Decía Marx que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. En esas está el PSOE y, más concretamente, su federación madrileña, que es el epítome del desastre pesoístico que no tiene paliativo desde que hace ya tres años y pico Zeta y sus cuatachas tuvieron que salir de la Moncloa por la puerta de servicio. El poder desgasta sí, pero solo cuando se está lejos de él. Para un partido adicto al presupuesto como el PSOE el síndrome de abstinencia es tan brutal que puede terminar fundiéndolo por dentro.
Hubo un tiempo en el que el PSOE de Madrid era hegemónico, chuleaba los principales ayuntamientos y hasta la propia autonomía que, en cierto modo, fue una hechura de sus líderes allá en los albores de los felices ochenta. Felices para ellos, se entiende. “Los ochenta son nuestros” se titulaba un drama generacional de Ana Diosdado que hizo furor entonces. Y tanto que lo fueron. Un partidillo marginal durante el franquismo sin más militantes que cuatro sindicalistas vizcaínos se apoderó del país entero. Y todo en un lapso de tiempo extraordinariamente corto. Una vez arriba le dieron al Estado la forma de su propio partido que es, en definitiva, la forma que España tiene ahora. Capturaron el zeitgeist como nadie lo había hecho desde que, en los primeros cuarenta, la Falange unificada vistió de azul a todo quisqui y puso cara al sol con el brazo derecho en alto a nuestros abuelos. Nos guste o no, el nuestro es un país hecho a imagen y semejanza del PSOE. No es casualidad que a los que nacimos en los años setenta los sociólogos nos llamasen “hijos de Felipe” de la misma manera que a los nacidos en los noventa ahora se les denomina “hijos de Zapatero”.
Claro, que de esto los más jóvenes ni se acuerdan, los socialistas madrileños llevan tanto tiempo alejados de la poltrona que el respetable ya les ve como los eternos segundones, un papel que las sucesivas ejecutivas del PSM se habían acostumbrado a interpretar con gusto e indescriptible entrega. Porque, digan lo que digan, en la oposición se puede llegar a vivir estupendamente. Los diputados regionales están bien pagados –demasiado bien pagados a mi juicio–, hay mucho botín para repartir, el sistema, nuestro sistema, es generoso con el que se clasifica en segundo lugar. Así que con un puñado de ayuntamientos para colocar afines más las comisiones de la asamblea, la difuntaCajamadrid, las empresas públicas y unos pellizcos aquí y allá la pena de no mandar es menos pena.
Y en estas andaban cuando aparecieron los jóvenes bolivarianos de Podemos y lo fastidiaron todo. Los jerarcas de Ferraz asumían sin grandes dramas eso de pasarse la vida en la oposición con la promesa de alguna vez llegar al Gobierno previo pacto y cambalache con IU. Lo que ya no les parece tan gracioso es verse relegados a la tercera plaza o incluso a la cuarta si los de la tercera vía tipo UPyD o Ciudadanos siguen en ascenso. La política está para vivir de ella. Lo digo por si usted aún no se había enterado y es de los que piensa que alguna vez hubo políticos que creyesen que lo suyo servía para algo más que depredar legalmente rentas ajenas vía los presupuestos. Si los políticos se preocupasen por la gente lo primero que harían es disolverse pacíficamente y regresar a la vida civil. Siento decírselo con tanta crudeza pero los políticos no son necesarios. Las personas normales, los que vivimos de nuestro trabajo sirviendo a los demás y no a costa de estafar a los demás, nos bastamos y nos sobramos para vivir en paz sin su concurso.
Pedro Sánchez no es muy listo, pero tampoco es tonto del todo. Quiere seguir viviendo de esto el resto de su vida. Por la edad que tiene y lo alto que ha llegado a volar o lo hace con la marca PSOE o se tendrá que dedicar a algún empleo honrado. No es funcionario como Rajoy y sus sorayos, no dispone de fortuna familiar ni se le conoce más habilidad que la del politiqueo. O mantiene el tipo o se acabó lo que se daba, y es mucho lo que se daba, mucho más de lo que cualquier español de su generación –que es la mía– ha tenido y tendrá jamás. Cepillarse a Tomás Gómez era una cuestión de pura supervivencia. Lo ha hecho, además, al más puro estilo de la Cosa Nostra: rápido y sin avisar. En estos detalles es donde se ve a las claras que la política y la mafia son la misma cosa, que en lo único que difieren es en la formas, y a veces ni eso. Lo lamento. No hay nobleza, no hay sublimes ideas, no hay nada de nada, solo interés en vivir del cuento.
Así que no se me alarme, esto ha sido un simple ajuste de cuentas entre malhechores, golfantes de lo público que no quieren soltar la teta. No oculto que lo he gozado al máximo, especialmente con lo del cambio de cerradura en la sede y la psicotrópica manifa que la banda derrotada montó en el cuartel general de la ganadora horas después del tiroteo. Cuando ellos sufren nuestro deber de individuos libres es alegrarnos. Mañana seguiremos deslomándonos a pagar impuestos y a trabajar para ellos. De vez en cuando, aunque siempre sea menos de lo que nos gustaría, merecemos esta recompensa. El espacio que han dejado lo ocuparán otros que, a su debido tiempo, se acuchillarán inmisericordemente. Mientras eso llega deleitémonos contemplando el espectáculo. Es lo único gratis que nos van a dar.