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Los pérfidos intermediarios

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La pasada semana un grupo de agricultores convocó a los viandantes a un festín de fruta gratis. No era un acto de generosidad, sino de protesta. Lo organizaba la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, UPA, para cantar la vieja tonada de que los verdaderos productores, que son ellos, ganan una parte ínfima del precio final del producto. Dicen que unos intermediarios, que no son más que ladrones, «se forran» a costa de productores y consumidores. La parte del león se lo llevan estos «especuladores». Vamos, que los ponen de cobradores de impuestos para arriba.

Su portavoz, Lorenzo Ramos, ha puesto un ejemplo que pretende ser escandaloso: Una y la misma sandía por la que usted, desavisado consumidor, paga 78 céntimos el kilo, la vende el esforzado cultivador a ocho. ¡Una plusvalía del 780 por ciento! ¿Cabe mayor iniquidad? Esta idea de que el valor de los bienes lo da la Tierra, que llevaron a la perfección, en lo que cabe, los fisiócratas, la han recogido estos subvenciócratas, que para denunciar presuntos robos al público tienen tanta soltura como para recibir de ese mismo ciudadano las cantidades en forma de dádiva pública que puedan llevarse.

Pero además es que no tienen razón. Es evidente, incluso para una ministra, que no es lo mismo una sandía recién ganada a la tierra que la misma sandía en el mercado. No lo es desde el punto de vista económico, simplemente porque está más cerca de nosotros, los consumidores. La producción consiste en acercar los bienes a su fin último, que es el consumo. Y cargar con la sandía hasta un mercado mayorista es producir. Llevarla hasta un mercado al detalle es producir. Y tanto envasarla, si es necesario, refrigerarla, limpiarla y descartar las que no sean aptas para consumir, todo ello es producir. Cada paso va en la misma dirección, que somos los consumidores, y todos son necesarios. Todo ayuda a que en el último eslabón de la cadena el comprador se lleve el bien a casa. Y cada etapa, desde la del agricultor hasta el trasportista o el comerciante, es importante. ¿Cuánto? Para eso está el mercado, para descubrirlo.

Si uno va más allá de donde llegaría, insisto, una ministra, puede darse cuenta de que si los beneficios de los «meros intermediarios» son tan fabulosos, los propios agricultores podrían llevárselos enteritos, sin más que ocupar su puesto y encargarse ellos del resto de la cadena de producción. Que nos lo traigan a casa a 78 céntimos el kilo, o a 70 si quieren, y los consumidores iremos todos a pagarles a ellos. ¿Por qué no lo hacen? Porque para ello ya hay muchas empresas que luchan, en dura competencia, por dar el mejor servicio al menor precio. Y son los mejores con los que contamos, porque de no serlo el mercado les habría expulsado.

Con todo, no es que tengan motivo de queja. Como decía Javier Alonso, entre los márgenes que ellos no se llevan porque no los generan «hay una parte llamada IVA que se queda el Estado ya no sin aportar nada a cambio sino entorpeciendo y encareciendo todo el proceso con trabas administrativas y regulaciones varias». ¿Protestarán contra eso?

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