Maduro preside un Estado fallido, incapaz de mantener el monopolio de la violencia porque el chavismo armó a cien mil maleantes que hoy controlan parcelas crecientes de autoridad en el país.
Venezuela continúa hundiéndose. La barbarie no conoce límites. La única regla clara es que mañana siempre será peor que hoy. Lo demuestra el nombramiento de Tareck el Aissami, gobernador de Aragua, como primer vicepresidente del país.
El periodista venezolano Antonio María Delgado, estudioso del tema, ha escrito en El Nuevo Herald que es una señal de que el sector procastrista asume el control del chavismo, «marcando el triunfo del marxismo radical procastrista sobre los militares nacionalistas». Probablemente tiene razón, pero hay otras razones, que cuento al final de este artículo.
Si Maduro, que es de la misma cuerda ideológica, deja de ser presidente, lo sustituiría este siniestro personaje, sindicado como colaborador del narcoterrorismo islámico, según revela el experto Joseph Humire, de la SFC (Secure Free Society). Es como saber que, tras padecer lepra, ha comenzado a devorarnos el recto un cáncer terminal.
De acuerdo con el informe de Humire, el nombre de El Aissami como próximo hombre fuerte comenzó a circular tras la visita a Caracas de Hasán Ruhaní, presidente de Irán, en septiembre pasado. La información propagada en los mentideros venezolanos era que Irán financiaría el desastre venezolano, pero exigía a cambio que su hombre estuviera claramente en la línea de sucesión de un régimen que se tambaleaba.
Para Raúl Castro es una jugada perfecta. El Aissami también es su hombre. Uno de sus hombres. La monogamia no es una conducta necesaria en este tipo de alianzas. Entre La Habana y Teherán no hay ninguna contradicción. ¿Qué importa que Cuba sea una dictadura comunista atea e Irán una teocracia convencida de que lleva a cabo los designios de Alá interpretados por su discípulo Mahoma? Los une la lucha contra Estados Unidos, el Satán americano, contra Israel, contra los valores laicos y profanos de la democracia liberal, pérfidamente difundidos en el podrido mundillo occidental. ¿No aseguró Fidel Castro en mayo de 2001, de visita oficial en Teherán, que Cuba e Irán pondrían de rodillas a Estados Unidos? De eso se trata.
El Aissami es un duro luchador, suficientemente fanático como para que Cuba, en su momento, se lo sugiriera a Chávez como ministro del Interior, el organismo venezolano que otorga pasaportes y cédulas de identidad, una entidad clave en las labores de contrainteligencia, espina dorsal de este tipo de regímenes. En esa condición, fue él quien ordenó se entregaran (por lo menos) 173 pasaportes y documentos de viaje venezolanos a miembros de Hezbolá, la organización terrorista creada y financiada por Irán en el Líbano, madre patria de El Aissami. Mientras tanto, su primo, llamado Husam, con el mismo apellido, dirigía el consulado venezolano en Amán, Jordania, y lo ponía al servicio de las redes clandestinas de terroristas, de acuerdo con el persuasivo relato de Humire.
¿No es un error designar a semejante sujeto como vicepresidente de Venezuela? ¿No creará eso más alarma social nacional e internacional? No es un error. Se trata de una prueba contundente de que la cúpula chavista, impulsada por Cuba, ha optado por despojarse totalmente de la careta democrática.
Eso quiere decir que, llegado el momento, invocarán el sagrado nombre de Bolívar, declararán que los diputados de la oposición han traicionado a la patria y disolverán la Asamblea Nacional.
Eso quiere decir que no habrá otras elecciones en las que los venezolanos puedan contarse porque eso del multipartidismo es una ordinariez contrarrevolucionaria.
Eso quiere decir que continuará la corrupción porque se trata no sólo de crear una oligarquía boliburguesa, sino de atar fuertemente el sistema por medio de una cadena de complicidades delictivas.
Maduro huye hacia delante. Preside un Estado fallido, quebrado, incapaz de mantener el monopolio de la violencia, porque el chavismo armó a cien mil maleantes que hoy controlan parcelas crecientes de autoridad en el país, y les dio una patente de corso para que actuaran al margen de la ley, lo que ha generado una sociedad también fallida, improductiva y desesperada, en la que han sido asesinadas decenas de miles de personas y de la que escapa casi todo el que puede.
La función del dúo Maduro-El Aissami no es arreglar los problemas del país, porque no les interesa esa tarea, ni pueden, y ni siquiera saben cómo hacerla. El objetivo es proteger a la banda más importante, la de ellos, la que gestiona el narcoestado, y mantener fuera de la cárcel a los militares y civiles que han realizado mil fechorías amparados por «la revolución».
Cuba e Irán, por su parte, continuarán esquilmando a Venezuela y poniéndole el hombro a la pareja. Cuanto más repulsivo sea el chavismo, mejor para las metrópolis, porque sus clientes venezolanos no tendrán otra opción. No hay régimen lo suficientemente repugnante como para no merecer el abrazo revolucionario y antiimperialista. Sobre todo si tiene algunos petrodólares.