El problema surge cuando un ramillete de progres inmaduros (valga la redundancia) se encarama al poder de una nación occidental, pues entonces las consecuencias de sus actos las pagan todos los ciudadanos, incluidos quienes experimentamos una repugnancia espontánea hacia esa patología.
La manifestación de este pasado jueves, convocada por PSOE, IU, sus sindicatos pantalla y una gavilla de organizaciones subvencionadas, coloca nuevamente a la izquierda ante sus contradicciones más flagrantes. Señores que no soportan a un cura católico, defendiendo al "Partido de Dios" formado por fanáticos islamistas, pacifistas jaleando a grupos terroristas y feministas radicales entusiasmadas con una subcultura que niega a la mujer sus derechos; todo ello aliñado con la foto inolvidable del presidente más insolvente de la Historia de España, luciendo simbología panarabista como un vulgar mozalbete camino del "insti".
La participación de renombrados activistas homosexuales en la algarada, entra ya de lleno en el terreno de la psicopatología. Los referentes morales que les despiertan más simpatía son el castrismo y el integrismo islámico. El primero encarcela a los gays para "reeducarlos", el segundo los ahorca para redimirlos. Aunque sólo fuera por mero instinto de supervivencia, deberían, cuando menos, mantenerse al margen en este tipo de cuestiones, pero les gusta más participar en estos festivales progres que un pantalón de cuero negro sin culera. En fin, dicen que palos con gusto no duelen, así que ellos verán.
Conocedora de la densidad neuronal de sus bases, la izquierda reduce sus análisis a una o dos ideas-fuerza fáciles de asimilar. Israel, según han dictaminado nuestros referentes intelectuales, es un estado eminentemente genocida. La comparación del pueblo israelí con los nazis, en pancartas de la manifestación, no tiene otro objetivo. Ni una palabra de la agresión previa de grupos terroristas islámicos, financiados por Siria e Irán, tanto por el sur (Hamas) como por el norte (Hezbolá), con asesinatos, secuestros de soldados y lanzamiento de misiles contra las ciudades israelíes más próximas desde fuera de las fronteras internacionales que dividen el territorio. El Líbano, recordemos también, era la Suiza de Oriente Próximo hasta que la dictadura siria de los Assad y los terroristas de Arafat decidieron arrasar el país para convertirlo en una cómoda plataforma de ataque a Israel. Las matanzas de cristianos libaneses fueron constantes durante más de una década, sin que la izquierda levantara la voz. Tan sólo cuando las falanges cristianas se vengaron del asesinato de su líder, Bashir Gemayel, en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, se desató la histeria colectiva del progresismo universal… ¡para acusar a los judíos!
Los ciudadanos israelíes saben que son meticulosamente odiados por los progres occidentales, que prefieren defender a dictaduras teocráticas antes que a un estado democrático. Lo bueno del pueblo judío es que no renuncia a luchar por su supervivencia, aún a riesgo de enfadar a todos los zerolos del mundo. En su alocución al país de hace unos días, el presidente israelí dejó bien clara su determinación de acabar con el terrorismo que amenaza a sus ciudadanos: "Rastrearemos todas las áreas, atacaremos a todo terrorista que colabora en golpear a los ciudadanos de Israel y destruiremos sus bases terroristas en cualquier lugar. Seguiremos hasta que Hezbollah y Hamas se comporten, básica y decentemente, como se exige a cualquier ser humano y educado. Israel no aceptará vivir bajo la amenaza de cohetes y misiles contra su población". ¿Y a mí que me gustaría escuchar al presidente de mi país decir algo parecido respecto al terrorismo doméstico?