Explotado es aquel que trabaja para otro de modo abusivo y contra su voluntad. El término se usa de forma subjetiva y arbitraria; todos estamos explotados: explotados por nuestra empresa, familia, amigos, por la sociedad… Pero si intentamos ser más objetivos podremos encontrar una auténtica definición para el término dándonos cuenta que la palabra “explotado” sólo se produce cuando actuamos contra nuestra voluntad por miedo a represalias sobre nuestra persona o personas queridas.
Por ejemplo, si nos cansamos de nuestra pareja podemos romper la relación sin miedo a represalias. Tal vez pueda ser personalmente duro, pero no tendremos porque sufrir por nuestra integridad física. En el terreno de la libre empresa también ocurre lo mismo. Una empresa privada no puede explotarnos realmente, en el momento que nosotros queramos, podemos dejarla e irnos a otra.
Los actos libres y voluntarios jamás se pueden considerar “explotación”, sólo la esclavitud nos explota. No podemos abandonar a nuestro esclavizador porque sino las consecuencias pueden repercutir incluso contra nuestra vida. Esclavitud y explotación, pues, es trabajar contra nuestra voluntad para otro bajo pena de castigo físico, y el mejor ejemplo actual lo representa el estado por medio de los impuestos: si se declara en insumisión fiscal, los agentes del gobierno vendrán a apresarlo; y si se defiende, las consecuencias serán nefastas para usted.
Esta semana el periódico económico Expansión traía una noticia con un titular muy sugerente: “El Estado se queda con el 38% de lo que pagan las empresas por sus empleados”. Si usted es un asalariado y la empresa en la que trabaja le paga, por ejemplo, 1.000 euros mensuales, 380 son incautados inmediatamente por el estado. En otras palabras, de los 1.000 euros pagados por la empresa, usted sólo verá en su nómina 620 euros netos.
Añadamos que la carga impositiva no termina ahí. Sumémosle los numerosos impuestos estatales, locales… Por ejemplo, el día de la libración fiscal —tax freedom day—, indicador que mide el número total de días en los que usted contribuye al mantenimiento y engorde del estado, se produce, en España, a mediados de mayo; es decir, usted está trabajando ¡cuatro meses y medio única y exclusivamente para el estado! El estado le obliga a trabajar gratis aunque no quiera ya que los impuestos son un “tributo sin contraprestación”. Los impuestos, pues, son una forma de explotación y esclavitud.
Los técnicos del estado no le dirán lo mismo. Esquivarán decirle qué son realmente los impuestos recurriendo a falacias técnicas como que los impuestos son económicamente neutros y “voluntarios”. El dinero incautado por el estado a la sociedad civil —le dirán— es redistribuido para conseguir una sociedad más igualitaria, solidaria y mejor.
Pero incluso mirándolo desde este enfoque la realidad no puede ser más diferente. Si penalizamos a las empresas e inversores nacionales y extranjeros con impuestos lo único que conseguiremos es que se vayan a otros países; si penalizamos a los trabajadores con más impuestos sólo conseguiremos que el país cree menos producción útil y más desempleados; y si penalizamos al consumidor con más impuestos sólo lucharemos por tener precios más caros, un mercado más rígido y menos poder de elección en qué gastar nuestro dinero. Si imponemos la solidaridad y el igualitarismo por la fuerza seremos económicamente más débiles, menos libres y dependeremos más del estado.