A río revuelto, ganancia de pescadores. El populismo sigue ganando adeptos entre el electorado de los países más débiles de la Zona Euro. Las elecciones italianas son la última prueba de esta peligrosa deriva. El regreso de Silvio Berlusconi, tras el éxito que ha cosechado su discurso germanófobo, y la significativa irrupción del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, que se ha situado como tercera fuerza, pone en el disparadero las tímidas reformas del tecnócrata Mario Monti.
La clave de estos comicios, más allá de la posible ingobernabilidad de Italia y una nueva convocatoria electoral, es que la mayoría de los votantes mostró en las urnas su rechazo explícito a la austeridad pública, incluso a la permanencia en el euro.
Desde hace meses Italia parecía terreno abonado para lo que finalmente ha sucedido. No en vano casi la mitad de los electores (unos 23,5 millones) son jubilados, parados o empleados públicos, contrarios todos ellos a recortar el gasto. El problema de fondo es que la receta adecuada para salir de la crisis resulta muy impopular en sociedades que llevan décadas instaladas en el paternalismo intervencionista de la subvención y el mal llamado Estado del Bienestar. Sociedades como la italiana, la griega, la portuguesa y la española.
La deriva populista de Berlusconi y el discurso antisistema del payaso Beppe Grillo han acaparado ni más ni menos que el 55% del voto. En Grecia, las últimas encuestas arrojan un empate técnico entre el primer ministro, Antonis Samaras (Nueva Democracia), y el líder de la coalición comunista Syriza, Alexis Tsipras, con casi un 29% para cada uno, mientras que los nazis de Amanecer Dorado se mantienen como la tercera fuerza, con un respaldo próximo al 12%. Comunistas y nazis comparten el mismo mensaje: oposición frontal a la política de recortes y liberalización económica y, llegado el caso, suspensión de pagos y salida del euro. Ambos se nutren del amplio descontento social que existe en Grecia, donde el 64% de la población cree que el país va en la dirección equivocada. Sin embargo, la prolongación de su particular crisis no es culpa de Merkel ni de los mercados, sino de una sucesión de Gobiernos incapaces de aplicar la amarga medicina recetada para salir cuanto antes del atolladero.
El populismo todavía no se ha hecho un hueco visible y significativo en el arco parlamentario español, pero ya hay indicios preocupantes. El apoyo soterrado del Gobierno a las plataformas que proponen el impago generalizado de hipotecas, la subida que está experimentando IU en las encuestas y el viraje izquierdista del PSOE son, sin duda, señales a tener muy en cuenta.
En el fondo de este tipo de movimientos subyace un creciente descontento social, materializado en forma de protestas como la del 23 de febrero. Bajo lemas como "Recortes no", "Tu sobre es mi recorte", "Su botín es mi crisis", "Sin pan no hay paz", "Ladrones" o "Viva la lucha obrera", se está generando una marea roja que puede anegar España en el populismo que ya están sufriendo Grecia e Italia.