Y es que pocas veces hemos experimentado un empobrecimiento tan rápido a la luz de los millones de bombillas y al ritmo de la música oficial que nos cuenta lo contentos que tenemos que estar a pesar de que no llegamos a fin de mes.
Hace unos días tuvimos que aguantar al Gobierno encomendándonos a comer conejo en lugar de pavo, cordero, ternera o lo que nos venga en gana. De no hacer caso al consejo, nos advierten, los consumidores seremos oficialmente declarados culpables de la inflación. ¡Qué cara más dura! No hace falta ser ministro de Economía ni catedrático en teoría de precios para saber que la inflación es un fenómeno monetario que, en vista del actual monopolio de emisión de moneda, es responsabilidad política. Si todos decidimos comer pavo, subirá el precio del pavo al tiempo que bajará el precio de muchos de los bienes que dejamos de consumir por comprar pavo. Sin embargo, aquí lo que pasa es que suben los precios de casi todo y eso no se consigue aumentando el consumo sino la velocidad a la que gira la maquinita de hacer billetes.
La clase política ha decidido envilecer nuestra moneda y robarnos poder adquisitivo sin medida por el sutil medio de la inflación. Es algo sobre lo que ya no cabe dudar a estas alturas, pero al menos se agradecería que tuvieran la decencia de no culpar a las víctimas. Si pudiera elegir entre los ladrones ilegales y estos sinvergüenzas que ocupan las altas esferas del monopolio del uso de la fuerza, creo que me quedaría con los primeros. Al menos estos no me dirán que si tengo menos capacidad de compra tras el robo es por mi culpa, ni me vendrán a decir lo que tengo que cocinar para maquillar un poco el latrocinio sufrido y la maltrecha cartera. Me roban y me dejan en paz. Eso es precisamente lo que no son capaces de hacer los gobiernos. Cuando ya te han desplumado usan parte del dinero que te han quitado en hacer propaganda de lo bien que lo han hecho.
Enciendes la tele o pones la radio y te tragas el anuncio del ministerio de turno dándote a entender que sin ellos serías un miserable. El otro día el ministro de Economía se jactaba de lo bien que lo ha hecho. No sé realmente a qué se refiere pero de verdad que me cuesta entenderlo. Es como si el carterista del metro me dejara en el bolsillo un tríptico contándome lo bien que lo hace y lo orgulloso que debo estar de que me haya tocado él y no la competencia.