Dijo que la crisis era un invento neocón que jamás llegaría a un país con ansias infinitas de paz, como este, y hoy hasta los artículos de gastronomía hablan de ella. Negocia con los terroristas en nombre de la paz y azuza los viejos odios en nombre del consenso. Magdalena Álvarez es la versión progresista, alternativa, de la eficacia. Y Pepe Blanco, de la honradez. Pasado por la piedra de toque de la razón, del sentido común, ¿quién puede defender a este Gobierno? Eso piensa nuestro crítico; se llevará la duda a la tumba.
Bien, puede que el Gobierno de Zapatero no sea un ejemplo muy pulcro de la lógica, el buen hacer, el buen sentido y demás. Lo que no entiende nuestro crítico es que ni lo busca, ni lo necesita. Cualquier apelación a la razón es vana. Sobra, como un índice de términos en un diccionario.
Porque la política impuesta por los socialistas y tragada por Mariano Rajoy no es la del hacer, sino la del ser. No se trata de qué o cómo haga el Gobierno tal o cual medida, sino de quiénes son ellos, quiénes son la oposición y quiénes quieren ser los votantes. La política de Zapatero es radical no porque sea extrema, sino porque ha entendido muy bien cómo funciona la democracia de masas: lo importante no es ni la lógica de las medidas ni sus resultados, sino la identidad.
El objetivo es crear identidades propias y ajenas y forzar al votante a ser de unos o de los otros. Uno no deja de ser del Betis porque pierda varios partidos seguidos. La política zapateril quiere sustituir el ciudadano informado, responsable y libre por el fan del partido, el que no le abandonará bajo ninguna circunstancia y que preferiría dejarse la vida antes de entregar su voto a la oposición.
Que en gran parte el PSOE lo ha conseguido no es una novedad. Que los nacionalistas han triunfado en sus respectivas comunidades, no se le escapa a nadie. Pero aún le queda camino por recorrer. Lo que nos quieren dar los socialistas, nos lo han dicho ellos mismos, son motivos para creer, no para penar.