Sería la primera escena de una película que narrara toda una transformación. La escena estelar de esta historia sería su primer discurso como presidente de la American Economic Association, con el modesto título de "El papel de la política económica", en 1968. Quienes le escucharon, y luego quienes le leyeron, vieron como la curva de Phillips se empinaba hasta quedar vertical. A largo plazo, nadie osó transitarla. ¿Eso qué quería decir? Que el desempleo dependía de fenómenos reales y no de los vaivenes de la demanda agregada.
Es decir, que había acabado con el keynesianismo. Ese mismo 1968 declaró lo siguiente: "En un sentido, todos somos ahora keynesianos. En otro, ya nadie lo será jamás. Todos utilizamos el lenguaje y los aperos keynesianos; ninguno de nosotros aceptamos ya las primeras conclusiones keynesianas."
La segunda historia también comienza en la Segunda Guerra Mundial. El economista aporta su ingenio al esfuerzo aliado contra el nacionalsocialismo. Y para ayudar a la Hacienda a cobrar propone las retenciones del sueldo, para que el pago de los impuestos sea, en realidad, una liquidación de lo que se ha ido cobrando a cuenta. En su autobiografía diría que "nunca se me ocurrió en aquel momento que estaba ayudando a desarrollar la maquinaria que haría posible un gobierno al que luego iría a criticar por ser demasiado grande, demasiado invasivo, demasiado destructor de nuestras libertades".
La tercera historia es posterior. Richard Nixon ha puesto en marcha un fabuloso plan de intervenciones y controles de precios que, entre otras cosas, provocaban largas colas en las gasolineras. Refiriéndose a un asesor suyo, Nixon le dijo a Friedman: "no culpes a George Schultz por esta monstruosidad". Le respondió: "No culpo a George. Le culpo a usted, señor presidente".