…cabía sostener que, en el fondo, los populares habían actuado conforme a los intereses del país: la economía sufriría un shock a muy corto plazo pero a cambio Zapatero sería derrocado y con él nuestro principal lastre para recuperarnos a largo plazo.
El argumento no me convencía, entre otras cosas porque se estaba acusando a ZP de ser demasiado poco rojo; sólo nos faltaba que la oposición in toto le exigiera que se alejara de la ortodoxia bruselense y regresara a sus esencias manirrotas para tramitar un proyecto de ley consensuado con comunistas, socialistas y demás ralea. Vamos, seguro que habría padecido indecibles sufrimientos.
Pero defendible como podía ser este argumento, el derrotero populista que está siguiendo en estos días el PP ya resulta del todo absurdo y perjudicial para los intereses nacionales sin ningún género de dudas. González Pons, el que se vanagloria de poder mirar a los ojos de un pensionista y decirle que no votó por congelarle la pensión (aunque se guardará de decirle que si implementaran esta estrategia desde el Gobierno nos conduciría a todos a la quiebra, incluido al pensionista y a sus vástagos), ha anunciado que su partido presentará una proposición de ley para que el ajuste de Zapatero no afecte a los pensionistas. Ya se sabe que ocho millones son muchos votos en juego como para que el partido que se espera que gobierne España más pronto que tarde se abstenga de comportarse exactamente igual que cuando el PSOE sacaba a pasear los dóbermans.
Pero en este punto conviene decir las cosas claras, pues el PP está empleando esa treta que tan bien y tan a menudo utilizan los socialistas para confundir los deseos con la realidad. Por supuesto, a todos nos encantaría que nuestros jubilados cobraran unas pensiones no de 800 euros, sino de 5.000 euros. Nadie negará que muchas de las pensiones que se abonan hoy en España son de auténtica miseria, pese a tratarse del único sustento que les queda a una parte sustancial de nuestros pensionistas.
El problema es que no somos lo suficientemente ricos como para permitirnos más que esa miseria. El problema es que tenemos un sistema de Seguridad Social asentado en un auténtico fraude piramidal a la Madoff que impide a las clases medias crearse un patrimonio a lo largo de su vida laboral y los convierte en dependientes de las exacciones que en el futuro se practiquen sobre una menguante población joven.
Pocas dudas caben de que ante la auténtica avalancha de jubilados que presenciaremos en los próximos 15 y 20 años la Seguridad Social no puede ya incrementar más las pensiones. De hecho, es probable que ni la congelación valga para hacer sostenible el sistema y haya que rebajarlas mediante ciertos estratagemas como prolongar la edad de jubilación, alargar a toda la vida laboral el período de cómputo y calcular la pensión en función de un porcentaje que dependa del número de años trabajados.
El PSOE lo sabe, el PP lo sabe, incluso IU lo sabe. Y, sin embargo, ninguno plantea a las claras este debate. De hecho, los populares están basando su labor de oposición no en exigir la supresión de muchas de las partidas de unos insostenibles presupuestos o en reclamar una reforma inmediata de las pensiones (por ejemplo, favoreciendo la transición a un sistema de capitalización), sino en provocar que el sistema se vuelva todavía más insostenible de lo que ya es.
Tras sufrir unos políticos como éstos, a Grecia ya le están pidiendo que reduzca sus pensiones un 50%. ¿Podrá González Pons mirar a los ojos de los pensionistas de dentro de 20 años y decirles “yo contribuí a que la Seguridad Social no pudiera ni abonarte unas pensiones de miseria por las que estuviste cotizando con un tercio de tu salario durante 40 años”? Diría que no, porque lo que se estila en el político es la demagogia y no la honradez. La cuestión, sin embargo, no es qué hará en dos décadas González Pons mientras esté disfrutando de su jubilación de oro, sino si creen que con semejante discurso ganan enteros como alternativa de gobierno incluso frente al que es el Gobierno más nefasto de nuestra historia. En lo que a mí respecta, desde luego no.