El gran drama de la derecha en España es la sobreabundancia de infames elementos como Rajoy o Soraya, hijos, nietos y biznietos de funcionarios.
Rajoy será investido finalmente tras una prórroga de casi un año. Pero ahora es distinto, ahora pende de una frágil y exigua mayoría parlamentaria. Los 137 escaños propios de los que dispone no puede siquiera convertirlos en mayoría absoluta con el concurso de un segundo partido, ya que con los 32 diputados de Ciudadanos no le llega ni para pasar una simple ley orgánica. Va a gobernar con la lengua fuera, sometido a infinidad de presiones y con la espada de Damocles de la moción de censura siempre balanceándose sobre su cabeza.
Tal vez hubiese firmado por algo así hace ocho años, cuando no consiguió ganar a los socialistas las elecciones de marzo de 2008, pero no hoy. Rajoy se ha malacostumbrado después de cinco años de mayoría absoluta y de otros tantos de dominio total de ayuntamientos y comunidades autónomas. Esa primacía sobre todos los demás le hubiese permitido –de haberlo querido, claro– abrir al enfermo en canal y tratar con mayor o menor fortuna todas sus dolencias. Pero no lo hizo y hoy, un lustro después de la salida del Gobierno de aquella calamidad conocida como José Luis Rodríguez Zapatero, la casa sigue sin barrer o, mejor dicho, se ha barrido pero mal y a medias.
De todo lo que Mariano tenía pendiente de hacer en 2012 no ha hecho prácticamente nada más allá de entregar el poder con todos sus avíos a la vicepresidenta y el hatajo de abogados del Estado, limitados para todo menos para enredar, que la acompaña hasta al váter. Queda, por ejemplo, profundizar en la reforma laboral para que nuestro mercado de trabajo quede definitivamente homologado con el de los países ricos y no con los del tercer mundo, como ha venido siendo desde que los camisas azules de Falange decidieron regular hasta la última coma de las relaciones laborales.
Queda resolver el asunto de los autónomos, que en España son auténticos siervos de la gleba atados no a la tierra, pero si a las liquidaciones trimestrales del IVA y a las inspecciones arbitrarias de Hacienda. Queda hacer un abracadabrante ajuste presupuestario porque en este año tirado a la basura el Estado ha seguido gastando como si el dinero se recogiese de los árboles. Y queda hacerlo por la vía del gasto y no del ingreso, que es lo primero que se les ocurrirá a los lumbreras de la oficina económica de la Presidencia. Queda cuadrar el déficit público, desbocado por enésimo año consecutivo, dejar de emitir deuda como ludópatas y practicar una terapéutica sangría en una administración pública que ha vuelto a inflamarse al calorcito de la tímida recuperación económica.
Queda también resolver, o al menos encauzar, el tema de Cataluña, que sigue ahí sin que nadie desde el Gobierno diga esta boca es mía, como si se fuese a solucionar solo confiando en que el día del anunciado referéndum no amanezca. Lo de Cataluña urge, pero no lo perciben así en Moncloa. En estos últimos cinco años Rajoy solo ha tenido prisa para ver los partidos de fútbol y para correr al BCE a que le solucionasen la papeleta de la prima de riesgo, ni siquiera para ser investido una segunda vez sabedor de que era o él o nuevas elecciones.
Todo este atroz inmovilismo gozando de una cómoda mayoría absoluta y con el país en sus manos. ¿Qué nos espera ahora que ya no podrá dilatar las decisiones sine die? Probablemente nos aguarde un espectáculo continuo de cesiones como la que vimos esta misma semana a cuento de la reválida. A poco que se lo proponga, la oposición podrá gobernar de facto. Por dos simples razones: la primera porque tiene suficientes diputados en las Cortes, la segunda porque el presidente del Gobierno carece de una sola idea en la cabeza a excepción de la de ocupar el despacho de presidente del Gobierno. En cierto modo entra dentro de la lógica mental de un registrador, que se limita a estampar su firma –y cobrar– sobre lo que otros han contratado. La oposición, es decir, la parte contratante, podría terminar llamándose Podemos, así que componga usted el resto.
El gran drama de la derecha en España es el de esa sobreabundancia de infames elementos como Rajoy o Soraya, hijos, nietos y biznietos de funcionarios, dados a mascar venganzas y miserias en las covachas de la administración, seres con las luces justas para aprobar una oposición con el preparador pagado por papá y para poco más. En la derecha española no hay nada parecido a grandes reformadores como Reagan, Thatcher o Adenauer, aquí se conforma con el usufructo del poder y el culto al BOE. Para pensar ya están los de enfrente.