La carta europea es una baza fundamental en nuestro futuro económico y político.
Otra semana más en la que el foco de atención europeo está orientado hacia Londres. Esta semana, el Parlamento británico ha logrado, por fin, someter en algo a la poderosa May, quien durante los últimos meses, ha conseguido zafarse y sigue en su puesto. Cierto es que son ya tres las votaciones en las que le han rechazado su plan para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Esta vez, la victoria consiste en hacer inviable un Brexit sin acuerdo, abriendo, además, un espacio de diálogo entre conservadores y laboristas. Esta posibilidad, que hasta hace días resultaba bastante impensable, aparece ante los ojos de propios y extraños como la vía más plausible. Los representantes de varios países ya han expresado sus mejores deseos y sus anhelos de que, finalmente, se apacigüen los ánimos y se complete el ciclo, pero de manera civilizada. La opción dura no favorece a nadie.
Tanto es así, que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ha propuesto una extensión de la fecha de término, que actualmente es el próximo viernes 12 de abril, hasta un año más, de carácter flexible. Nada de ultimátum. May, por el contrario, pretende de las autoridades europeas un plazo mucho más corto, hasta finales de junio, para llegar a un consenso con los laboristas. Después de todo este tiempo sin conseguirlo ahora propone dos meses como plazo adecuado. ¿Será que Theresa May no lo ha intentado antes verdaderamente? ¿Será que ya hay acuerdos parciales bajo cuerda? ¿Será que le da miedo que su poder se termine de deteriorar y tenga que abandonar la presidencia?
Sea como fuere, la cumbre europea de emergencia de hoy es muy importante. Importante. Esa palabra que, referida al Brexit ya apenas significa nada. Tras varios meses de reuniones cruciales, finales de plazos, votaciones definitivas, ya nadie sabe qué es realmente importante. Tal vez ese acuerdo laboristas-conservadores que a quien deja mal es a Theresa May sea notoriamente “importante”.
La lección de esta semana es la relevancia que la capacidad para consensuar tiene en las modernas democracias del siglo XXI. Ya analizaron Gordon Tullock y su compañero de fatigas y Nobel de Economía, James Buchanan, hasta qué punto era crucial el cálculo del consenso para afrontar los retos de las democracias. En su obra conjunta ‘El cálculo del consenso: fundamentos lógicos de la democracia constitucional’ (1962) ambos autores plantean en qué casos es más conveniente una democracia directa y en cuáles la democracia representativa es más eficiente para llegar a acuerdos vinculantes de diferente índole. Para los expertos en la Escuela del Public Choice,fundada por Buchanan, la salida del Reino Unido y las negociaciones que estamos viviendo son un laboratorio magnífico.
No deberíamos quedarnos en la abstracción y en la lejanía. Las elecciones europeas también se ven afectadas irremediablemente por el Brexit. Sin embargo, parece que en España no miramos a Europa. Solamente los independentistas catalanes muestran interés en ser reconocidos, en ganar posiciones en el contexto de la Unión Europea, y, para ello, unen fuerzas con los demás partidarios de “la Europa de los pueblos”.
Esa actitud indolente puede ser un error. Hay que leer detenidamente a Pablo R. Suanzes quien resume y saca brillo al informe del ‘think tank’ Real Instituto Elcano titulado ‘Hacia un ecosistema de influencia española en Bruselas’.
Suanzes señala la apatía con la que el españolito medio mira a Bruselas, y por ende a las elecciones europeas, a diferencia de la mirada de otros países como Italia, Francia o Alemania. Para quienes piensen en estos momentos que eso es porque no pintamos mucho, Suanzes nos recuerda que tras el Brexit seremos el cuarto país por su peso en Europa, y que pasaremos de ser receptores a donantes de fondos. Es un cambio importante de estatus. ¿Es este el momento de concienciarnos de nuestra identidad europea?
El informe del Real Instituto Elcano y la posición de Pablo R. Suanzes así lo recomiendan. España necesita repensar su vínculo y, sobre todo, su estrategia europea, como nuestra tierra necesita la lluvia que está cayendo desde la semana pasada.
En este contexto, lo que más me ha hecho reflexionar es cuestionar quién va a ser el representante de España ante la Unión Europea en esa nueva situación.
Rivera, Casado, Iglesias, Sánchez o Abascal tienen una idiosincrasia diferente, distintas capacidades y visiones de nuestro vínculo con la UE muy diferentes. Tal vez Rivera y Casado sean los más similares en este aspecto. Pero ¿queremos a Santi Abascal negociando en Bruselas? ¿Queremos a Pablo Iglesias defendiendo nuestros intereses? ¿Sería capaz Pedro Sánchez de mantener su palabra y su compromiso con Europa en un caso de necesidad o cambiaría de opinión como ha hecho en los últimos años cada dos por tres?
Si tienen razón Pablo R. Suanzes y el Real Instituto Elcano, la carta europea es una baza fundamental en nuestro futuro económico y político. El no mirarla, ningunearla y utilizar a Europa para ‘colocar’ políticos, o dar el premio de una renta fácil con poco trabajo, que es como se lo toman algunos, sería un enorme error. Quiero destacar como ejemplar la labor de Beatriz Becerra, eurodiputada, reivindicando la urgencia de que la Unión Europea muestre una posición crítica y sin ambigüedades con el narco dictador Nicolás Maduro en Venezuela.
¿Es posible un camino para España sin asumir ese cuarto puesto y de espaldas a Europa? Puede ser. Pero es un camino angosto que ya conocemos.