Miro con interés y fruición (y sí, un poco de envidia) los movimientos que se producen en la derecha de aquel país, dos veces vencida, primero por un presidente republicano y ahora por uno demócrata. La crisis de aquel movimiento se está resolviendo con una renovación de carácter espontáneo y popular.
Cada renovación parece abocada a mirar a los orígenes, sólo que aquel país tiene la suerte de tener unos comienzos fechados en el tiempo, todavía no lejanos. En estas circunstancias, lo nuevo es una vuelta a lo viejo, pero lo viejo es revolucionario y liberal. Alberto Acereda, que es guía segura en este terreno, ha señalado la importancia de la Declaración de Mount Vernon, el sitio del palacio de George Washington. El Tea Party es, desde el nombre hasta la realidad heterogénea del movimiento, una vuelta al pasado.
Pero hay un elemento que parece haberse perdido, aunque nunca del todo, y que sería bueno que se recuperara allí y también aquí: la vieja derecha. No quiero saber la cueva llena de bestias pardas que tendrá en mente el progrespañol, con más imaginación que conocimiento, cuando oiga hablar de la vieja derecha estadounidense, pero es esencialmente liberal, desconfía profundamente del Estado y se atiene a la política exterior tradicional de aquel país que, contra lo que ahora pudiera parecer, pasa por no meterse en asuntos que vayan más allá de las propias fronteras.
Si hay un nuevo conservadurismo es porque hubo uno viejo, que no transigió con el New Deal ni con sus sucesores, y que temía que un Estado policía del mundo acabase devorando las libertades y la hacienda de los propios estadounidenses, como de hecho ha ocurrido. Era nacionalista, pero identificaba de veras la nación con el pueblo, y la oponía al Estado. Por tanto, esa vieja derecha era, y es, contraria al imperialismo. Quizá debiera hacer un esfuerzo por conciliar sus viejos valores con la realidad de hoy, que no se parece en nada a la que precedió a la I Guerra Mundial, pero sigue siendo de mucho valor. Y no sólo para aquel país, sino también para nosotros mismos.
José Carlos Rodríguez es miembro del Instituto Juan de Mariana