Si Madrid tiene de verdad un problema con la calidad de su aire, lo lógico es implantar un plan y mantenerlo durante el tiempo necesario, ya esté el NO2 en 175 o en 185.
200 mg/m³ de NO2. No hay nada que guste más a un político que una cifra redonda. Una que le permita además legislar sobre la vida de sus ciudadanos arropándose con el manto de la ciencia y la condescendencia del que se preocupa (incluso aunque ellos no quieran) por su salud. Por eso, en los últimos días, la estrella ha sido el ya famoso límite anticontaminación que dictaminará si los madrileños podemos o no podemos usar nuestro coche los días pares o impares.
La cuestión es absurda en sí misma y las medidas aprobadas un sinsentido. Y de esto no es culpable sólo Carmena: no olvidemos que todo esto de los protocolos que cambian cada 24 horas lo inició el PP. Cuidado, esto no quiere decir que no haya que tomarse en serio la contaminación o que no sean necesarias medidas para gestionar el transporte en Madrid. Pero la retórica que nos invade en los medios y la discusión alrededor de los 180 o 200mg/m³ es un completo disparate. En ocasiones, escuchando a los responsables del Ayuntamiento, pareciera como si estar en 179mg/m³ fuera el equivalente a vivir en mitad de Doñana, respirando un aire puro y limpio… pero subir a los 181 (por no decir 201) convirtiera Madrid en la Chernóbil de 1986.
Cualquiera puede intuir que no hay ninguna lógica detrás de la obsesión con los límites que tanto gustan a nuestros políticos y medios de comunicación. De hecho, lo que se intuye en realidad escuchando a los portavoces del Ayuntamiento es que esto es una excusa para llevar adelante un plan de castigo al coche privado con la retórica de la salud del ciudadano. Un plan, además, rentable en las urnas. A pesar de lo que dicen los defensores de la medida, que celebran la valentía de la alcaldesa por tomar una decisión tan impopular, tengo para mí que la realidad es exactamente la contraria. Éste es el tipo de propuesta muy popular entre buena parte del electorado, que le ayudará a llevar la discusión a un terreno favorable a sus intereses (ecología frente al malvado contaminador), ganar apoyos en los medios y tapar sus clamorosos errores de gestión. Por ejemplo, ya nadie habla de que Ahora Madrid no ha conseguido ni siquiera el apoyo del PSOE para sacar adelante sus Presupuestos de 2017. O de la falta de ejecución del Presupuesto de 2016, que va camino de convertirse en papel mojado por los mismos que lo aprobaron. Ahora los titulares aluden a lo bien que cuidan de nuestra salud los chicos de Carmena y no a su incompetencia en la gestión diaria, que asusta a sus propios socios de Gobierno. Ya lo verán: esto de las matrículas será una de las banderas de Podemos en las próximas elecciones.
Claro que la contaminación es peligrosa para la salud… como el tabaco. Fumar un cigarro una noche de copas no es malo para la salud de nadie, pero embaularse una cajetilla al día durante 15-20 años te acerca peligrosamente al cáncer de pulmón. ¿Y en qué momento se pasa de ese primer cigarro inofensivo al riesgo de cáncer? ¿Hay un cigarro 999 inocuo y un cigarro 1.000 destructivo? Pues no. Cuanto más fumes, peor. Es una cuestión de acumulación, pero no hay una frontera tenebrosa antes de la cual nada malo ocurre y después de la cual todos los males se desatan. Ni fumar un día te hará daño ni dejarlo una semana en mitad de 20 años de adicción resolverá nada en tus pulmones.
Con la contaminación, pasa algo parecido. Cualquiera que salga estos días a las calles de Madrid podrá comprobar que respirar el aire de la capital no es peligroso. De hecho, si en Ahora Madrid lo creyeran y fueran coherentes, deberían tomar otras medidas que en nada tienen que ver con los coches. Este miércoles, yo tuiteaba medio en broma medio en serio que, si en verdad es tan nocivo llegar a los famosos 200 mg/m³, no entiendo cómo no se cierran los polideportivos municipales o se prohíbe la San Silvestre de este sábado (que, al fin y al cabo, consiste en 40.000 tipos corriendo juntos 10 kilómetros por ese infierno contaminado que nos cuentan que es la capital de España).
Pero que correr o montar en bici hoy por Madrid no sea peligroso (y que incluso en Ahora Madrid sean conscientes de ello, aunque lo oculten detrás de su alarmismo anti-coches) no quiere decir que a medio plazo respirar el aire de una ciudad contaminada no tenga efectos nocivos para la salud. Lo que no tiene sentido es echarse una siesta si los niveles son de 175 y paralizar la ciudad si llegan a 185.
Si Madrid tiene un problema de contaminación es discutible. A mí, como vecino, no me parece una ciudad especialmente sucia o contaminada. También es verdad que hay problemas de salud que no se intuyen a primera vista, del mismo modo que un fumador no siente que está desarrollando un cáncer hasta que se lo encuentra en el diagnóstico. En cualquier caso, éste debería ser un debate técnico-científico y no político. Y la cuestión no se resuelve cortando la circulación un día sí y otro no. Si realmente existe, el problema debe atajarse a medio plazo con un planteamiento menos panfletario que el que muestran políticos de uno y otro signo. Porque la medida es discutible, pero el nivel del debate es ínfimo tanto por parte de los del «pues yo pago impuestos por mi coche y tengo derecho a usarlo», como de los que tuitean agradeciendo a Carmena que cuide de la salud de sus hijos. Son dos demagogias igual de falaces, aunque de signo contrario.
El aire puro es un bien público, que tiene muchos de los problemas-externalidades asociados a este tipo de bienes. Los efectos positivos que genera mi contaminación (calor en mi casa, comodidad en mi coche…) se concentran en mi persona, mientras que los efectos negativos (peor calidad del aire) se distribuyen entre todos los vecinos de mi ciudad. Por lo tanto, todos, ya votemos a PP o a Podemos, solemos contaminar más de lo que lo haríamos si se pudiera individualizar el coste. Es parte de la famosa tragedia de los comunes: como no están bien determinados los principios de propiedad privada ni tampoco asumimos los costes de nuestras acciones, tendemos a sobre-consumir y degradar el recurso en cuestión (en este caso, el aire limpio de Madrid).
¿No hay más opciones?
Por eso, si tomamos la decisión de que hay que limpiar el aire de Madrid, la discusión debería plantearse en un nivel muy diferente al habitual. Aplicar medidas de restricción de la circulación es perfectamente razonable. Lo que no tiene sentido es el juego del «hoy sí, mañana no» en el que nos hemos instalado. Hay muchas opciones posibles:
- modular aún más el impuesto de circulación en función de las emisiones del coche
- penalizar a las comunidades, edificios de oficinas y casas particulares con una calefacción más contaminante
- imponer una cuota por circular en la almendra central en los meses de invierno (quizás con un precio más bajo para los residentes). Ésta es una medida mucho más lógica que la prohibición de matrículas en días alternos. Para empezar, reduciría más el tráfico; ya verán como esto del par-impar traerá aparejadas todo tipo de triquiñuelas. Y para seguir, es mucho más justo, porque permitiría que aquellos que valoren más su trayecto en coche particular pudieran pagar a cambio de su uso, sin tener que entrar en la lotería de si hoy puedo o no conducir mi coche en función de la matrícula o de si tengo dos vehículos en casa. Por cierto: ¿nadie se ha planteado lo regresivo de la medida de los días alternos, que penaliza a los que no tienen más opciones que su coche privado? Porque aquellos que tengan dos coches o puedan permitirse pagarse los taxis que necesitan deben estar encantados, con la ciudad para ellos solos
- subir el coste de aparcar en la zona SER, para que los que vienen a Madrid asuman un coste superior por su contaminación
- incluso tendría sentido incrementar todos estos costes-precios (desde el de aparcar en zona SER hasta la tasa por entrar en la ciudad) según van subiendo los niveles de contaminación, para incentivar el transporte público cuando más falta hace
- un buen esquema de precios podría servir para ayudar a lograr lo que buscamos (por ejemplo, que la gente comparta más el coche) sin entrar en la prohibición directa. Ahora mismo se permite circular a los coches que lleven más de tres pasajeros, sea cual sea su matrícula, sin dar más opciones a los que lleven uno o dos ocupantes. De nuevo, no entro al debate de si es imprescindible o no regular el número de pasajeros. Pero si se llega a esta conclusión, me parece mucho más lógico permitir que el que quiera vaya solo en el coche, pero que lo pague
Fíjense que algunas de las medidas que propongo son aún más costosas para el ciudadano medio que las puestas en marcha por el equipo de Manuela Carmena. Sé que abro una puerta peligrosa (la de nuevos impuestos y tasas), que nuestros políticos podrían aprovechar para, con la excusa de la contaminación, subirnos la factura fiscal para costear sus dispendios. Pero al menos tendría una lógica y el reparto de costes se distribuiría en función de nuestras decisiones, no de un capricho o del azar.
Por ejemplo, llama la atención que en estos días esté fuera del debate el tema de las calefacciones. Numerosos expertos apuntan a que tiene al menos tanta importancia como el transporte en algunos de los elementos más peligrosos para la salud. Pero claro, éste es un tema políticamente sensible y ni los partidos ni los medios de comunicación quieren pisar charcos. La demagogia anti-coches tiene su público, decirle a la gente que tendrá que pagar más por encender la caldera te deja en el desierto de la impopularidad inmediata.
Porque, para empezar, el debate debería comenzar planteando si restricciones al transporte como las aprobadas esta semana reducen la contaminación. Todo el mundo, partidarios y detractores, lo da por hecho… pero me gustaría ver los datos. Así, llama la atención que justo esta semana, que debe ser una de las que menos tráfico tiene en Madrid a lo largo del año (los vecinos sabemos que las calles llevan medio vacías desde el viernes) sea precisamente la que ha visto dispararse los niveles del famoso NO2. Porque, además, no hay que ser un genio para saber que limitar el coche particular tiene un efecto inmediato: incentivar que la gente permanezca más tiempo en sus casas. Es decir, por un lado reducimos las emisiones de los coches, pero por otro podemos estar subiendo las de las calefacciones domésticas. No digo que vaya a ocurrir seguro pero ¿creen ustedes que alguien analizará este efecto? ¿Cuánto se reduce la contaminación y a qué coste? ¿Hay otras opciones? ¿Cómo se adaptan los conductores a la medida? ¿Se compensa la reducción del tráfico en el centro con más coches en las afueras de la M-30? ¿Se harán estas preguntas en el Ayuntamiento? ¿Y se las harán todos esos columnistas que dan por hecho, sin más, que la restricción de la circulación es buena o mala per se? Ya, yo tampoco creo que tengamos respuesta a ninguno de estos interrogantes.
Por ejemplo, en esta excelente columna de John Muller en El Español, se explican los casos de París y de varias ciudades sudamericanas como ejemplos de los posibles efectos secundarios de este tipo de propuestas: «… Dos investigadores, uno colombiano y otro chileno, señalaron ya en 2012 los principales defectos del sistema de restricción por matrícula. Un efecto indeseado, por ejemplo, es el aumento del parque de automóviles, ya que las personas con mayor poder de compra adquieren vehículos alternativos que a veces son más contaminantes. Este fenómeno se ha comprobado empíricamente en Medellín, Bogotá, Ciudad de México y Santiago de Chile. También se ha descubierto un mayor número de viajes en horarios no sometidos a restricción».
Por todo eso, un buen plan anti-contaminación debería ser algo pactado entre todos los grupos y las medidas tendrían que ser conocidas con antelación (no doce horas) para que los madrileños puedan tomar decisiones conociendo el escenario en el que se moverán: si comprar o no un piso en la almendra central, si este coche de gasolina o aquel modelo eléctrico, si le merece la pena un colegio algo más alejado de su domicilio pero que le guste más…
Si Madrid tiene de verdad un problema con la calidad de su aire, lo lógico es poner encima de la mesa un plan a varios meses vista (por ejemplo, para el próximo invierno) y mantenerlo durante el período previsto, ya esté el NO2 en 175 o en 185. Incluso sería discutible si hay que planificar con varios años de antelación medidas más drásticas, como prohibir totalmente la circulación como se dice que hará Oslo a partir de 2019. No digo que yo esté de acuerdo en esto último, entre otras cosas porque todo apunta a que dentro de una década buena parte del parque móvil será muy diferente al actual: con muchos coches eléctricos, despegue definitivo del car-sharing, el inicio de los vehículos sin conductor…
Por todo esto, prohibir la circulación en el centro en 2020 me parecería una locura. Si se aprobase, yo me posicionaría en contra. Pero sería otro tipo de debate. Al menos sería una locura en la que no me sentiría tratado como un idiota. Ni me obligaría a pensar si tengo que aparcar mi coche mañana fuera de la M-30 para poder viajar en fin de año sin que me multen, porque hoy me he enterado de que quizás mi matrícula tenga prohibido salir del garaje dentro de 48 horas. Hablo de una sociedad adulta que debate con normalidad, políticos sensatos que no piensan que sus ciudadanos son súbditos a los que manejar como marionetas y medios de comunicación que no aceptan sin más las notas de prensa que les llegan de los partidos, ya sea en un sentido u otro. Menos paternalismo, menos ruido, menos excusas estúpidas para inventarse nuevas normas y más capacidad de decisión para el ciudadano (también para decidir con libertad si quiere pagar más por vivir en Madrid o por circular con su coche). Quizás sea demasiado pedir.