A día de hoy por cada cien euros que el Gobierno de Mariano Rajoy pida en el extranjero tendrá que devolver 107. Este es, traducido a euros contantes y sonantes de los que cualquier hijo de vecino entiende, el coste del desaforado gasto de un aparato estatal insostenible. Y podría ser peor, podríamos tener que pagar un interés del 10%, del 15% o del 18%, como le sucede a otros Gobiernos manirrotos que será mejor no nombrar por aquello de no mentar a la bicha.
Si todo sigue como hasta ahora, si el Estado sigue devorando la mitad de la menguante riqueza nacional, lo más probable es que, a lo largo de los próximos meses por cada cien euros pedidos fuera tengamos que devolver 110, 115 o 120. Y digo tengamos porque el Gobierno pide en nuestro nombre y poniéndonos a nosotros, los magullados contribuyentes españoles, como garantía del préstamo.
Ante una situación semejante solo caben dos actitudes. La primera –y la más previsible– es que el Gobierno siga a lo suyo hasta que el barco termine de hundirse. Luego la culpa será del BCE, que no depreció la moneda lo suficiente para diluir nuestra monstruosa deuda; de Merkel, que no terminó de saquear a sus contribuyentes para salvar el trasero a los políticos españoles; de los malvados mercados al servicio de la familia Rothschild, o del sursuncorda. En ese momento ya dará todo igual. El grifo se habrá cerrado y lo que venga después, tras la bancarrota, sólo Dios lo sabe.
La otra posibilidad es que Mariano Rajoy de un golpe en la mesa y demuestre que sus muchos años consagrado al estudio del Derecho sirvieron para algo. No se puede gastar lo que no se tiene. No se puede vivir eternamente de prestado. No se puede amortizar deuda con nuevos préstamos. No se puede secar la capacidad productiva de un país mediante exacciones fiscales confiscatorias. No se puede, en definitiva, vivir en Babia a espaldas de la realidad pensando que una aspirina puede curar una neumonía en estado avanzado. Mariano, por lo que más quieras, deja de gastar ya, mañana será tarde.