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Laínez mort

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La violencia de los jóvenes activistas es sólo la respuesta, mecánica, inevitable, de la violencia del sistema.

Ciutat morta ha otorgado todo tipo de reconocimientos, merecidísimos. El Festival de Málaga de Cine Español (premio al mejor documental, biznaga de plata), Muestra Cinematográfica del Atlántico Alcances de Cádiz (Premio del público al mejor largometraje), Festival Plataforma Nuevos Realizadores de Madrid (tres premios), Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (Mejor documental), Festival de Cine i Drets Humans de Barcelona (Premi Amnistia Internacional)… Todos ellos merecen el oprobio de haber premiado una obra de propaganda tan burda como esa.

Un grupo okupa organizó una macrofiesta en febrero de 2006 en un teatro municipal de Barcelona, con cientos de participantes, a altas horas de la madrugada. La Guardia Urbana acudió a la calle Saint Pere Més Baix para restaurar el orden, y fueron recibidos con una lluvia de objetos. Alguien lanzó un objeto contundente sobre el agente Juan José Salas, que le impactó en la cabeza y le causó una herida que le ha paralizado el cuerpo y le impide el habla. El vídeo pone en duda que el juicio en el que se condenó a Rodrigo Lanza fuera del todo justo. Y es posible que no lo fuera, pero Ciutat morta no nos ayuda en nada a obtener una respuesta fiable. Los directores lo llaman documental para otorgarle una credibilidad que el propio vídeo se encarga de desmentir. Sólo se ofrece una versión, la de los acusados, y sólo se mencionan las pruebas en su contra para desmentirlas. Al cabo del “documental” comparece un fantasma que habría reconocido ser el autor del ataque por el que se condenó a Lanza; una confesión de la que sólo tenemos noticia por parte de los abogados de Lanza. El vídeo recoge los testimonios de una parte, y ni siquiera menciona el nombre de la víctima, en dos horas de metraje.

En realidad, nada de ello es sorprendente. Se trata de una obra de “denuncia”, que es como se llama al enunciado canónico, ilustrado, de una ideología que llamaremos progresista, o de izquierdas. Esa exposición tiene sus mandamientos, severísimos.

El primero es que por encima de cualquier consideración debe prevalecer, siempre, la verdad. Nada puede interferir su exposición nítida, prístina, triunfante. Esa verdad, eso sí, nada tiene que ver con la realidad. ¿A qué propósito sirve respetar una realidad, si lo que queremos es transformarla? El mundo es lo que acaece, decía Wittgenstein, pero pronto acaeceremos nosotros, en cuanto nos sobrepongamos a las resistencias del sistema. We shall overcome, pero mientras tendremos que conformarnos con exponer la verdad, que no es otra cosa que la propia ideología.

El resto de los mandamientos se resumen en el primero, pero no por ello son menos importantes. Otro dicta una gradación de humanidad que va desde los líderes de progreso, pasando por los miembros del partido o los exponentes de la verdad, y que desciende hasta oprimidos que son, a su vez motores de la historia, y que vuelve a caer hacia el vacío de quienes se oponen al progreso; a los miembros del sistema que se resiste a nuestro ímpetu transformador.

Otra de las leyes de la “denuncia” es que la violencia siempre es unidireccional. Sólo procede del sistema. La violencia de los jóvenes activistas es sólo la respuesta, mecánica, inevitable, de la violencia del sistema. Son los demás, las instituciones, los ciudadanos no comprometidos, los únicos que ejercen la violencia. Y si parte de ella les vuelve, es también sólo por su causa. ¿Por qué “un agente”, según se dice en el vídeo, ha resultado herido? Ellos tienen la respuesta: “No llevaba casco”.

Ya lo tenemos todo para entender Ciutat Morta. Se trata de “un agente” que “queda tendido en el suelo, gravemente herido. No llevaba casco”. Juan José Salas era parte del sistema; lo suyo no tiene nombre propio.

Todo ello nos ayuda a entender, también, el extremo cuidado que han tenido los medios de comunicación con Rodrigo Lanza. Él mismo nos contó, en Ciutat Morta, los motivos que le han llevado a matar por la espalda, con dos golpes en la cabeza, a Víctor Laínez y a rematar la faena dándole patadas en la cara: “A veces, más que justicia, y no sé si lo tengo que decir, pero después especialmente de lo de Patri (una amiga suya que se suicidó), yo busco venganza. Y lo tengo claro. Hay gente que… la justicia para mí ha perdido el sentido. Y con cierta gente, o instituciones, o conceptos, sí que busco venganza”. “Yo me voy a vengar de todo esto. No sé cómo. No sé si violentamente (…) Pero sí hacer algo para volver a sentirme bien y decir: he logrado algo de equilibrio”.

El equilibrio entre las fuerzas opresoras del sistema, como por ejemplo Víctor Laínez andando por la calle con tirantes de la bandera de España, y los activistas como el propio Lanza. Es una víctima, según nos dice La Vanguardia. Y no un asesino, sino un verdugo; alguien que ejecuta los dictados de la justicia.

Si Lanza es ya la víctima, ¿qué es Laínez? Laínez es un facha. Los medios, cumpliendo con su función social, se han esforzado por situar a Víctor en el lugar correcto de la gradación de humanidad que le corresponde. Y todas las informaciones apuntan, más allá de toda duda, a que él era un facha. Presentadas todas las pruebas, queda en el lector el espacio suficiente para achacarle cierto grado de responsabilidad por su propia muerte. Porque sobre esta realidad no cabe transformación, la de Laínez mort.

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