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Mire usted a Dinamarca

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Allí todos los padres, independientemente de la renta que generen, reciben cheques con dinero público que sólo se puede gastar en colegios, privados y públicos. Desde que se instauró, la oferta de colegios privados es mejor y más variada y atiende de forma más cumplida los deseos de los padres. Y la educación pública ha mejorado tanto que hoy los colegios del Estado son una institución respetada.

El principio del cheque escolar es sencillo y parte de una distinción muy clara: una cosa es que el Estado pague la educación y otra que sea el propio Estado quien la gestione, e incluso elija qué educación deben recibir los niños, un derecho que corresponde en exclusiva a los padres. Para dar a esas ideas una salida práctica, Milton Friedman concibió en un artículo escrito en 1955 el cheque escolar: el Gobierno otorga a las familias unos bonos que sólo se pueden gastar en educación, y ellas deciden gastarlo en el colegio que les ofrezca mejores garantías para la formación intelectual y moral de sus hijos.

Se ha implantado en muchos sitios, y en todos con un éxito más que evidente. En Estados Unidos, donde hay un sistema educativo como el que querría Izquierda Unida para España, la lucha por la elección de centro fue un rumor creciente, pronunciado por gentes de toda raza y condición social, políticamente independiente o de los dos grandes partidos. Éstos no le hicieron caso hasta que el estruendo llegó a Estados como Milwaukee, Arizona, Nueva York y muchos otros en que se han impuesto reformas como el cheque escolar o los charter schools, con enorme éxito. En otros países, como Holanda, Dinamarca y Suecia, Canadá, Chile y Colombia, Japón, Nueva Zelanda y Gran Bretaña, la reforma adelantó a la reacción social, siempre favorable.

Los resultados son siempre los mismos. Mejoran el interés de los profesores por su trabajo y los resultados académicos de los alumnos. Los padres están más satisfechos. E incluso cuando los colegios públicos quedan fuera del cheque escolar, la competencia les obliga a mejorar.

La implantación del cheque escolar en España no es ya sólo una buena idea. Se ha convertido en una urgencia, en una necesidad irrenunciable. Nuestro sistema educativo cuenta con colegios públicos cada vez más degradados, más los privados y concertados. Estos últimos sienten la permanente presión de recibir dinero de un poder que no les es favorable en absoluto. Para ellos el cheque escolar supondría un cambio radical, una transformación liberadora, pues, aunque el dinero seguiría siendo público, dejarían de recibirlo del Estado. Las familias, los padres, serán su única preocupación. Y éstos recuperarían un poder de influencia sobre los centros que el Estado les ha usurpado con toda injusticia.

Mi propuesta es la siguiente. El Gobierno fija una cantidad única para las familias que no alcancen cierto nivel de renta. El cheque escolar se podrá utilizar en todos los colegios públicos sin excepción y en los privados que elijan mantenerse dentro del sistema. Si la cantidad no es suficiente para cubrir las tasas del colegio, la familia aportará el resto. Si lo supera, se podrá crear con el resto una cuenta ahorro-escolar en la que se acumula el dinero, que más tarde se podrá gastar, bien en colegios e institutos, bien en universidades públicas o en las privadas que acepten entrar en el sistema.

El cheque escolar se podría combinar con la libertad de gestión, recogiendo experiencia de los charter schools en Estados Unidos. Son estos colegios que llegan a un acuerdo con el Estado, en nuestro caso con la Comunidad Autónoma, por el cual quedan libres de toda regulación educativa (libertad de gestión), y a cambio se comprometen a cumplir unos objetivos de calidad. En España pasaría por superar la calidad de la enseñanza de los colegios públicos en cada Comunidad.

Se les otorgaría libertad por un período, digamos, de cinco años, y si sus alumnos superan en conocimientos a los de los centros públicos, se les renovaría automáticamente. Para ello, la Consejería de Educación impondría evaluaciones externas, iguales para todos los centros, y recabaría de este modo los conocimientos medios de los alumnos. Por otro lado, se reconocería a las familias su derecho natural a educar en casa.

Aunque no podamos despreciar el inmenso daño que es capaz de hacer en cuatro u ocho años, Zapatero pasará. Pero llegará otro con el mismo proyecto radical: eliminar una realidad social que no le gusta y sustituirla por la que imagina. Y para crear ese "nuevo hombre progresista" es necesario imponerse a la voluntad de los padres en la educación de nuestros hijos.

No basta con confiar en que el PP remedará en parte el daño en el sistema educativo, entre otras cosas porque no lo hará. Les falta el valor, es decir, la integridad moral, para hacerlo. Lo único que puede salvarnos del adoctrinamiento y de la ignorancia institucionalizada es recuperar, aunque sea en parte, la libertad de educar a nuestros hijos. Y el cheque escolar es un instrumento adecuado.

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