De tanto en tanto los socialdemócratas de Suecia atacan a las escuelas libres (Friskolor, escuelas públicas de gestión privada). Más recientemente, con la propuesta de dar a las autoridades municipales poder de veto sobre el establecimiento de nuevas escuelas libres a fin de detener su supuesta sobreexpansión. Esto implica que las municipalidades tendrían atribuciones para impedir la creación de centros que compitan con los propios, lo que era justamente la idea de la reforma que en 1992 permitió, gracias a un sistema de cheque o voucher escolar, la creación de las escuelas libres. Por su parte, los socialdemócratas de Escania van mucho más lejos y quieren suprimir el derecho mismo a elegir escuela, sea esta de gestión pública o privada.
Se nota la nostalgia de los socialdemócratas por aquel tiempo en que regía el orden en el frente escolar y en tantos otros. Sí, aquel tiempo en que ellos podían decidir tanto y los ciudadanos tan poco. ¡Ay, tantas libertades –de elegir guardería, escuela, centro médico, forma de atención a los mayores o a los discapacitados, etc.– que han destruido el idilio socialdemócrata!
De todo ello, la pérdida de poder sobre la escuela es lo que sin duda más les duele. El proyecto socialdemócrata clásico tenía su eje en la socialización del individuo mediante la socialización (estatización) de la escuela. Es así como se crearía el hombre nuevo socialista, formado por el Estado desde la cuna hasta la tumba. Por eso es que la existencia de las escuelas libres es tan dolorosa para los socialistas de todo pelaje.
Eso hace del movimiento de las escuelas libres el verdadero héroe de la lucha por la libertad en Suecia. Empezó de manera muy modesta en 1992-93, pero hoy abarca unas 1.250 escuelas básicas y secundarias, a las que asisten más de 210.000 alumnos. A ello hay que agregar más de dos mil centros infantiles y las 55.000 personas que trabajan en alguna escuela libre para poder aquilatar el peso de este movimiento que no ha dejado de crecer desde su nacimiento y que ha sido la punta de lanza de la transformación del viejo Estado-patrón sueco en un Estado solidario, que amplía las libertades empoderando al ciudadano en vez de ponerse por sobre él.
La socialdemocracia sabe que le sería muy costoso lanzarse a una confrontación frontal con un movimiento popular tan significativo. Por ello elige una línea más cautelosa de ataque, consistente en tratar de frenar el aumento de las escuelas libres y, haciendo gran cosa de algunos ejemplos de mala gestión, sembrar la desconfianza hacia los emprendedores escolares y su legítimo afán de lucro.
Es lo que le queda cuando no se puede recurrir a ningún argumento serio contra el movimiento de las escuelas libres. De hecho, las investigaciones realizadas no han podido documentar ni un solo efecto negativo del surgimiento de las mismas. La segregación socioeconómica, por ejemplo, no ha cambiado de manera significativa, ya que el sistema sueco no permite el copago ni cobro extra alguno en las escuelas libres.
Pero no solo eso, la estadística de la Superintendencia de Escuelas muestra que la diferencia de resultados, medida por las calificaciones obtenidas, ha ido disminuyendo sucesivamente entre la escuelas básicas libres y las municipales, mientras que en las secundarias ha simplemente desaparecido. Esto se debe a los esfuerzos hechos por el sector municipal por crear centros atractivos ahora que no tienen que vérselas con súbditos o clientes cautivos, sino con ciudadanos libres y empoderados, de cuya elección depende la subsistencia de las escuelas.
Además, el personal de las escuelas libres está claramente más satisfecho con su situación que aquel de las de gestión municipal, y no se ha realizado ni una sola huelga contra la existencia de las escuelas públicas de gestión privada (claro, en Suecia los empleados públicos no forman un estamento privilegiado de funcionarios). Y esto para no hablar de la satisfacción de los padres y los educandos que han elegido una escuela libre en vez de una municipal.
En vez de llevar adelante este tipo de campañas insidiosas contra las escuelas libres, la socialdemocracia debería honestamente reconocer que los verdaderos problemas de la escuela sueca tienen que ver con esa escuela de frivolidad (flumskola), basada en la ausencia de disciplina y exigencias, donde todo es juego y falta de autoridad y responsabilidad, que ellos mismos crearon. La escuela socialista es la escuela de la mediocridad, y con su herencia está lidiando Suecia todavía.