Skip to content

Liberal el último

Publicado en Libertad Digital

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Con que el Gobierno hubiese pinchado la burbuja de la administración pública y hubiera procedido a una generosa bajada de impuestos hoy la economía española iría como un cohete

La cercanía de las elecciones generales ha puesto en marcha la máquina de decir tonterías en todos los partidos políticos. Los equipos de campaña, algunos recién formados y otros que no han hecho otra cosa en los dos últimos años, afinan sus propuestas para que, esta vez sí, el país salga de la crisis después de seis años de travesía por el desierto. Eso para todos menos el PP, cuyo principal recurso es que ya hemos dejado la crisis atrás gracias a los buenos oficios de un gabinete del que aseguran no se ha preocupado de otra cosa. Eso no es del todo cierto, como ya se encargó de demostrar ayer Juan Ramón Rallo en estas mismas páginas. Un país con cerca de cinco millones de desempleados es un país en crisis, se pongan como se pongan en Moncloa.

Por lo tanto, a estas alturas la vía rajoyista para superar la crisis ha fracasado. No lo ha hecho de un modo estrepitoso, cierto, pero en cuatro años de mayoría absoluta y poder cuasi omnímodo podrían haberse hecho quizá no muchas más cosas, pero sí bastante mejor hechas. Y no será porque no se les advirtió. Con que el Gobierno hubiese pinchado la burbuja de la administración pública y hubiera procedido a una generosa bajada de impuestos hoy la economía española iría como un cohete y, lo que es más importante, habría sentado las bases de una recuperación vigorosa y sostenible en el tiempo.  

Pero Rajoy no hizo eso sino todo lo contrario. Perpetuó el zapaterismo –el económico y el otro– tratando en vano de hacerlo viable. El Estado sigue gastando más o menos lo mismo que hace un lustro y la carga fiscal para individuos y empresas, lejos de aligerarse ha mutado en vil saqueo colocándose en esa zona roja en la que no hay modo humano de hacer nada rentable. Algo, por otro lado, perfectamente esperable. Si la premisa fundamental era mantener intacto el momio de lo público no quedaba otra que apretar las tuercas a todo quisqui hasta que reventasen las juntas. Lo peor del rajoyato es que, se ha gastado tanto y de un modo tan insensato, que ni la abracadabrante subida de impuestos ha servido para cuadrar la contabilidad nacional. El Estado vive, como hace cuatro años, instalado en un déficit estructural que financia gracias a una letanía interminable de emisiones de deuda.

Pues bien, a pesar de que todos nuestros aprietos económicos vienen de los excesos de la socialdemocracia, los partidos, todos los partidos, al grito de liberal el último vuelven a apostar por las mismas recetas de cara a las elecciones. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El ser humano en su variante de político español tropieza no dos sino cuarenta, y no lo hace más porque se muere antes. Da igual donde miremos, todos sin excepción están con la misma cantinela. Que si hace falta consolidar el modelo social, que si hay que subir impuestos aquí o allá, que si el fraude sigue siendo muy alto y hay que controlarlo, que si este o aquel sector habría que enchufarlo a los presupuestos generales del Estado, que si el neoliberalismo del PP nos ha llevado a la situación actual. En España podemos presumir de tener socialismo a la carta en todos sus sabores. Y esa es en última instancia la razón por la que hay cinco millones de parados.

El consenso socialdemócrata, o, mejor dicho, el socialburócrata, que diría Javier Benegas, ha arraigado de tal forma que a los pocos políticos razonables les da pánico cambiar una sola coma del discurso oficial. A tal extremo hemos llegado que no pasa nada si sale Pablo Iglesias por la tele asegurando que el suyo es el modelo ecuatoriano, pero, ay del que ponga a Suiza como ejemplo a seguir. Debemos ser el único país de Europa –quizá con la excepción de Francia, que mentalmente está peor que nosotros– en el que una república bananera de Sudamérica vende mejor que un modélico país como Suiza, en el que todo funciona como debe, las cuentas cuadran y sus habitantes trabajan para ellos mismos y no para mantener un gigantesco tinglado político-burocrático a mayor gloria de opositores tipo Soraya, y de gente con carné del partido al estilo de Floriano o de la plétora imberbe que pulula desde hace meses por los ayuntamientos liándola todo lo parda que tan breve lapso de tiempo les ha permitido.

Lo que nadie se atreve a decir más allá de las columnas de prensa o de las conversaciones privadas es que tenemos más Estado del que honradamente nos podemos permitir, que estamos engañándonos a nosotros mismos manteniendo una ilusión de riqueza sobre dinero prestado que habrá que ir devolviendo a los acreedores, que los subsidios son un carísimo pan para hoy a cambio de hambre para mañana, para pasado y para el siguiente, que cuanto más dinero maneja el Gobierno más crece y más se corrompen quienes lo forman. Después de todos estos años de infamia es lo mínimo que deberíamos haber aprendido, pero nada, el pensamiento mágico ha llegado para quedarse. Luego vendrá el llanto y saben qué pediremos, sí, eso mismo, más de la misma droga.

Más artículos

Cómo el mundo se hizo rico

La obra de Acemoglu, Robinson y Johnson, por sus trampas y errores, seguramente no merezcan un Premio Nobel.