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Las voces de la ira

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Daniel Innerarity, catedrático de filosofía de la Universidad del País Vasco, ha sumado un ladrillo más al muro de contención del fascismo, y del solaz, que ha erigido con sus artículos en el diario El País. Hay un tema que los une, que es la democracia y sus intríngulis. Es lo que cabe esperar del director de un Instituto de Gobernanza Democrática.

El autor convierte todo en categorías, lo cual le permite elevarse al estamento de los entrenadores de fútbol, que cuando quieren salir del paso convierten su decisión contingente en una inflexible norma de comportamiento. “Yo nunca hablo de los árbitros”, “No hago declaraciones sobre jugadores del equipo rival”, y demás ocurrencias. Lo dice él: “Todos llevamos dentro un entrenador de fútbol”. Como Innerarity es más humilde que eso, este método ¡filosófico! de categorizarlo todo no se lo aplica a sí mismo, sino que recae sobre la realidad; sobre lo que acaece.

Es un método con unas ventajas enormes. La primera de ellas es la relación que establece con el lector, que se ve obligado a humillarse ante sus categóricos argumentos. Pues, ¿de qué sirve la filosofía si no es para aplicar una pátina filosófica? La segunda, más interesante, es que le permite hablar en términos abstractos, lo que para cualquier otro sería decir generalidades. Así no tiene que contrastar sus ideas con la realidad, labor que debe de considerar impropia, y que le obligaría a abandonar el scattergories-method.

Innerarity ha escrito, como decía antes de entretenerme en su método lúdico-filosófico, un nuevo artículo. Se llama Las voces de la ira, título que evoca la novela de John Steinbeckpero que engancha con los discursos políticos, a los que acusa no veladamente de estar motivos por un odio irracional, de modo que el ladrillo no puede empezar mejor. Aunque, cuando dice “los discursos políticos”, se refiere al discurso de Vox. Y ni siquiera a su discurso, pues Innerarity no lo menciona en absoluto. ¿Para qué, si en cualquier caso son “la ira” frente “al argumento”? Lo encajona en categorías, y luego juega con ellas ante el lector.

Es un camino que nos introduce en su pensamiento, el de un mundo imprevisible, inseguro, donde los electores van y hacen lo que les da la gana sin hacer caso a las enseñanzas del Instituto de Gobernanza Democrática, que ya empezamos a ver que es más de gobernanza que democrático: “Lo que convierte a la política en algo tan inquietante es el hecho de que sea imprevisible cuál será la próxima sorpresa que la ciudadanía está preparando a sus políticos”. Me ha recordado al poema Solución, de Bertolt Brecht, en el que, ante la pérdida de confianza del pueblo en el gobierno, proponía que éste disolviese al pueblo y eligiese otro. Claro, que Brecht lo decía de broma.

Aprendemos de su mano una serie de cosas sobre Vox: “Rompen las reglas más elementales de la competición electoral”, con lo que se debe de referir al hecho de que su presupuesto para las elecciones andaluzas fuera de 150.000 euros, imagino. Son, también, “lo que aborrecemos”, o un “monstruo”, “los más brutos”, “los provocadores”, “los enfadados”.

Innerarity tiene el acierto de considerar que si Vox ha obtenido este resonante éxito no será sólo por una causa. Pero su scattergories sólo le permite llegar hasta dos. Una: “La invasiva presencia del conflicto catalán”, como si Andalucía y Cataluña no formasen parte del mismo país. Y dos: aporta la tesis Andréi Sájarov, a quien la gobernanza democrática soviética le metió en un manicomio “por estar fuera del materialismo dialéctico”. Vox también está fuera del materialismo dialéctico, de la corrección política y del sursum corda socialdemócrata, de modo que recurre a la “psicopatología” (es su término, no el mío). “Es evidente que en Andalucía no hay 400.000 fascistas”, ahora, ¿un número tal de votantes cargados de “hartazgo”, “rechazo”, “indignación”? Eso sí.

Resulta tranquilizador comprobar que Innerarity rechace el frentismo y llame al diálogo, al intercambio de pareceres, a lo que se espera de una democracia. Y, sin mácula de ironía, tengo que felicitar al autor por llegar a esa conclusión, aunque sea por un camino tan tortuoso. Pero habrá de reconocer que facilitaría el diálogo no revestir la descalificación de ejercicio intelectual, y someter a juicio los argumentos reales de los rivales ideológicos. De otro modo estará favoreciendo, esta vez de verdad, las voces de la ira.

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