La compañía no será muy independiente si el Gobierno interviene en cada una de sus decisiones como, por ejemplo, la actual: oponerse a que alguien entre en su accionariado. De hecho, cuando Sebastián afirma que la compañía ha de ser independiente y española quiere decir que debe estar bajo la influencia del Gobierno. El ministro de Industria sabe que si empiezan a entrar empresas foráneas en Repsol, su dominio podría disminuir. ¿Es eso malo? Todo lo contrario, es fantástico. Significa que la empresa estará más sometida al mercado y menos a los caprichos partidistas del burócrata de turno.
En el peor de los casos, ¿de qué nos sirve que Repsol sea española? Cuando Evo Morales nacionalizó los recursos petrolíferos, envió soldados a la sede de Repsol y detuvo a dos directivos de la compañía, el Ejecutivo español miró hacia otra parte y dijo que no era su problema. Tenemos un Gobierno de incompetentes que están más interesados en las relaciones diplomáticas con los dictadores sudamericanos que en los intereses de nuestras compañías en el extranjero. Cuanto más alejados estén de las empresas, mejor.
Mirémoslo desde otro punto de vista. En 1999 el Estado argentino privatizó la petrolera YPF y la vendió a la española Repsol (de hecho la compañía es hispano-argentina ahora –y no sólo española–, por eso se llama Repsol YPF). ¿Murió algún argentino por la venta de YPF? ¿De la compra de YPF se ha derivado una tragedia para Argentina o sus ciudadanos? No, todos los problemas que tiene el país proceden de la desastrosa gestión de los Kirchner (primero Néstor y luego Cristina).
Sebastián es un racista y, en concreto, un racista empresarial. Tal vez acepta la multiculturalidad social, pero odia la multiculturalidad empresarial. Un 15% de Repsol es extranjero y su free float (parte del total de acciones en bolsa) supera el 40%, lo que significa que cualquiera de afuera puede entrar en el capital de Repsol e influir en las decisiones de la compañía a través del derecho que le otorgan sus acciones. ¿Dónde está el problema? El ministro tiene una mentalidad precapitalista, actúa como un rey absoluto y muestra la típica visión mercantilista del s. XVII. Cree que sus deseos equivalen a la voluntad de Dios o, como se diría hoy día, a la voluntad del bien común. Según Respol, aún no hay conversaciones firmes con Lukoil, pero si las empieza a haber y los accionistas están a favor de la compra —y probablemente lo estén, ya que aumentaría el valor de la acción—, de nuevo, ¿dónde está el problema? Ganaría Repsol, ganaría Lukoil y ganarían sus accionistas. Son relaciones voluntarias donde nadie sale perjudicado, a excepción de Sebastián claro.
Pero este discurso liberal choca con las últimas declaraciones de José Blanco, vicesecretario general del PSOE, quien hace poco ha afirmado que Aguirre "está pasada de moda" porque "no representa la nueva era". Otro que se cree Dios. Al igual que Sebastián, ambos representan la nueva era, el futuro; pese a que ambos estén actuando como monarcas absolutos. Se trata de la típica pose de los políticos populistas y dictatoriales: si usted no entiende sus decisiones, es idiota y necesita autócratas como Blanco y Sebastián que le ordenen qué hacer y cómo hacerlo.
Que un burócrata nos diga cómo debemos vivir y cómo debemos gestionar nuestras empresas, tal vez sea la cosa más moderna del mundo, pero en realidad es sólo una tiranía. El comunismo también estaba muy de moda a principios del s. XX y eso no lo convertía bueno. Estos profetas con sueldos demasiado altos y con excesivos privilegios tendrían que ser más humildes ante el ciudadano y sus empresas. Esté pasada de moda o no, la libertad individual es la mejor fórmula para nuestro bienestar social y económico. La tiranía, el modelo del tándem Blanco-Sebastián, sólo nos lleva al fracaso, al aislamiento y a la pobreza material e intelectual.