como bosques que reduzcan el CO2.
El anuncio no le ha hecho ninguna gracia a Greenpeace. La organización ecologista radical ha acusado al Gobierno australiano de querer descarrilar el Protocolo de Kioto. Parece que, para los fanáticos, la cuestión no es tanto como buscar la forma de contener las emisiones de CO2 al tiempo que se permite el crecimiento económico, sino racionar la industria y reducir el consumo humano.
Esto cuadra con el hecho de que a pesar de que Estados Unidos esté conteniendo sus emisiones de CO2 mucho mejor que Europa, los ecologistas sigan presentándole como el país que no hace nada por evitar el cataclismo que no termina de llegar. En efecto, Estados Unidos ha conseguido prácticamente estabilizar sus emisiones de CO2 desde el año 2000 gracias a la acumulación de capital, la introducción de innovaciones tecnológicas y la implantación de incentivos fiscales, mientras que la Unión Europea observa cómo sus emisiones siguen aumentando desde el año 2000 a una tasa anual superior al 1% por mucho que haya prometido reducirlas drásticamente al más puro estilo intervencionista rojiverde.
Si a esto le sumamos el dato conocido de que aunque todos los países cumplieran con Kioto, el efecto sobre el clima global sería de apenas 0,07 grados centígrados para 2050, no está de más preguntarse de qué demonios sirve Kioto. La respuesta es que de nada. Otorga a los burócratas, ecologistas y políticos un control arbitrario sobre la producción energética e industrial al tiempo que carga a nuestra economía con enormes costes.
Así las cosas, no es difícil entender por qué a Japón, Nueva Zelanda, Rusia, Canadá y Suiza han rehuido en Viena la propuesta de la Unión Europea de incrementar las restricciones de Kioto entre 2012 y 2020 exigiendo una reducción obligatoria de emisiones de entre el 25% y el 40%. A Greenpeace, esto también le ha cabreado hasta el punto de calificar la postura de Japón de "atroz". Empiezo a pensar que, para estos autoproclamados redentores del planeta, la única catástrofe verdadera sería que desapareciera el riesgo de un cambio climático de consecuencias desastrosas para el hombre.