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Los unos y los otros

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Estamos en contra de la xenofobia y de los movimientos identitarios que recorren Europa, pero vemos con toda la simpatía a los que hay en España.

España está al borde de quebrar una unidad política que ha durado cinco siglos. Su más reciente Constitución tiembla ante el secuestro de una parte de las instituciones españolas por una élite corrupta, apoyada con notable entusiasmo por gran parte de la sociedad catalana. Unos viven esta crisis con la ilusión de vivir en la arcadia catalana, que derramará sobre sus mejores hijos torrentes de bienes sin cuento, mientras otros tienen la esperanza de que se restablezca la legalidad y las instituciones funcionen, sin más injerencias políticas.

De todas las posiciones ante lo que ocurre me llama especialmente la atención quienes se ponen de perfil, cuando no de cúbito supino. Y en particular quienes señalan que todo lo que ocurre es culpa “de unos y de otros”. Unos, el independentismo catalán, han llevado sus legítimas exigencias demasiado lejos. Los otros, el gobierno de Rajoy, es tanto o más culpable por desoír a los nacionalistas, y reprimir a palos una votación ciudadana. Es más, si los dos son culpables, el gobierno de España lo es aún más. Porque es el que nos toca a nosotros. O porque no se ha puesto en serio a considerar todo lo que puede ceder ante los nacionalistas. O porque es el Partido Popular. El caso es que están preocupados, y mucho. Y yo lo entiendo.

Mantener ese equilibrio entre “los unos y los otros” es realmente complicado, y exige determinadas técnicas de pensamiento que no están al alcance de todos. Lo principal es aislar los pasos que se dan en uno y otro sentido de las circunstancias. La principal de las cuales, por supuesto, es de qué lado está cada uno de la ley. Que Puigdemont y su banda quieren subvertir la Constitución no puede caber ninguna duda. Y que el Gobierno tiene el derecho, y el deber, de hacer cumplir la ley suprema, tampoco. Dejarse llevar por estas obviedades es peligroso, pues podría conducir a defender la actuación del Gobierno, de modo que se saca a la Constitución y las leyes de la ecuación.

– “Pero tiene que haber otra solución, otro modo de acabar con este conflicto que no sea por la fuerza”.

– “Ya. Pero ¿cuál?”.

– “No lo sé, pero tiene que haberla”.

– “Pero si su objetivo es incompatible con la Constitución. ¿Qué hacemos? ¿Qué acuerdo hay que sea posible y que suponga mantener la Constitución y los objetivos de los independentistas? Ninguno”.

– “Pues se modifica la Constitución”.

– “¿Así, sobre la marcha? ¿O siguiendo el procedimiento de la Constitución? Porque si es ese el caso, tendrán que decidir todos los españoles”.

– “No, con quien hay que negociar es con ellos”

– “Pues entonces tiene que ser al margen de la Constitución. Bien está. Pero ¿quién nos defenderá de los políticos si pueden pactar lo que consideren al margen de las leyes?”

Y vuelta a empezar.

– “Hay un sentimiento de los catalanes que es real”

– “Ya, un sentimiento supremacista y xenófobo inoculado desde la educación y los medios de comunicación públicos o subvencionados”.

– “No son xenófobos. Y es un sentimiento legítimo”

– “Y fomentado desde el gobierno”

– “Pues igual que el de aquí, que manipula RTVE. Unos y otros…”.

Vamos allá:

– “No sé a qué espera el Gobierno para aplicar el 155”

– “Me da la risa. El PP ¿aplicando la ley? ¿En serio? ¿Estos, que son unos corruptos, van ahora a aplicar la ley?”

– “Ah. ¿Estaba mal cuando algunos del PP se saltaban la ley y robaban?”

– “¡Claro!”.

– “Pues decídete. ¿Qué está mal? ¿Saltarse las leyes o cumplirlas y hacerlas cumplir?

Saltan los plomos.

Pensar consiste en gran medida en discriminar, categorizar y relacionar unas cosas con otras. Pero para llegar al nirvana de los-unos-y-los-otros hay que suspender el pensamiento, en un ejercicio no inédito en la cultura occidental, pero que se me antoja muy arduo. Estamos en contra de la xenofobia y de los movimientos identitarios que recorren Europa, pero vemos con toda la simpatía a los que hay en España, sólo porque están en contra de España. Defendemos la solidaridad como valor supremo de la política, y consideramos legítimas las exigencias de los catalanes de no ser solidarios con el resto de los españoles. Defendemos la democracia, pero criticamos las medidas legales, y legítimas, en defensa de la democracia. Defendemos el diálogo con quien no quiere negociar, y sólo la aceptamos si diálogo es sinónimo de impunidad. Y todo así.

Decía que entiendo su temor. Es el temor a que la realidad vuele de un plumazo los frágiles sustentos de lo que es España.

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