Hace unas semanas, en este mismo medio aparecía una noticia con este titular: "Nuestra misión es acabar con el eMule". eMule constituye uno de los programas más populares para compartir ficheros por internet, que es una forma eufemística de llamar a las descargas de contenidos, como películas o canciones. ¡Creo que incluso se dan casos de gente descargándose libros!
Así pues, nada de extraño hubiera tenido que dicha frase proviniera de la SGAE o de sus acólitos en el gobierno de España (o viceversa). En la medida en que alguna de las descargar con el eMule quizá se corresponda con contenidos protegidos, sería muy razonable que uno de los objetivos de la SGAE fuera acabar con esta aplicación. Ahí tienen el BOE y demás medios de represión para tratar de impedir las descargas, y nadie es ajeno a sus múltiples intentos por conseguir tal fin. En frente, de momento, tienen a la opinión pública y especialmente al colectivo de internautas.
Si el emisor de este mensaje fuera el Gobierno, probablemente sería rechazado y rechazable por la sociedad. ¿Quién podía entonces ser el emisor para no suscitar el rechazo? Observen cómo cambia la cosa.
Se trataba de Lutz Emmerich, de Spotify España, en una entrevista que le hacía Fernando Díaz Villanueva. Estas declaraciones, realizadas por un representante de una empresa privada, no suscitan temor ni rechazo, sino todo lo contrario, expectación y deseos de que se consume el fin anunciado.
¿Por qué ocurre esto? Porque Spotify no tiene policía ni ejército a su disposición para "acabar con el eMule", que es lo que utilizaría el Gobierno en la misma tesitura. Y, por tanto, la única forma en que Spotify puede acabar con eMule es ofreciendo a la gente un producto mejor: más útil, más rápido, más barato, más versátil o más lo que sea. Pero que convenza a la gente de que es mejor utilizarlo a seguir con eMule.
En el mercado libre sin injerencias gubernamentales, cualquier individuo emprendedor puede afirmar legítimamente que su misión es acabar con un producto de la competencia. Y los demás deberemos alegrarnos, pues tanto su victoria como su derrota en el empeño mejorarán nuestro bienestar. Incluso los trabajadores del eMule se deberían alegrar, pues, en caso de que pierdan la batalla, también ellos contarán con un producto mejor para descargarse contenidos, y encima quedarán liberados para dedicar su talento a otras cosas en las que puedan desempeñarse más eficientemente.
El contraste es abrumador con el caso en que sea el Gobierno o la SGAE quien lo diga: con este emisor del mensaje, todos saldríamos perdiendo. La desaparición de eMule se sustentaría en el uso de la violencia y no en el de las mejores ideas.
Mucho ánimo, señor Emmeritch. Muéstrele a la SGAE cómo acabar con el eMule, a ver si aprenden.