Aunque el principio es totalmente cierto, parece que el socialismo y el colectivismo han hondado tanto en nuestra sociedad que olvidan algo más importante. ¿Qué pasa con la libertad individual?
Zapatero dijo ayer que subía los impuestos para "luchar contra el tabaquismo". Aunque nadie razonable puede tomarse tal aseveración en serio teniendo en cuenta cómo van las cuentas del Estado, la pregunta es: ¿quién es él para decidir mediante la imposición qué estilos de vida son correctos o incorrectos? ¿Es acaso un político más bueno, sensato y moralmente superior que cualquier ciudadano honrado? ¿Somos todos sólo engranajes de un gran plan estatal para conseguir la perfección humana donde todos pensemos igual, seamos iguales y nos comportemos igual? Si así lo creen, un camino fácil para tan deseado igualitarismo sería lobotomizar a toda persona nada más nacer.
Una sociedad virtuosa sólo se consigue con diversidad. Esto es, aceptar lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Los liberales creemos firmemente en el principio de "vive y deja vivir". Los movimientos de izquierda –lo que significa todo el abanico político– han divido a las personas en buenas y malas criminalizando a las últimas. Es lo que entendemos como el principio de "crimen sin víctima". No se castiga al individuo por el daño causado a otros (hoy día es casi al contrario), sino por tener estilos de vida propios. El hombre adinerado siempre es malo y se le ha castigar por destacar de entre los demás. El que no recicla es un inadaptado al que también se le ha de castigar o desincentivar de alguna forma, pero siempre usando el robo (impuestos o multas) y la fuerza. Lo mismo con el que fuma, el que quiere ser él quien decida en lugar de la administración en qué lengua se educa a su hijo, el que bebe alcohol, el que se desplaza con vehículo privado en lugar de público…
Toda esta epidemia de pensamiento único, de creer que el bien común es un monopolio estatal y que la solidaridad a punta de pistola es equivalente a amor, y las continuas imposiciones del igualitarismo –que sólo incentivan la mediocridad en lugar de la búsqueda del conocimiento, aptitudes y desempeño– no son más que excusas de una oligarquía política para conseguir más dinero y poder.
Ni la bondad, ni la felicidad, ni el bienestar ni cualquier otro valor moral pueden ser impuestos por la fuerza. Hacerlo supone un atentado contra la libertad y quien así actúa es un tirano. Los valores morales, en política, no son fines, sino que siempre son medios, es decir, excusas, para conseguir beneficios partidistas. Esta es la razón por la cual un Gobierno jamás dará al hombre la auténtica llave para desarrollar su creatividad, alta producción, responsabilidad y bienestar: la libertad individual plena.
Si queremos salir de la crisis no hemos de castigar al que no tiene nada que ver y culparle por tener un estilo de vida propio. Tampoco subvencionar al inútil para que siga viviendo de los demás, ya sea una empresa o un particular. Mucho menos, destrozar con más regulación e impuestos a una frágil clase media. Probemos algo nuevo. Hagamos que cada uno haga lo que quiera, que se responsabilice de sus actos sin que un papá Estado salga al rescate y, muy especialmente, que seamos nosotros quienes tengamos el control de nuestras vidas y futuro en lugar de depender de las arbitrarias decisiones de un manojo de políticos que no buscan mayor bienestar que el suyo propio.