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Lactando a escondidas

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Cualquier cría de cualquier animal mamífero se alimenta de la leche de su madre. Cualquier cría de cualquier animal mamífero se alimenta cuando lo necesita, sin importar la hora que sea ni dónde esté. Cualquiera menos la cría humanana del primer mundo. La leche materna es el mejor alimento que se le puede dar a un hijo y la lactancia es saludable tanto para el niño como para la madre. A pesar de ello, algunas mujeres deciden utilizar leche artificial, a veces por falta de información, a veces sólo por su propia comodidad, a veces incluso por una ideología feminista mal entendida: por un reparto “equitativo” de las “tareas”. Como si la alimentación de los hijos fuese una tarea comparable a la colada y como si el concepto de igualdad pudiera extenderse más allá de las desigualdades biológicas, naturales y deseables que han permitido la perpetuación de la especie.

Hemos llegado a un límite preocupante en el que la madre que opta por la lactancia artificial es vista con absoluta normalidad a costa de que la madre que opta por la lactancia materna sea vista como una retrógrada y se la condene a una suerte de ostracismo, exigiéndole que se recluya para alimentar a sus hijos o que, al menos, tenga la supuesta decencia de cubrir su pecho y la cabeza del niño. Porque podemos ver pechos en la tele (¡a cualquier hora del día o de la noche!), podemos ver pechos en las portadas de las revistas y podemos ver pechos en la playa, pero una teta lactante es una obscenidad. También podemos ver a niños comiendo papillas artificiales, bebiendo refrescos azucarados y devorando chuches de extraños colores. Pero si su alimento es la leche materna, entonces nos ofendemos y le pedimos a la madre que se retire. Sucedió en el MuseoThyssen, sin ir más lejos, cuando impidieron a una madre el acceso a las salas amamantando a su hijo. Se organizó una tetada frente al museo y se remitió una carta a la dirección, que contestó educadamente y aclaró que su normativa no impide la lactancia, que fue un error de un trabajador que se debía haber limitado a indicarle que, si quería, podía hacer uso de las salas de lactancia. A veces es peor; a veces no hay salas de lactancia y te mandan al baño a lactar. No creo que te mandaran a merendar al baño si fueras a comerte un bocadillo. Y aunque haya salas y sean bonitas, limpias y agradables (cosa que no siempre sucede) no todas las madres quieren retirarse del mundanal ruido para amamantar. 

Aún queda esperanza porque cada vez son más las mujeres que se animan a denunciar estos abusos y a hacer valer su derecho (y su obligación) a alimentar a sus hijos cuando y donde sea necesario. A veces en un bar, en una tienda, en un museo o en cualquier otro lugar, una madre lactante es acosada y reprendida, pero cada vez es más frecuente que esa madre se defienda. Lo triste es que tengamos que esgrimir argumentos científicos, que tengamos que justificar las bondades de la lactancia materna, que tengamos que tener siempre en mente los datos oficiales de entidades como la Organización Mundial de la Salud y similares, que haya que organizar campañas a favor de la lactancia materna y, no ya tratar de convencer a otras de que esto es realmente lo mejor, sino simplemente intentar sobrevivir al acoso social al que se nos somete. 

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