John Nolte hace notar una contradicción sólo aparente: no ha sido la flagrante parcialidad de los principales medios norteamericanos lo que los está llevando a la ruina, ha sido la aparición de internet, la blogosfera y sus altavoces radiofónicos y televisivos (Fox News, prácticamente en exclusiva) los que están destruyendo la credibilidad de la prensa. Walter Duranty podía alabar a Stalin en las páginas del New York Times y recibir un Pulitzer; hoy posiblemente terminaría despedido y el director del diario habría dimitido para afrontar nuevos retos en cierto puesto burocrático de la compañía editora. La diferencia entre entonces y ahora es que existe un quinto poder con capacidad para ejercer de contrapeso al cuarto y denunciar sus abusos: el periodismo disperso.
No obstante, hay que hacer notar que por sí sola la blogosfera no puede hacer nada. Necesita de altavoces mayores. Dispone en muchos casos de información extraordinaria, de gran valor, pero perdida entre un mar de datos falsos, opiniones y poca capacidad de llegar al gran público. Sigue siendo necesario que un medio tradicional ejerza de altavoz; en concreto, una televisión nacional, que siguen siendo las principales fuentes informativas del ciudadano medio. Esa es la principal diferencia entre Estados Unidos y España: allí existe Fox News, aquí no; los posibles candidatos a convertirse en la Fox española son demasiado pequeños, tienen poco dinero y escasa audiencia. Mientras, la gente se sigue informando en TVE, Antena 3, Telecinco, Cuatro y La Sexta. No son precisamente los sitios donde uno esperaría encontrarse en horario de máxima audiencia a alguien como Glenn Beck.
Ha sido este periodista, quien por cierto entrevistó hace unos meses a Gabriel Calzada, quien parece haber encontrado la fórmula perfecta. En cierto modo se parece al mecanismo descrito por Eric S. Raymond en su ensayo La catedral y el bazar mediante el cual se desarrolla el software libre. Beck acude a su programa con información de interés que afecta negativamente al Gobierno o a los demócratas y pide colaboración; personas de todo el país se ponen a buscar con ahínco y terminan encontrando cosas que Beck jamás habría podido hallar por sí mismo.
Es lo que ha provocado la caída de Van Jones, el "zar" de Obama para impulsar la llamada economía verde y las energías renovables. Mientras la prensa hablaba más bien poco de él, como no fuera para ponerlo como una de las 100 personas más influyentes del mundo en la lista de Time y con artículo apologético del gran intelectual Leonardo DiCaprio, Beck lo denunció por ser comunista. Algo que aquí le daría caché, pero es que en Estados Unidos son raros y miran mal a quienes comparten ideas con los asesinos de más de 100 millones de seres humanos. A partir de ahí el periodismo disperso comenzó a actuar y pronto pudo poner un vídeo donde llamaba gilipollas a los republicanos e informar de que en 2004 firmó una petición donde se exigía una investigación a fondo del 11-S y en la que se acusaba a Bush de haber permitido a propósito los ataques.
El resultado fue la dimisión de Jones, algo impensable, por cierto, por estos lares. En vista del éxito, Beck ha repetido un par de veces más la jugada. Primero, emitiendo un reportaje con cámara oculta hecho por dos aficionados veinteañeros ataviados de chulo y puta, respectivamente, en el que se demostraba que en las oficinas de ACORN se incitaba al fraude fiscal y se hacía la vista gorda incluso ante la trata de blancas. Consecuencia: el Senado ha votado retirarles los fondos públicos a esta organización con la que trabajó Obama.
En segundo lugar, Beck publicó un vídeo sacado a la luz en un blog en el que la directora del National Endowment for the Arts –la agencia que subvenciona el arte en EEUU– animaba a los artistas a hacer propaganda a favor de Obama. Consecuencia: Yosi Sergant fue "recolocada".
Mientras tanto, la prensa se dedicaba a buscar todo lo posible sobre el yerno de Sarah Palin, que ya no tiene ningún cargo público. No es de extrañar que la confianza del público en la profesión haya bajado al 29 por cierto, la peor cifra desde que comenzaron a medirla. La culpa, sí, es de la blogosfera y Glenn Beck y el periodismo disperso todo. Pero especialmente de unos periodistas que, ante la certeza de que no podrían seguir saliéndose con la suya haciendo lo de siempre, decidieron intentarlo unos años más.