Omar mateen, en algún momento, sabe Dios por qué, se revolvió contra su propia vida y se acordó de que era musulmán.
Cuando la realidad es fluvial, en lugar de parecerse a una avalancha, el periodismo se vale de los números para contarla. El de los números es un código elocuente, aprehensible y eficaz, aunque generalmente promete una precisión que se escapa como la misma agua del río. El Centro Europeo contra el Terrorismo de la agencia Europol ha reunido lo que sabe de los europeos que tienen estrechos vínculos con el terrorismo islamista. Hydra, que es el nombre del fichero conjunto de terroristas, ha vomitado el número 65.000.
Eso es un ejército de dos cuerpos. Sólo que su carácter disperso e irregular no le permite aspirar a esa categoría. Tampoco es una milicia, que esa venerable institución es la del pueblo en armas, y es el epítome del ideal republicano. Ellos no son el pueblo, y desde luego no están aquí para defenderlo, sino para destruirlo. Hay otro fichero, Travellers, que cifra en 33.911 las personas que proceden de Siria e Irak, de donde traen el deseo de matar y la preparación para hacerlo.
Los retornados de la yihad son “la principal amenaza” para la sociedad europea, dice el director del Centro, Manuel Navarrete. Bien está. No vamos a desmentir, en el calibrado de los riesgos, los que los expertos achaquen a cada grupo de musulmanes fidelísimos. Pero pensemos en Omar Mateen. Visitaba habitualmente la discoteca de ambiente gay Pulse, y veía ahí a sus habituales. Era “divertido”, según sus absortos colegas. Pero en algún momento, sabe Dios por qué, se revolvió contra su propia vida y se acordó de que era musulmán. Un día entró en Pulse para matar a medio centenar de personas.
Y la cuenta de los Omar Mateen de Europa se le escapa incluso al Centro Europeo contra el Terrorismo de la agencia Europol.